Quién no se iba a enamorar de ella, quién
en su sano juicio no sucumbía a su linda sonrisa, al movimiento de su cadera, a
sus grandes ojos cafés, a los tatuajes que adornaban su cuerpo, no escultural
pero perfecto, la respuesta era fácil: todos.
Isabella creció
en una familia grande pero disfuncional. Tenía hermanos, tíos, abuelos y a sus
padres, los cuales se separaron cuando ella era muy pequeña, y fue lo mejor,
siempre estaban peleando, quizá por esa razón no creía en el amor, nunca tuvo
un ejemplo de pareja perfecta más que el de las películas románticas que le aburrían.
Tenía veintidós años y ya se había acostado con unos 30 hombres y un par de
mujeres también, qué se puede decir, vivía su sexualidad al máximo.
Llegó a tener
algunos novios, aunque ciertamente no le gustaban las relaciones serias,
duraban uno o dos meses como máximo, además le desagradaba la fidelidad, por
eso prefería estar sola y, aunque regularmente se le veía muy alegre, en
ocasiones se deprimía se sentía sola, con un vacío por dentro porque, vacío que
a veces llenaba con cerveza, tatuajes, marihuana, o sexo casual. También se
refugiaba en filosofías occidentales como el budismo o hinduismo.
Los hombres, todos, se enamoraban
fácilmente de ella, hasta los más patanes, unos por su extrovertida forma de
ser, otros por lo linda que era, por su amabilidad y, otros, los más
afortunados, por su manera de coger. Era muy habilidosa, además había leído
libros como el kamasutra y el tantra, cuyas enseñanzas ponía en práctica a la
hora del acto. Lo hacía de todas maneras y en distintas posiciones, eso sí, tenía
una regla, no mamársela a cualquiera, pocos fueron dichosos de sentir el arte
de su boca entre sus piernas, entre ellos Yidam.
Muchos conocían
ya la fama de Isabella. Él lo sabía pero no le importó. Fue uno de los tantos
que se enamoraron perdidamente de ella pero el único que logró llegar a su
corazón. El único amor de su vida. Eran amigos de tiempo atrás, no de esos
mejores amigos que se cuentan todo o que salen juntos. Simplemente amigos,
conocidos que nunca se ven pero cuando lo hacen se saludan como si se quisieran
mucho, pero que a final de cuentas no tienen nada de qué hablar. Ese día fue
sábado, cuando cogieron por primera vez, todas las buenas historias comienzan
en sábados alcohólicos.
Estaban en una
fiesta con mucha gente, mucha cerveza y mucha droga. Ellos se encontraron en el
patio. Él estaba harto del humo de marihuana que infestaba toda la casa y ella
salió a hablar por teléfono. Se miraron y se saludaron como siempre lo hacían,
entusiasmados, quizá ya había algo entre ellos y no lo sabían. Charlaron un
rato, de lo de siempre primero y de otras cosas después. Luego de unos minutos
Yidam le dijo que lucía muy bonita, la miró a los ojos, la tomó del rostro y la
besó. Isabella se dejó llevar. El beso tuvo un comienzo romántico. Su
intensidad subió al ritmo de sus respiraciones.
Él le apretaba
una nalga con una mano y un seno con la otra. Ella le acariciaba la verga por
encima del pantalón. De la nada Isabella se detuvo, miró para todos lados,
luego hacia Él y sonrió. “Ven”, le dijo y lo tomó de la mano. Lo llevó adentro,
todavía se respiraba el humo de la hierba pero ya no le prestó importancia.
Buscaron un cuarto por todo el lugar. Ninguno estaba vacío. En el que no estaba
cogiendo alguien, estaban fumando ácidos. Para cuando dieron con su última
opción, el baño, la calentura ya se había bajado, pero iban decididos. Entraron
al sanitario, un pequeño cuartito maloliente pero ideal para lo que ellos
querían hacer.
Al cerrarse la
puerta empezaron los besos y las caricias, no había palabras románticas ni nada
de esas cosas. Yidam la volteó y la puso contra la puerta, traía puestos unos
leggins negros que no dudo en quitar y, abajo, sus nalgas custodiadas por unas
bragas blancas, casi infantiles, con corazoncitos, las cuales también quitó.
Lamió y beso su sexo, sus nalgas. Se levantó, se bajó el pantalón hasta las
rodillas, sacó su verga y se la metió, estaban de pie, la ventaja de ello es
que mientras se la cogía, con una mano acariciaba en círculos su clítoris y con
la otra apretujaba sus dos senos.
“Espera”,
exclamó Isabella entre gemidos. Se agachó y se la empezó a mamar. Era como
magia. El éxtasis lo invadió, se llenó de energía, de adrenalina, la levantó,
la puso de nuevo contra la puerta y se la volvió a meter. La envistió con mucha
fuerza, encabronado. Ella gemía pero Él le tapó la boca con su mano, alguien
tocaba a la puerta, “abran, quiero mear” decía una voz borracha. Yidam apresuró
el paso. “No te vayas a venir adentro de mí”. Los movimientos se avivaron.
