Rogelio Guedea «un buen momento para volver al silencio» | Víctor Roura


[Abogado y doctor en letras hispánicas por la Universidad española de Córdoba, el novelista, poeta, ensayista y traductor Rogelio Guedea (1974) acepta entablar este diálogo sobre la actual calamidad pandémica desde el encierro familiar aposentado en su natal Colima. Con el autor, pues, de novelas como Conducir un tráiler y El crimen de los Tepames, y miembro del Sistema Nacional de Investigadores y académico correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua es la siguiente plática…]


Confusión, incertidumbre, fragilidad

Aparecen demasiadas ratas en La peste, de Camus, pero no sé cómo centrar esta pandemia que nos ha tocado vivir, Rogelio, por dónde empezar, dónde está el ojo de la crónica, dónde centrarla. ¿En los murciélagos de Wuhan, en el descuido humano con el trato con las especies salvajes, en la desolación del mundo a la que ha orillado una política desigual, del odio, racista?
      Cuando algo te toma tan de sorpresa como nos ha tomado esta pandemia (como un knockout en el primer round de la pelea), es difícil siquiera pensar y apenas podemos sentir en medio de un remolino de emociones difíciles de discernir. El virus nos ha dejado a todos como en una especie de limbo. Incluso los que nos dedicamos a escribir nos sentimos (es mi caso) como en un impasse permanente. Contrario a lo que podría pensarse (nada mejor para un escritor que estar resguardado en su casa escribiendo), esta pandemia nos ha dejado pasmados, tan impávidos que pese a tener todo el tiempo del mundo para escribir no lo hacemos, y pensar, como te digo, es una actividad incluso obstaculizante. Sólo estamos como registrando información. Sé de algunos escritores conocidos a los que les está pasando esto y yo lo puedo decir de mí mismo. Algunos filósofos se han aventurado a enfatizar los riesgos que esta pandemia está dejando en términos de la intromisión del Estado en nuestra vida privada, con el pretexto de defendernos del virus, pero no creo que esto sea el fondo del asunto, como tampoco considero que lo sea las nuevas formas de relaciones comerciales y económicas que se van a establecer con la pandemia, ni lo que esto en términos ecológicos nos está desvelando, ni cómo la pandemia está mostrando nuestra peor parte humana (odio racial, falta de mínima conciencia cívica, manipulación mediática con fines de poder, etcétera).
      “Es todo esto, sí, y sin embargo me parece  que nos falta algo más profundo, incluido el miedo que da saber que, si este virus fue creado en un laboratorio, las nuevas formas de extinción humana que se pueden crear y lo vulnerables que seremos ante ello. Esto es terrible e imaginarlo me parece que crea por sí mismo una psicosis colectiva, parte de lo que estamos viviendo.  Sin embargo, pese a toda esta confusión, yo lo que estoy observando detenidamente son segmentos, grietas, márgenes, una vida humana en su completa individualidad viendo cómo va cambiando en medio de esta vorágine. Al panadero, por ejemplo, que pasaba antes todos los días vendiendo pan por la calle de mi casa y ahora pasa menos, incluso antes lo hacía en una motocicleta y ahora lo hace en una bicicleta, poder introducirme en su vida, seguirlo, y saber cómo esto está cambiando su vida.
      “A mí en lo personal me interesa, más que los discursos globalizantes, la crónica del segmento o de la parte, ahí es donde creo que podríamos encontrar la verdadera dimensión de todo esto. Pero, como te digo, la palabra que mejor define todavía este momento es: confusión, incertidumbre, fragilidad”.


