CATA LITERARIA La oliva y el tomate: receta de la poesía mexicana contemporánea | Ignacio Ballester Pardo


Antes de compartir la presencia culinaria en referentes literarios como Vicente Blasco Ibáñez, Azorín o Miguel Hernández, como ya hicimos en la Cata Literaria de Letras de Contestania el año pasado, podemos acercarnos a la poesía mexicana a través de la presencia que tiene la gastronomía en textos que describen platos a la vez que, implícitamente, reflexionan sobre la manera de escribir un poema.
  El cítrico al que Miguel Hernández da forma en su soneto «Me tiraste un limón, y tan amargo» resuena también en la pena, la tristeza, que transmite, por ejemplo, Julio Trujillo en «Este limón»: «No conoce la calma / este panal de luces: / lo que sabe lo enciende». Y es que la arquitectura del fruto encierra una incógnita que fluye tras las celdas. Desde Laura Esquivel en Como agua para chocolate (1989), Socorro Gordillo del Paso y Fernando del Paso en Douceur et passion de la cuisine mexicaine (1991) o las ediciones que a la primera poeta de América le dedican Ángelo Morino en El libro de cocina de Sor Juana Inés de la Cruz (2010) o Mónica Lavín y Ana Benítez en Sor Juana en la cocina (2010), la lírica y el siglo XXI en México dan un paso más en las técnicas para emplatar y editar una obra.
  Como sabemos, los colores de la bandera mexicana coinciden con la italiana. Si Edgardo Dobry describe la pizza con la que Rafaele Esposito recibió a Margarita de Saboya en Nápoles —«blanco (la muzzarela), rojo / (los tomates) y verde (la albahaca)»—, en México encontramos una receta de las monjas en vísperas del día del grito de cada 15 de septiembre. Nos referimos, en versos de José Juan Tablada, al «¡Júbilo de los chiles en nogada! / donde brillantes granos de rubí / y granate desgrana la granada». De nuevo la cápsula encierra un universo de sabores y saberes; descritos en cambio por Estrella del Valle al tomar la receta de los chiles en nogada para criticar el nacionalismo mexicano (como lo verá Diana del Ángel en 2019).



Sobre tales platillos, ya sea con la perfección de la cuchara o con la salsa de la pluma, Vicente Quirarte reflexiona en las prosas de Enseres para sobrevivir en la ciudad (1994) o Nuevos viajes extraordinarios (2004); donde, entre otros placeres, alaba los «Alrededores del Martini» que cada sábado recorre la maestra Carmen Alemany.
        Para el sujeto lírico de Carmen Boullosa, los paréntesis recrean un diálogo que gira en torno a la fuerza que en la sátira religiosa nos brinda lo autóctono: «aparte de las hostias comían carnitas, moles, albondigones y torta en leche; traían mantillas pero cómo reían, y más». En cambio, Francisco Segovia compara la belleza femenina con un plato que nos recuerda ahora a la festividad del día (y el pan) de muertos, a primeros de noviembre: «la que en vez de tener pelo tiene un chorro de miel; / la de los pechos como hogazas de pan de trigo rubio, / horneado apenas, y los dos pezones / duros y morenos, casi guindas / como las puntas del bolillo; / la que es un pan y vale oro». He ahí la sensualidad, la #pornfood que se viraliza en Instagram.
        Además de la muerte y el amor, otro tema universal como el de la filosofía encuentra su circular rito de paso en el poema de Alejandro Palma «Alquimia para unas quesadillas no muy bien cocinadas», que termina del siguiente modo: «así un instante inconcluso / uróboros: equilibrio puro olor / lo más gemirá el aceite». Las quesadillas (con el indicativo de «con queso, por favor», en la ciudad de México) van de la mano del taco y la famosa serie de Netflix que a sus crónicas le dedican poetas como Cristina Rivera Garza o Diana Garza Islas.
          La conciencia del fracaso recuerda a la traducción que Octavio Paz hace de Fernando Pessoa y su Álvaro de Campos en «Callos a la portuguesa». El humor sirve para desacralizar la poesía y adentrarnos en la complejidad temática que interroga el ser humano, a la manera de José Agustín y su lenguaje coloquial, no exento de los ingredientes y sustancias de la Onda, de Guadalupe-Reyes o del «dificultismo» (que dirían Palma o Higashi) de Gerardo Deniz en «Descuartizamientos»: 

         Los huevos rancheros
         en espeso medio ambiente
         requieren otra cerveza, clara ahora;
         otra más unas quesadillas –queso, flor, huitlacoche−
         y al término frijoles calurosos
         para llenar una concha blanca, mezclándoles nata y chile
         en fragmentos verdes crudos [tomates verdes fritos]
         que pican como hierba sobre la cual Colombina
         hizo ejercicio.

