Hay un viejo chiste que da cuenta de
la diferencia entre filosofía, teología y ciencia. Explica que la filosofía es
como buscar a tientas un gato en medio de una habitación a oscuras. La teología
es como convencerse de que ya se tiene el gato agarrado por la cola. La ciencia
es prender la luz para determinar dónde está el gato de una vez por todas, en
caso de que haya alguno. Hasta ahí el
chiste. Sin embargo, ¿qué sería el materialismo Feuerbachiano? Sería, ya con la
luz prendida tomar a ese gato, detenernos en su color, su textura, su aroma, sus atributos perceptibles a los sentidos. El
gato como cosa (Gegenstand), el gato como lo sensible bajo la forma del objeto
(Objekt) o de la contemplación (Anschauung). El gato como fenómeno que se
arroja frente a nuestros sentidos. Sin
embargo, el materialismo histórico desmenuzaría al gato como actividad humana sensorial, como una
práctica; no de un modo subjetivo; en síntesis, como producto de una
actividad humana objetiva. El gato como producto de diez mil años de
domesticación, de cruzas artificiales, de modificaciones fisiológicas derivadas
del contacto con el ser humano. El gato en su doble vida de mascota y animal
independiente que a veces escapa y establece interacción con una pandilla. El
gato que se diferencia del ser humano en cuanto que no produce sus medios de
vida, al menos no en términos institucionales ni económicos. Y sobre todo, la
idea del gato concebido como mascota -con todos los atributos que la categoría
conlleva-, como una idea desprendida del ser social del observador.
***
La teología es dura de matar. A falta
de dioses celestes, algunos pueblos han producido dioses revolucionarios. En
los rangos superiores de la insurgencia, la producción de la Revolución puede
conducir a la producción del propio genio y figura como ente divino. La resonancia teológica pervivió en los
escritos del mismo Walter Benjamin aún después de la escritura de su discurso El autor como productor. La poéticas
teológicas de Rusia como la de Ajmátova,
proscritas durante la era soviética, prosperaron en Occidente, y el día de hoy
son más apreciadas en la Rusia de Putin que cualquier cosa de Maiakovsky. Los poetas bardos de los regímenes
revolucionarios como el cubano fueron los teólogos adjuntos de la revolución, y
lo mismo pasó en Nicaragua y en el Salvador. Ernesto Cardenal fue teólogo tanto
como revolucionario y poeta.
***
¿Cabría establecer una distinción
entre los adjetivos "matérico" y "materialista"? Tal vez no
sea conveniente utilizarlas de forma intercambiable. Es más frecuente escuchar
el calificativo "matérico" en el argot de las artes plásticas: la RAE
la define como "perteneciente o relativo a los materiales utilizados en
una obra de arte", o bien, "que emplea como medio de expresión
materiales distintos a los utilizados tradicionalmente en la obra de
arte". También es posible que Andrés haya utilizado la palabra en relación
a "todo aquello relativo a la substancia distintiva de los objetos físicos
perceptibles ante los sentidos". Sin
embargo, toda la evidencia contenida en El
viejo arte de lo nuevo apunta sobre todo a otros conceptos, el del
materialismo dialéctico y sobre todo hacia el materialismo histórico, que
Andrés caracteriza como una interpretación del mundo a partir del cuerpo y de
los sentidos, interpretación y construcción simultánea que se acomete con la
vida misma. Así, el poeta señala:
El materialismo trata sobre la vida; producir y
reproducir la vida, al mundo y al hombre. Producir los sentidos y con ellos la
percepción, al mundo y al pensamiento. Por lo tanto, una ciencia, un
pensamiento, una poesía materialista no puede soslayar esta noble labor. Y los
instrumentos para hacerlo son un legado y una invención: sería ingenuo pensarlo
de otro modo, una ilusión moderna, un dogma: la materia no se destruye.
Fact
check rápido: la materia sí se
destruye. Basta bombardear durante suficiente tiempo con positrones y los
electrones empiezan a desaparecer de la faz del átomo, gracias al fenómeno
conocido como aniquilación de pares.
Lo que siempre se conserva durante los procesos de transformación es la masa, y la masa es un término que guarda diferencias con el término materia. Este último término ni siquiera
goza de una consideración científica unánime. La ciencia ha hecho una gran
cantidad descubrimientos a partir de Marx. Y la ciencia social ha hecho
sorprendentes descubrimientos respecto a la ciencia pura y dura: sus
pretensiones de universalidad han sido objetadas exitosamente, al igual que ha
sido revelada la forma como su relación con el poder (sea cual sea su flanco
ideológico) interfiere con su función social. La ciencia también es ideología,
aunque no sea justo rebajarla al nivel de la ideología religiosa. La historia
de la ciencia es tan conflictiva como cualquier otra historia, y como bien
apunta ACC:
Es una cuestión de perspectiva histórica, de creer que
sólo hay una historia y que la historia que se ha escrito es la verdadera, sin
reparar en que la historia es un pelaje, un campo de espigas, en el que se
oculta aquello que incomoda, disiente o contradice; el pequeño problema es que
aquello que resulta discordante es la vida a la que se quiso acallar, negar,
ocultar, pero que sigue pujante, en medio de una superficie tan artificial como
homogénea (...)
Pero regresemos en este punto a la
obsesión de ACC con la ley de la conservación de la materia, y entendamos el
intríngulis de la postura radical que se propone: una de las transformaciones
posibles de la materia es la escritura. La palabra sería otro estado de la
materia. Este paradigma choca, por supuesto, contra la idea de la representación lingüística, función simbólica del lenguaje, y muchos
otros estamentos básicos de la lingüística. Pero no estamos ante un tratado de
ciencias del lenguaje, sino ante unos manifiestos poéticos, y hay que adecuar
nuestras expectativas en ese sentido.
