Hace unos días hablaba con una amiga alemana sobre Berlín y le conté algunas de mis impresiones sobre el Museo de Arte Egipcio de esa ciudad y sobre el busto de Nefertiti que se encuentra en ella. Esa Nefertiti que fue una obsesión extraña desde mi primera juventud. Le ofrecí a mi amiga un texto sobre aquella experiencia, el mismo que corresponde a mi segunda novela, largamente inconclusa. El mismo es fundamentalmente una reflexión sobre la belleza y la magia creadora del artista. Este es el texto:
En realidad es pequeño el Aegyptische Museum, pero vine hasta aquí no sólo por mi eterna fascinación por la cultura egipcia, sino porque sabía que acá, precisamente, encontraría a Nefertiti. Y ahí está, más bella y misteriosa que en las fotos que tantas veces observé. Es una escultura pequeña, un busto colocado sobre un pedestal, donde se revela ese rostro extraordinario de conmovedor encanto. Me acerco despacio, con respeto, con devoción y, mientras lo hago, siento que todo en mí se trastorna. Estoy frente a ella y me parece que me mira desde más allá de sus tres mil quinientos años, que, a través de ella, me observa la eternidad. Pero en realidad, son mis ojos los que la recorren y, a través de ellos, la agitación intensa de mi alma que se conmueve intuyendo a esa mujer viva en otros espacios, en otros tiempos, desde donde me asalta este presente para subyugarme en esta sala solitaria, en este lejano rincón de la tierra, tan lejos de nuestros orígenes. ¿Te hace justicia la mano del artista que transmutó tu forma humana en eternidad? ¿Es la calidad del arte la que te hace inmortal o es tu belleza aquí representada la que inmortaliza al arte? Hay en esta materia inerte resplandores de tu vida, mensajes, aromas, palpitaciones, sonrisas crueles.
Me pregunto si te hicieron de memoria o si temblaron ante tu deslumbrante presencia como yo ahora, ante esta lejana representación. Me pregunto si es suficiente la combinación de formas de la nariz, de los labios, del mentón, del cuello, para exaltar mi noción más profunda de la belleza absoluta, o si es porque desde esas formas se insinúan actitudes, pasiones, rituales secretos. No imagino escenas, sino que me asaltan, como fulgores, instantes y espacios de su carne viva. No me basta sentir que ella debe haber sido la mujer más bella de todos los tiempos; no es el juicio estético el que me sacude, sino una honda sensación de que ella es todas las mujeres; la suma y la síntesis, la muestra de los dioses para hacernos intuir que siempre perseguiremos un sueño y que esa búsqueda inagotable es la condenación a través de la belleza que es inalcanzable.
¿Qué es lo que me subyuga de esta Nefertiti vulgarizada en millones de medallitas que cuelgan en el cuello de otras mujeres, no tan bellas, no tan inquietantes? Siento que todo razonamiento es insuficiente y me asalta una enorme inquietud. Hay en esa terrible armonía una emanación de poder. Pero no pienso en ejércitos imperiales sino en la magia que nutre las formas para que en una alquimia misteriosa de efluvios y moléculas la forma se haga mujer. Sé que no bastan las líneas, masas y proporciones para construir la belleza, sino que ésta se hace posible mediante el misterio que la pasión del espíritu creador agrega a la forma. Pero no sé si es mi espíritu el que agrega visiones, o si la mano que creó la forma pudo aprehender y plasmar algo que emanaba del alma de la que intentó imitar. La belleza verdadera no es sólo presente sino, sobre todo, promesa.
La obra que está frente a mí, vive: debajo del barniz, del color, del estuco, se agitan risas, miradas, actitudes, andares. No soy sólo lo que ves, sino lo que a partir de tus ojos sientes e intuyes. Soy una diosa y es tu contemplación donde se instituye mi inmortalidad. ¿Cómo fue en realidad Nefertiti? ¿Por qué me dice tantas cosas inconclusas que son como un soplo de luces que reverberan fugazmente y se extinguen en mi corazón? La he mirado desde todos los ángulos: de adelante, en tres cuartos, de perfil, de atrás; la frente, la nariz, los labios, el ojo estrábico. Estoy anonadado, estoy arrasado, y noto latir mi corazón con enorme violencia. Me siento un poco triste porque la razón no me consuela con la limitada realidad de este espacio-tiempo en que transcurre mi vida: Berlín, Museo de Arte Egipcio, una bella escultura. Una sensación indefinible como de haber perdido algo me araña el espíritu.
Al salir a la calle el sol de la tarde está todavía radiante y pienso que algo me llevo y que algo de mí se queda allí dentro. Me cruzo en la vereda con un grupo de muchachas jóvenes y hermosas pero me siento insatisfecho. Mariana, Amanda… Mariana, Amanda… También siento que se desata en mí algo parecido al hambre y la sed, pero que viene desde el alma. Y curiosamente, también, en la carne se me agita una necesidad de búsqueda. Hay un hueco en mi presente, hay una especie de honda nostalgia, hay un espacio antiguo e inagotable que debo procurar llenar.
ANDRÉS CANEDO. El año pasado, en junio, presentó en la Feria Internacional del libro de Santa Cruz de la Sierra, la segunda edición de su novela
Pasaje a la Nostalgia (Editorial Kipus, Cochabamba, Bolivia). Tiene, además, algunos cuentos publicados en diversos libros:
Sara, Sara, Ciudad Íntima (Gobierno Municipal de Santa de la Sierra) y en la antología
Una Mirada al Sur (Pasión de Escritores, Buenos Aires, Argentina);
Cartas de Amanda (Editorial La Hoguera, Serie Medusa de Fuego, Santa Cruz, Bolivia). Actualmente presenta semanalmente Relatos y Crónicas en su página de Facebook y con los que tiene la idea de hacer un libro. Es profesor de literatura universal en Cambridge College (Santa Cruz).
Imagen | Google
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