Soy una persona escrupulosa en lo que
a higiene se refiere; desde que comencé a leer a Kafka una obsesión por limpiar
cavidades y resquicios se disparó. Me perturbaba la posibilidad de que alguna
plaga estuviera viviendo a mis espaldas. Conforme despuntó el
día me sofoqué más, el olor de los químicos que había estado usando para el
exterminio me penetró hasta llegar a mis pulmones, sentí las piernas pesadas y
con poca movilidad, mi voz parecía un chillido que se ahogaba dentro de una
laringe revestida de flemas. Sin embargo, debía limpiar completamente mi
apartamento.
Herví vinagre para
rociar las baldosas y el cancel del baño, vertí cloro y amonio en el excusado,
tallé con una fibra cada hendidura hasta que la mezcla de dichas fórmulas me
intoxicó aún más. Salí del cuarto por unos minutos para recuperar el aliento,
inhalé una dosis de salbutamol. Con un cincel removí el hongo entre los
azulejos, agregué vinagre, bicarbonato y limón al tanque del inodoro para quitar
el sarro. No solamente no deseaba convertirme en un bicho, no deseaba que
ningún insecto amaneciera junto a mí.
Puse en un costal
toda la ropa de cama, aspiré el colchón y con una lupa y una linterna
inspeccioné meticulosamente sus costuras, barrí durante dos días seguidos y
lustré con una estopa el piso de madera. Barnicé con sosa las parrillas y el
horno de la estufa, inserté un alambre entre la pared y los tubos del gas para
eliminar completamente el cochambre. Vacié el refrigerador y lo tallé con
vinagre y limón por dentro y por fuera. Lustré la mesa de la cocina hasta
conseguir el brillo que tienen los espejos.
El termómetro marcaba
diez grados más que el día anterior, era una masa de calor debido al temporal.
Mi asma se agravó, jalé una silla y la puse frente a la estufa, me faltaban
sólo algunas páginas para terminar con Kafka, inhalé 20 ml de salbutamol más y
me senté al acecho de cualquier animal. Desde
mi asiento podía ver el reflejo de mi cuadro favorito de Diego Rivera, mis
flores de mayo, mi archivo repleto de cuentas por pagar, mis recetas de cocina
y mis lápices afilados. Mientras cambiaba de página vi de reojo a una pequeña
cucaracha que se paseaba sobre mesa. Me levanté con calma, agarré una
servilleta y la aplasté completamente con mi palma. Debe ser que están
buscando un refugio por el calor, pensé, pueden haberse metido por debajo de la
puerta o por el baño, la cocina estaba impecable y no había encontrado ningún
rastro de excremento. Envolví el cadáver, lo aplasté una vez más con mis dedos,
sabía lo difícil que era exterminarlas. Puse la servilleta dentro de una bolsa
de plástico y la metí al bote de basura. Me desinfecté las manos con alcohol y
seguí leyendo.
El edificio estaba
callado, la mayoría de los inquilinos trabajaban durante el día, excepto el
gordo de abajo que se dedicaba a sacar borrachos de un bar, escuché un breve
rumor que salía del archivero, me asomé y vi a una débil cucarachita que se
paseaba indecisa sobre mis lápices. El insecto estaba tan absorto en sus
pensamientos que pensé que era el momento exacto para culminar el exterminio.
Con las dos manos saqué todos los sobres del archivero y los sacudí, una
interminable cascada de cucarachas rubias cayó sobre la mesa. Unas se
escondieron debajo de las flores y la cafetera, otras se amotinaron detrás de
Diego Rivera. Sin tiempo para cubrirme las manos, dejé caer los estados de
cuenta y las apachurré con mis palmas. Tres de ellas estaban preñadas porque al
reventarlas una pulpa blanca salpicó mi ropa. Sentí una repulsión visceral. Me
limpié las manos con el vestido y luego me lo quité. Una picazón se trepó por
entre mis piernas, sentí que las cucarachas tapizaban mi cuerpo.
Di de brincos y
gritos para quitarme la membrana que comenzaba a crecerme en la espalda. Me
arrastré por el piso hasta llegar al baño, abrí la regadera y me vacié el resto
del vinagre sobre el cuerpo. Esperé que mi asco mermara, regresé a la cocina,
abrí el ácido bórico y miré dentro del archivero, allí unas cuantas cucarachas
resguardaban cientos de huevecillos, la proliferación era inevitable, sin
reparo las cubrí con el ácido, algunas corrieron a morirse debajo del
refrigerador, otras, las más rechonchas, se dejaron caer al piso. Abrí la llave
del agua caliente, descolgué a Rivera y lo metí debajo del chorro. Unas güeras
grandotas salieron, llevaban el caparazón ya casi desprendido, se deslizaron sobre
el aluminio del fregadero, quité la canasta del desagüe y vi cómo un remolino se
llevó a los cadáveres.
Miré sobre la mesa,
el montón de sobres aún estaba allí, sería un desatino que se escondieran entre
mis deudas atrasadas, moví los papeles, otra familia de cucarachas salió
disparada buscando refugio a cualquier costo. Algunas rodaron por entre mis
piernas, otras lograron quedarse adheridas en mis brazos, tal cual si fuera
talco, espolvoree el veneno sobre mi cuerpo. Metí todas mis deudas en una bolsa
de plástico transparente y le hice un nudo. Azoté la bolsa violentamente contra
el piso hasta levantar una tolvanera. Una cucaracha bastante robusta salió de
entre los talonarios de la renta vencida, sus antenas se movían buscándome. La
miré, su cuerpo estaba dilatado, el veneno comenzaba a hacer efecto, pronto
explotaría. Con mi dedo índice y pulgar la aplasté, trituré con yemas y uñas su
vientre, sentí que se me reventaba la hiel en el momento que un líquido
amarillo y viscoso salió por su boca y ano. Temblé de horror, fue como si esa
pus pálida y fétida me salpicara por dentro. Sin darle tiempo a Kafka, deshice
el nudo de la bolsa con la boca, metí el libro e hice dos nudos para evitar que
escapara. Tiré el paquete al piso, Gregorio chilló al sentir mis pies tibios
por la secreción de fermentos que salían de entre la última parte de la
historia. Una hinchazón empujó mis entrañas hasta hacer un boquete en mi
ombligo, traté de pedir ayuda al gordo, cuando llegué a la puerta una pulpa
hedionda y rancia me cubrió hasta asfixiarme.
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EDITH
VILLANUEVA SILES. Nació en
la ciudad de México. Egresada de la Escuela de Escritores de México, SOGEM. En
1997 publicó su primera novela Mi
virginidad lleva acento. Ganó la beca del FONCA de intercambio de
residencias artísticas 2003. Ha colaborado con crónicas en la Jornada semanal. Actualmente reside en
Nueva York.
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