El bien y el mal

¿Habías visto algo parecido durante tu larga estancia en Nueva Zelanda por ejemplo?, ¿alguna perturbación humana? Insisto en La peste: ¿Camus en el momento en que se dio esa peste no hubiera podido escribir lo que escribió? ¿Es necesaria la pausada reflexión para escribir acerca de los pasmos humanos? Los desastres por lo regular son contados periodísticamente, pocas veces literariamente…
      Has mencionado ya varias veces La peste, de Camus, novela que leí una vez que terminé El extranjero, su mítica novela, y creo que valen un par de reflexiones en tanto que éstas están conectadas con Nueva Zelanda y con México, como modelos antagónicos de lo que estamos viviendo. En realidad, La peste lo que en el fondo enfatiza son nuestros dilemas morales, nuestro sentido del bien y del mal, más allá de cualquier tipo de dogma religioso. Al ponernos de frente con la posibilidad (inminente o no, pero acechante) de la muerte, dejamos a un lado lo material y nos reducimos a lo puramente esencial: vivir. Con dos posibilidades: vivir para hacer el bien o vivir para hacer el mal.
      “De las entrañas de La peste podemos deducir que el camino correcto es el amor, la solidaridad, la comunión con los otros, más que el odio, la intolerancia y la animadversión. En Nueva Zelanda no me tocó vivir una catástrofe de esta envergadura, pero sí me tocó experimentar a una sociedad solidaria, en busca siempre de estrechar cualquier tipo de desigualdad, incluida la racial. Me sorprendió mucho cuando hace poco hubo en Nueva Zelanda un crimen de odio racista por parte de un extremista australiano de ultraderecha (aquel que asesinó a muchos musulmanes en una mezquita) y toda la sociedad se volcó no sólo en reprobar este hecho indignante sino que toda la comunidad (policías, conductoras de televisión, la misma primera ministra) en solidaridad con la comunidad musulmana en Nueva Zelanda empezó a usar burkas y a utilizar un lenguaje incluyente y de franca solidaridad con ese sector de esta sociedad multicultural. Recientemente sucedió algo que me parece inédito: los partidos opositores a la primera ministra Jacinta Ardern, del Partido Laborista, iban a dejar cualquier conflicto político para apoyarla completamente en todas las decisiones que tomara para paliar esta pandemia.
      “En nuestro país, en cambio, no sólo hemos agredido a enfermeras y doctores ahora con esto de la crisis sanitaria por el Covid-19 (a los que se les han arrojado café caliente, cloro, se les ha golpeado, etcétera), también de algún modo no hemos sido prudentes en demostrar nuestras diferencias sociales e, incluso, las hemos recrudecido. Basta ver las redes sociales para apreciar cómo los tipos de confinamiento evidencian nuestras grandes diferencias mostrando la peor parte de nosotros.
      “A mí me daría pena publicar una imagen mía en donde aparezca tomando el sol al ras de mi alberca y rodeado de un hermoso y grande jardín, poniéndole como pie de foto: ‘Aquí sufriendo con el aislamiento’, o algo así, y sabiendo que hay miles de personas que la están pasando verdaderamente mal. Eso no es empatía. Y no digamos los conflictos políticos que se han generado en medio de la pandemia entre el gobierno en turno y los adversarios políticos de éste, acentuando con ello la ya de por sí mermada crisis sanitaria que vivimos.
      “No obstante lo anterior, creo que necesitamos distancia para poderle dar una dimensión más objetiva a aquello que vivimos. No creo que la alegoría que nos resulte sea muy distinta a la que llegó Camus con La peste, porque finalmente habremos de mantener siempre la esperanza y no debemos olvidar que los valores espirituales y humanos están por encima de los materiales, pero nuestro trabajo como escritores es actualizar con un lenguaje nuevo las nuevas realidades para que éstas puedan dialogar de mejor manera con los interlocutores de este tiempo. Ya veremos qué va a resultar de todo esto”.


