No podemos concebir nada, imaginar nada,
sino dentro de los límites de nuestra vida, más
allá de los cuales nos parece que todo se borra.
Más allá de la muerte, en efecto, comienza lo
inconcebible…
Georges Bataille, El erotismo
Cada quince noches, puntualmente, a las once. Ni un
minuto antes, ni uno después. Tú, desde la puerta de tu recámara, ataviada
únicamente con una suave bata de seda púrpura. Ellos, los cinco, desde la
puerta que conduce al jardín. Los pasillos los encaminan a la habitación que
está sumida en absoluta oscuridad salvo por la luz de la luna llena que ilumina
el sillón de cuero, sobre el que ya ha sido dispuesto el pañuelo de seda negra
que te espera. Ellos han llegado primero al umbral pero aguardan, respetuosos.
Cuando llegas bajan la vista, humildes. Cada uno se venda los ojos con un
pañuelo de seda blanca. La penumbra deja entrever los contornos de sus cuerpos
desnudos, el poderío de sus músculos. Siempre han sido cinco, pero nunca los
mismos. Al entrar a la habitación te quitas la bata. Sientes un ligero
estremecimiento al anticipar lo que viene. En silencio te sientas y el cuero se
amolda a tus nalgas y tu espalda. Te cubres los ojos con el pañuelo y te
reclinas, abriendo las piernas.
Los cinco
avanzan despacio hacia ti. Uno a cada lado de los reposabrazos; uno a cada lado
de tus piernas; el último tras el respaldo. No puedes evitar sentir las
primeras gotas que mojan tu vulva. Siguiendo un orden predeterminado, comienza
el que está a tu espalda; es el primero, porque será el último, es su última
noche. Sus manos masajean tus sienes, y luego trazan el contorno de tus labios.
Un dedo los parte y lo chupas con suavidad, mientras su otra mano acaricia el
lóbulo de tu oreja izquierda. A ambos lados de los reposabrazos, dos pares de
manos se acercan a tu cuerpo. Las yemas de sus dedos trazan círculos sobre tus
pechos, y empiezan a juguetear con tus pezones. Tu cuello se estira hacia
atrás, tu boca deja escapar el primer suspiro. Otras manos recorren tus
piernas, acarician tus pantorrillas, suben con su dorso por la tersura de tus
muslos y encuentran tus labios, los separan, constatan tu humedad. Los dedos de
uno exploran ya el interior de tu vagina, entrando y saliendo suavemente,
mientras los dedos de otro rozan, aprietan, acarician, magullan tu clítoris.
Las caricias se intensifican, las manos vuelan. Ahora pellizcan tus pezones,
revuelven tus cabellos; muerdes tus labios y los remojas en tu lengua cuando un
dedo se abre paso entre los pliegues de tu ano, explorando, jugando, invadiendo.
La única voz, el único gemido, el único murmullo es el que surge de tu boca. Las
manos actúan con eficiencia y sin pausa; cambian ritmos, aceleran y
desaceleran, se relevan. Ya no puedes controlar tus gritos, los espasmos de tus
caderas, el derrame a lo largo de tus muslos. El orgasmo llega con una última
tensión de todo tu cuerpo, un último sacudimiento que no te deja gritar: abres
tu boca y emites un grito mudo, prolongado, atrapado en las venas hinchadas de
tu cuello, y que persiste hasta que te desplomas de nuevo sobre el sillón.
Las
manos se retiran. Recuperas el aliento. Un par de manos te seca con un paño de
lino; los otros se han marchado pero regresan rápidamente, escoltando pasos
nuevos que se aproximan. Inclinas tu cuerpo para sentir su presencia, para
olerlo. Sientes la dureza de su falo acariciando tus mejillas, pruebas su
glande húmedo y salado, percibes el olor de sus testículos. Extiendes tus manos
para tocar las suyas. Te excita la fuerza de sus dedos, la rugosa superficie de
las palmas. Son perfectas. Te quitas el pañuelo de los ojos: frente a ti está
su falo. De su glande pende un hilillo viscoso que va cayendo hacia el suelo.
Lo interceptas con un dedo y lo pruebas.
Un par
de manos te entrega el cuchillo. En unos minutos, tras de que hayas vaciado ese
falo, completarás el sacrificio y la luna iluminará esas manos nuevas,
extensiones de un cuerpo perfecto, puro y angelical.
GERARDO CÁRDENAS (1962), es un escritor y periodista
mexicano radicado en Chicago. Es director editorial de la revista contratiempo
(http://contratiempo.net) y autor del
blog En la Ciudad de los Vientos. Sus relatos y poemas han sido publicados en
revistas, periódicos y antologías en Estados Unidos, México y España. Es autor
del libro de relatos A veces llovía en
Chicago (Ediciones Vocesueltas/Libros Magenta, Chicago-México, 2011), que
ganó el Premio Interamericano Carlos Montemayor 2013 a Mejor Libro de Relatos;
la obra de teatro Blind Spot (Literal
Publishers, Houston, 2015), que ganó el Primer Concurso de Teatro Hispano de
Chicago; y el poemario En el país del
silencio (Ediciones Oblicuas, Barcelona, 2015).
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