Según Juan Villoro, «Esta pedagogía del ardor avanza hasta la graduación en la que el discípulo ya no sabe si le gusta lo que pica o le pica lo que le gusta». Por su parte, Homero Aridjis en Diario de sueños (2011) alude a los insectos que discurren en esta «sociudad» de la poesía mexicana contemporánea. Es su «Cocina azteca», «Aguacates como testículos comí, / hormigas que crujían entre mis dientes, / y un camino de granos de cacao / que yo debía comer andando». Los insectos que se comen, escamoles o chapulines, integran también lo onírico: conexión del alimento que nos da la vida ya en el vientre materno y el propio corazón que se nos sirve en un plato frío (¿después de haber cenado demasiado?), según la transcripción del michoacano a los pies del poema «Al despertar de un sueño, 4:20 del sábado / 27 de noviembre de 2010».
        Lo que tradicionalmente se ha etiquetado como poesía social sobrevive en De la materia en forma de sonido (2015) de Óscar de Pablo, para quien el género literario que nos ocupa debe servir todavía para denunciar quién se ha llevado mi queso; así como voz de la mujer que en Chile cocina la cabeza de su maltratador a través del testimonio de Daniela Sol y sus Postales y Espejismos (2016). En esta línea, Eva Castañeda logra en su poema «Por todas partes», de La imaginación herida (2018), hablar de gastronomía hasta bien entrado lo que no deja de ser un testimonio de la violencia:

         El primer paso es quitarles la piel.
         Se colocan directos al fuego hasta parecer quemados.
         Se ponen dentro de una bolsa por una media hora.
         Luego se procede a rasparlos para retirar otra capa de piel.
         Se hace un corte longitudinal para extraer las venas.
         Por último, escurrir los chiles y rellenarlos de queso.

Por su parte, Balam Rodrigo comienza su trilogía sobre la violencia de quienes migran por México con un poema que da nombre al libro Marabunta (2017):

         Tenía entre las manos una torta,
         un poema hecho de lenguas en apariencia muertas:
         había reunido las migajas para esculpir con ellas,
         primero, las dos mitades de un francés,
         y luego, llenó ese bastardo hijo del trigo
         con todas las virutas, sílabas de pollo,
         lascas de milanesa, las cosas olvidadas por nosotros
         en la orilla de la mesa en la cocina.

El concepto de nación y el de conflicto se actualizan de boca en boca. Y sirven para explicar, por ejemplo a manos de Alejandro Higashi en el Colsan con una buena orden de enchiladas potosinas, Muerte sin fin de José Gorostiza cual torta de tamal. En este sentido, una de las poetas más sugerentes, en mi opinión, es Isabel Zapata. Además de su compromiso político y su forma experimental, podemos seguirla en su #PIEDRADECOCINA de Hojasanta: donde «explora la relación –tensa o entrañable o erótica– entre poesía y comida»; y humor, añadiríamos, pensando en el poema «Palingenesia» de Roberto Bolaño:

         Minutos ella no dijo una palabra. MacLeish pidió consomé y tapas
         De mariscos, pan de payés con tomate y aceite, y cerveza San Miguel.
         Yo me conformé con una infusión de manzanilla y rodajas de pan
         Integral. Debía cuidarme, dijo.

La alegoría de la literatura como banquete sirve para cuestionar la muerte y el paso efímero de un poeta al que pronto se le priva del mejor de los sentidos (que diría Gilberto Owen): la vista. Jorge Fernández Granados recuerda la infancia a través de los olores de un menú que se ordena por la abuela, la yaya: «tus tardes de tomate / y el aleteo de roncas plumas / en el temprano horror de la comida / o el místico biscocho que cerraba / entre un lento café, los rituales nocturnos». El paso del tiempo no repara en una carne de la que podemos intuir la peladura a la hora de la siesta, pese al café, según lo recuerda Vicente Quirarte, con sus cuatro letras: «Caliente, Amargo, Fuerte y Escaso». Así debería de ser el poema.
        Del fuego lento de época novohispana a las fusiones más recientes, la lírica anota aquello que debe componerse y su manera de hacerlo, desde el oriolano Miguel Hernández que ansió llegar a México a la jarocha Natalia Lafourcade que canta café con pan. México, con una de las más ricas gastronomías y con un peso fundamental en la poesía en lengua española, destaca por la ligazón de ambas artes, mencionadas por Alonso Ruvalcaba en «Menudo compendio de poesía comestible». Después de la celebración de las I Jornadas Gastroculturales L´om Restaurant “L´arròs d´un poble” no está mal arrancar el curso poniendo en la balanza la gastrosofía a ambos lados del Atlántico, pero desde el Mediterráneo, con aceite de oliva o de olivo.
        Son estos algunos ejemplos de la rica variedad gastrosófica que presenta México en los últimos años y que estudia Ignacio Sánchez Prado. En este sentido destaca el libro que compila la poeta mexicana Ana Franco Ortuño en Chile: Cocina y literatura. Ensayos literarios sobre gastronomía y ensayos gastronómicos sobre literatura (LOM Ediciones, 2017), donde Ángeles Mateo del Pino y Nieves Pascual Soler ya publicaron Comidas bastardas. Gastronomía, tradición e identidad en América Latina (Editorial Cuarto Propio, 2013); así como el artículo de Fernando Valerio-Holguín a propósito del símbolo que ya es el ajolote: «La mexicanidad de Xólotl/Axolotl: Maravilla de la literatura y la gastronomía» (en Mitologías Hoy, 2019).
          El próximo mes nos acercaremos a los platillos mediterráneos para entender, en orden cronológico inverso (como se enseña literatura en la Universidad de Alicante) de qué manera es posible pensar en gastronomía mediante un poema: lo pasos se enumeran para lograr a fuego lento el resultado final.



IGNACIO BALLESTER PARDO (Villena, Alicante, 1990). Es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante, con una tesis sobre poesía mexicana que dirige Carmen Alemany Bay. Es miembro del Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti y del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea. Con Alejandro Higashi coordina el número 23 de la revista América sin Nombre (2018), dedicado a la «Madurez de la joven poesía mexicana». Cada domingo comparte sus líneas de investigación en el blog Poesía mexicana contemporánea.

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