LETRONAUTA Por favor, no se salte la fila | Wilberto Palomares


74 fue el número que me dio el hombre con traje y corbata azul impreso en un pequeño papel. Miré la pequeña pantalla naranja frente a mí: “42 pase a la ventanilla 3”, parpadeaba con insistencia. Descubrí una silla vacía y corrí hacia a ella, antes de que alguien más la reclamara.

Crucé los brazos, crucé las piernas, suspiré.

“Por favor no se salte fila”, levantó un poco la voz el hombre de la corbata azul, lo suficiente para que todos lo escucháramos. Una mujer se detuvo, como si hubiese caído sobre ella un hechizo de hielo. Bajó la mirada y regresó al final de la fila.  

Recuerdo haber escuchado el mismo grito de advertencia a principios del 2008 en el Zócalo del entonces llamado Distrito Federal. Llevaba ya poco más de horas en la fila, no estaba seguro si había más gente delante de mí o detrás, lo que sí era un hecho, la fila no avanzaba.

No me importaba, al final se encontraba la exposición “Cenizas y Nieves” del artista Gregory Colbert, una serie de fotografías que no podía dejar pasar. El Zócalo mismo se había convertido en una obra de arte. Para albergar la obra de Colbert se construyó una estructura de bambú de 5,130 metros cuadrados, con cortinas hechas de bolsitas de té traídas desde Sri Lanka. “Hay filas en las que vale la pena esperar” me dije.

Mientras trataba de calcular el tiempo que aún tendría que esperar bajo el tibio sol de enero escuché, con tono autoritario un grito “eh ustedes, por favor no se salten la fila”, aunque muchos volteamos, el regaño iba dirigido a un grupo de jóvenes con mochila y uniforme escolar, que no sólo intentaban saltarse a fila, también la valla metálica.

Ya sea en la fila del supermercado esperando pagar unas lechugas, un montón de champiñones y una caja de chocolates baratos, o en la de la cafetería a las 8 de la mañana esperando nuestro descafeinado, en la gasolinera aguardando nuestro turno, pareciera inevitable nuestro impulso de querer saltarnos las filas, de adelantarnos a otros, de llegar a un lugar que aún no merecemos. ¿Está acaso en nuestros genes? No nos preocupa que la persona de adelante lleve una hora más que nosotros esperando, sólo queremos llegar antes.

¿Quién le enseñó al hombre a hacer filas? ¿Quién levantó la voz un día y nos dijo “uno detrás de otro y todos serán atendidos”? ¿Acaso fue Darwin y su teoría evolutiva para explicarnos que eso nos separa de los animales? ¿Noe con su arca esperando que dos animales de cada especie entraran? ¿La policía durante los disturbios para poder identificar a los revoltosos?

A veces creo que nos gusta saltarnos las filas porque nuestro pequeño niño rebelde, ese que nunca dejamos de ser, despierta de vez en cuando para cuestionar al orden establecido.

Al vernos rodeados de gobiernos corruptos, autoridades incompetentes, ciudadanos de doble moral, tratamos de destruir el sistema saltándonos la fila, la del cine, la de las tortillas, la del puesto de tacos de la esquina o la de la casilla electoral.

“74 a la ventanilla 2”, “74 a la ventanilla 2”, parpadeaba la pantalla naranja. “Joven” -levantó la voz el hombre de la corbata azul, “pase a la ventanilla 2”.

A veces creo que nos gusta saltarnos las filas, porque es el máximo acto de rebeldía que nos podemos permitir.


WILBERTO PALOMARES. Autor del libro Supervisor de nubes, publicado en febrero de 2015 por el CONACULTA. Finalista del concurso de poesía "Vientos de octubre" en España en el año 2011. Egresado del taller de creación literaria "Cuentos" impartido por el reconocido escritor y compositor Armando Vega-Gil y del taller "D Generación Literaria" impartido por Agustín Benítez Ochoa. Dramaturgo de los unipersonales “Dijo que se quedaría... y le creí” y “Loca de amor”. Autor de al menos 70 cuentos y tres novelas. Actualmente trabaja en su cuarta novela La noche de los girasoles y en la antología poética De vaqueros, trenes y poetas.

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