Artísticamente, la transformación de la palabra en materia es una idea útil. Ante la compulsión de todo escritor de estar siempre haciendo sentido del mundo a través del verbo, de captar la totalidad de las objetos y entes que desfilan ante sus sentidos, el mito de la palabra-materia adquiere una relevancia medular en la propiciación de la fertilidad literaria. Curiosamente, la idea puede rastrearse hasta un antecedente teológico: el pórtico de acceso al Último Evangelio: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" (Juan 1:1), y el versículo final de este primer capítulo: "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (...), lleno de gracia y verdad" (Juan 1:14). En estos dos versículos la palabra "Verbo" traduce al término griego λόϒος (logos), que se refería al procedimiento intermedio mediante el cual Dios había otorgado substancia a las cosas materiales y mantenía comunicación con ellas. Sabedor de que este origen genealógico del logos repugnará a ACC, retrocederé más aún, hasta una importante fuente del cristianismo, que el poeta abrazará con mayor tranquilidad: la doctrina estoica. Y más aún, descenderé hasta los remansos de Heráclito. Permítasenos, pues, acudir al Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano, que aclara:
Artísticamente, la transformación de la palabra en materia es una idea útil. Ante la compulsión de todo escritor de estar siempre haciendo sentido del mundo a través del verbo, de captar la totalidad de las objetos y entes que desfilan ante sus sentidos, el mito de la palabra-materia adquiere una relevancia medular en la propiciación de la fertilidad literaria. Curiosamente, la idea puede rastrearse hasta un antecedente teológico: el pórtico de acceso al Último Evangelio: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" (Juan 1:1), y el versículo final de este primer capítulo: "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (...), lleno de gracia y verdad" (Juan 1:14). En estos dos versículos la palabra "Verbo" traduce al término griego λόϒος (logos), que se refería al procedimiento intermedio mediante el cual Dios había otorgado substancia a las cosas materiales y mantenía comunicación con ellas. Sabedor de que este origen genealógico del logos repugnará a ACC, retrocederé más aún, hasta una importante fuente del cristianismo, que el poeta abrazará con mayor tranquilidad: la doctrina estoica. Y más aún, descenderé hasta los remansos de Heráclito. Permítasenos, pues, acudir al Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano, que aclara:
En Heráclito, el logos es la razón universal que domina el mundo y que
hace posible un orden, una justicia y un destino. La sabiduría consiste
principalmente en conocer esta razón universal que todo lo penetra y en aceptar
sus justas decisiones. El Logos es de este modo la representación inteligible
del fuego inmanente al mundo, principio del cual toda realidad surge y al cual,
en último término, todo vuelve. Esta doctrina fue aceptada y transformada por
los estoicos, quienes admitieron el Logos como una divinidad creadora y activa,
como el principio viviente e inagotable de la Naturaleza que todo lo abarca y a
cuyo destino todo está sometido (T II, p. 84).
Y ahora regresemos a ACC: "La
materia no se crea ni se destruye sólo se transforma, se lee y se escribe"
(13). O bien, en este fragmento donde amplía el concepto: "Porque la
poesía puede tocarse, y brota de la estructura radiante que ocupa temporalmente
(en su cauce) un mismo espacio, podemos saber que la poesía es materia"
(p. 19). La palabra es aquí uno de los estados de la materia, y no sólo estado
potencial. No son símbolos ni cadenas de símbolos con correspondencias en el
mundo material, sino que constituyen otro estado de la materia, que fluye, que
se estremece con las oscilaciones cósmicas. Puede sonar como una concepción
extravagante, pero al menos puede servir para comprometer a los poetas a
tomarse en serio lo que escriben.
***
La poesía materialista sería debe ser
no sólo una alquimia, sino una actividad crítico- práctica, el producto de una conceptuación del mundo que
interroga no sólo los medios de vida de las personas, sino la naturaleza misma
de los medios de vida con los que se encuentran y que tratan de reproducir. Si Una flor de viento crece y de una palabra
nace la tormenta es un trabajo útil para ejemplificar la poética materialista, entonces queda claro
que es una poesía insolente, aguerrida, que conmina a la acción, que previene
ante las certidumbres falsas, que no teme a la muerte y que afirma el poder del
verso. Este poema vertiginoso, un manifiesto de casi medio centenar de líneas,
abre con un grito de guerra: "Porque nosotros no creemos, pensamos./ No
esperamos, actuamos, /No asumimos, luchamos./ Y por única verdad conocemos la duda (p. 30)". Declara la edad del
universo, los nombres con quienes el poeta se considera deudor, la muerte del
dios opresor y el nombre de los dioses oprimidos y olvidados, ilumina el
misterio de la muerte con luminosas consideraciones, y celebra el mundo de
posibilidades que se abren ante cada ser vivo y pensante. Sobre todo, deja
claro en qué consiste el destino manifiesto de todo poeta: caminar en la selva
de la noche y desaparecer en la tormenta. Aquí tenemos sintetizadas las
coordenadas de la poética de ACC: vitalidad, intensidad, racionalismo, ética, antiteísmo y fatalismo. Sus
operaciones de mayor magnitud acaecen en el monólogo filosófico y en la
escenificación visionaria. Es un artista
del ritmo y la composición. Domina el contraste del estrépito con el sosiego.
De hecho, el poema con el que cierra El
viejo arte de lo nuevo, intitulado No
existe espacio para una casa, es un gesto agradecimiento en el que, tras
reflexionar sobre lo que él considera una casa (un espacio que acompañará el
cuerpo a donde quiera que vaya), agradece al lector la visita al poema,
"eje de mi casa", y por compartir con el poeta el mismo lenguaje.
¿Quién dijo que los anticlímax no podían ser estremecedores?
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