Observar, registrar, procesar…

 Estas gravosas enfermedades, ciertamente, pueden airear lo peor del comportamiento humano, Rogelio. Como escritor que mira las cosas con otros ojos, ¿cómo empezar una crónica de los días que vivimos?, ¿dónde fijar la vista ante tanta calamidad?, ¿qué priorizar en estos casos?
      He estado observando mucho lo que está sucediendo. Como te digo, registrando, procesando, como en ese big-data que todos llevamos integrado dentro de nosotros mismos. Y una de las cosas que me llaman poderosamente la atención es el tema, en muchos sentidos vinculado con lo ético, del manejo de la información, pero en un sentido multidireccional: cómo se transmite esa información por parte del Estado, cómo ésta se transmite por parte de los medios masivos de comunicación y de las redes sociales, cómo llega al receptor (de todo tipo, más educado, menos educado, etcétera) y cómo éste a su vez se convierte en un transmisor de esta información. Me ha sorprendido ver cómo estamos atrapados en un mundo en el que no solamente somos incapaces de conocer la verdad (por toda esta manipulación informativa) sino, lo que es todavía peor, aun conociéndola, aun viendo a los muertos víctimas de esta pandemia no la creemos, nos sigue pareciendo una mentira. Hemos visto la tragedia que está dejando esta pandemia en Italia, en España, en Estados Unidos, hoy punta de lanza en el número de muertos, cómo esta pandemia ha hecho colapsar los sistemas de salud más fuertes del mundo, y aun así veo que, para el caso de México, no lo creemos, no tomamos conciencia de ello.
      “Fue precisamente en las redes sociales que escuché a una usuaria decir algo así como: es un invento, es algo creado por algún cineasta, nomás nos quieren asustar, etcétera. Si bien ahora se habla mucho ya de la sociedad del conocimiento, en muchos países (como el nuestro) ni siquiera hemos atravesado la barrera de la sociedad de la información (la cual requiere de una enorme educación) y a mí me preocupa mucho porque ya nos ubica no en una era de la posverdad, sino en algo más allá de eso, pues en muchas ocasiones aunque tengamos la verdad frente a nosotros (algo físico y tangible) aun así dudamos de ella.
      “Creo que el gran tema ahora es cómo hacer para volver a creer no sólo en los otros (el gobierno, el sistema de salud, los medios de comunicación, el vecino, etcétera), sino en nosotros mismos. Yo empezaría a narrar desde esta crisis que menciono y si habría algo en lo que tendríamos que priorizar sería en la transparencia, en la honestidad, en la búsqueda real del bien común más allá de los intereses económicos y políticos de unos cuantos en detrimento de la mayoría. Necesitamos un alto para volver a creer. Es un imperativo empezarnos a mover en esa dirección”.


El momento del libro

Es todo un caso el asunto de las redes sociales, Rogelio. Antes de su existencia se hablaba del poder de la vox populi. El diario La Prensa incluso titulaba así su sección de cartas. Porque la vox populi debía alzar la voz y todo lo dicho por ella le sobraba razón. Las redes llegaron, los chismes y las mentiras y las noticias falsas empezaron a circular por raudales. El miedo comenzó a crecer debido a las catapultas “informativas” provenientes de la Internet, al grado de no creer en el discurso científico. Estoy de acuerdo en volver a creer incluso en nosotros mismos, ¿pero por donde comenzar si ahora estamos invadidos del lenguaje cibernético, si incluso por ese medio hay enamoramientos sin siquiera tocarse?
      Creo que es un buen momento para volver al silencio. Ante el ruido exterior, debemos procurar volver al silencio interior. Ahora que hemos estado viviendo esto de la pandemia y con todas las redes sociales llenas de la palabra “Coronavirus” y de información relacionada con esto, yo llegué a una saturación tal que no podía dormir. Y si dormía, tenía pesadillas y un sueño intranquilo. Cerraba los ojos y, como sucede con las pantallas de una computadora que va desgranando datos, así sentía que transcurría la información dentro de mi cabeza. Me di cuenta de que tenía que encontrar un equilibrio entre la información que obtenía (para no dejar de estar informado) y la información que ya no me era necesaria, y que además tenía que ser selectivo en los medios que leía y discriminar muchos más, etcétera.
      “Tenía que alejarme del ruido, pues, y volver al silencio. Creo que es lo más sano que debemos hacer todos. En La peste, de Camus, es precisamente donde recuerdo que en uno de los sermones del Padre Paneloux, éste dice: ‘En el momento de la desgracia es cuando se acostumbra uno a la verdad, es decir al silencio. Esperemos’.
      “Así lo creo.
      “Por eso pienso también que es el momento del libro como tal, sea de carácter científico o literario, divulgativo o de cualquier otro tipo. Volver al libro es volver al silencio que nos obliga una lectura reconcentrada, detenida, que requiere todo de nosotros, un diálogo extenso con un interlocutor que puede ser riguroso, y no nada más (como sucede en gran parte de las redes sociales) contenidos que, lejos de llevarnos a la ‘verdad’, nos la falsean, nos la encubren. Que esta desgracia que vivimos nos lleve a eso, a la verdad, esto es al silencio, y que en el silencio podamos, como te decía, volver a encontrarnos con nosotros mismos y volver a creer en el poder que tenemos para transformarnos, porque, como dijo Wittgenstein, revolucionario será quien logre revolucionarse a sí mismo. Porque, no me cabe duda, después de esto (aun cuando encontremos la vacuna), tendremos que aprender a vivir de otra manera, tendremos que revolucionarnos, estamos obligados a hacerlo en virtud de que sentiremos que otro nuevo virus (más letal todavía que éste) podrá surgir en cualquier momento, de forma causal o deliberada”.


Nada como la poesía

También has incursionado en la poesía, Rogelio, el nuevo libro es de ese género. Y, de muchos modos, en la poesía  se halla el silencio idóneo que grita hacia el interior de cada lector. ¿Qué poetas se han adentrado en las crisis mortales? Efectivamente, la Muerte es un tema recurrente de los poetas, ¿pero el involucramiento en los padecimientos mortales puede entrar en el lenguaje poético?
      Nada es ajeno para la poesía. No hay ningún tema que escape a ella. De hecho, sus grandes temas son los temas esenciales del hombre, cómo tú (poeta también) lo sabes: la muerte, el tiempo (muy importante, por cierto, ahora que estamos confinados), la soledad (también muy importante en este momento), la enfermedad, el dolor, pero también el amor, Dios, etcétera. En nuestra propia tradición poética hay poemas fundamentales en cada uno de estos ámbitos. Sólo basta recordar aquel clásico poema de Jaime Sabines a la muerte de su padre, desgarrador pues es una crónica de los últimos días del mayor Sabines, su acabamiento. Y como ese poema hay muchos en nuestra tradición. No dudo que la poesía pueda contar (hacer la crónica desde las más íntimas fibras desde donde siempre ha hablado la poesía) de esta pandemia, focalizando un ámbito que para todos haya pasado desapercibido, que son infinitos y yo los alcanzo a ver incluso flotando a todos ellos en el aire. Estoy seguro que nadie podría contar de manera más nítida la profundidad de esto que nos está pasando que un poeta, pues para esta nueva realidad no hay mejor lenguaje que el poético para expresarlo. 


La tranquilidad de Quesería

¿Se vive esta enfermedad de manera diferente en una urbe que en una ciudad relativamente calmosa como Colima?, ¿o la epidemia padece de ojos para repartir su crueldad?, ¿percibes culturalmente alguna disimilitud en el comportamiento civil? Sé que en una catástrofe a veces las políticas son desiguales, acaso por eso lo cuestiono…
     México es muchos México, como sabemos. El México urbano es distinto al México rural, ya no se diga al México de las rancherías. Yo he tenido la oportunidad (la tengo aún) de estar muy en contacto con el México rural y noto diferencias notables en el tipo humano de cada uno de estos conglomerados humanos. El tipo humano de la capital del país es diametralmente opuesto al tipo humano de un pueblo como, por decir algo, Quesería, que es en el que yo paso parte de mi vida. Por tanto, la pandemia se vive de diferente manera. En Quesería, por ejemplo, no parece que exista. En el jardín principal se siguen reuniendo los mismos hombres de siempre, sentados en las bancas, sin guardar la sana distancia, y no porque sean irresponsables o afrenten la amenaza de este virus con indiferencia, sino porque las cosas suceden ahí de otra manera simplemente, es mucho más relajado, contrario a como he visto siempre a la Ciudad de México (a la que también voy con frecuencia). Todo allá sucede a una velocidad inaudita, en el ambiente se percibe una urgencia, una incluso desesperación constante, hay mucho ruido, mucho estrés consuetudinario, uno debe andarse cuidando de todo y de todos porque le han dicho que te puede pasar cualquier cosa.
      “En fin, dos mundos aparte.
      “El virus, no obstante, sabemos que no respeta nada, y que bien puede entrar en una comunidad pequeña que en una gran urbe, aunque ésta está más propensa a la catástrofe por la densidad poblacional que existe (Nueva York es el caso emblemático).
      “Es distinto.
      “Yo adoro la vida de los pueblos, y apenas tenga una oportunidad me mudaré a Quesería, esa tranquilidad le hace muy bien a mi estado emocional”.

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