Cuando sintió que se llegaba el momento de la culminación sacó su verga y se
vino sobre sus nalgas y su espalda. “Ten, límpiate”, le dijo Yidam al tiempo
que le pasaba un pedazo de papel higiénico. Salieron del baño, había una fila
de gente esperando a entrar, “pinches cochinotes, cachondos, cochones”, se
escuchó cuando salieron juntos.
Al día siguiente
Yidam llamó a Isabella, le invitó un café, ella aceptó, no por que estuviera
interesada en Él, sino porque no tenía nada más que hacer. Platicaron un poco
de todo, desde sus vidas amorosas, las fiestas, el alcohol, drogas, filosofía,
religión, el origen de la vida, cosas cotidianas. Para sorpresa de ella, Él no
mencionó nada de lo sucedido un día anterior, ni tampoco algo relacionado con
ellos dos, “quizás a Él tampoco le gusta eso del amor”, pensó ella.
Pasaron tres
días y Yidam no le llamaba, no sabía nada de Él, no es que quisiera saberlo,
simplemente deseaba mandarlo a la chingada como hacía con todos. Al sábado
siguiente se volvieron a encontrar en otra fiesta. Isabella esperaba que Él le
hablara. “Ahora sí lo mando a chingar a su madre”, pensó. Pero ocurrió lo
contrario, no le prestó atención. Pasaron dos horas, Isabella había bebido como
lo hacía normalmente, Yidam llegó y la saludo con un beso en la boca.
−Tenía ganas de
verte, Isabella.
−¿Ah sí?
−Sí− respondió y
la volvió a besar.
−¿Por qué me
besas?
−Porque me
gustas, porque me gusta besarte.
−Ya no lo hagas.
−¿Por qué? ¿No
te gusta?
−No es eso− La
volvió a besar.
−¿Entonces?
−No sé− la
volvió a besar.
−¿Quieres ser mi
novia?
−No.
−¿Por qué no?
−Porque no− la
volvió a besar.
−Bueno, como
quieras− la tomó de la mano, la llevó a un cuarto.
−¿A dónde me
llevas?
−Tú no digas
nada y sígueme.
Quién sabe por
qué, a pesar de su negativa, lo siguió. Entraron al cuarto. Él encendió la luz.
−Bájate el
pantalón− dijo Yidam
−No.
Se acercó a
ella, la besó. Él mismo lo desabrochó, la acostó en la cama, le bajó su ropa
interior, miró un momento su sexo, metió sus dedos y luego empezó a juguetear
con su lengua. Yidam se desabrochó el pantalón, se sacó la verga, se tendió
sobre ella y se la metió.
Entre gemidos, vaivenes y sudor, le dijo
sin dejar de cogérsela
−¿Por qué no
quieres ser mi novia, Isabella?− dijo agitado.
−¡Ah! ¡No
hables!− respondió.
−Dime.
−No me gusta el
amor.
−No te estoy
pidiendo amor, te estoy pidiendo que seas mi novia, quiero cogerte como te
estoy cogiendo ahorita pero cuando yo quiera.
−¡Ya cállate y
sigue!
−¿Vas a ser mi
novia?
−Sí, cállate y
sigue.
Sonrió y se la
empezó a meter con más fuerza hasta que se vino sobre su pelvis. No supo cómo,
ni cuándo, ni por qué, pero se enamoró de Él, tal vez por su forma de tratarla
y de cogerla, o por su manera de hablar y de mirarla, de hacerla sentir
querida, de hacerla sentir mujer, su soledad había muerto y era feliz, pero
¿qué es ser feliz? La pasaban bien, iban a fiestas, se emborrachaban juntos,
tenían sexo a diario. Él iba a visitarla a su casa como hacen los novios,
conoció a su familia, se adaptó bien. Ella también iba a la casa de Él, sólo a
coger y a dormir, pero había algo: Isabella nunca se sintió igual, radiante,
acompañada. Era raro sentirse así, estaba acostumbrada a la soledad, a estar
triste de vez en cuando, a vagar por su mente y perderse, pero ahora era feliz
y no sabía qué hacer ¿Qué sentido tiene el mundo? ¿Por qué si tenía todo se
sentía así? Toda mujer desearía tener la suerte que ella tuvo, pero Isabella no
era como todas esas mujeres.
Un sábado Yidam
quedó de llegar por ella a las 8:00 pm para ir a un concierto de rock. Vaya
sorpresa que se llevó. Al ir llegando a su hogar vio ambulancias y policías a
fuera de la casa de Isabella. “Tal vez fue su mamá o alguno de sus tíos que
tuvieron algún accidente, o tal vez los vecinos”, pensaba. Pero no, cuando se
acercó para ver qué pasaba miró a la mamá de su amor llorando, se asustó, no
veía por ningún lado a Isabella, le empezaron a temblar las manos y las
piernas. De pronto salieron dos paramédicos con una camilla, alguien iba en
ella, no sabía quién, llevaba una sábana blanca cubriéndolo hasta la cabeza.
Sus ojos se
cristalizaron, se acercó, de la sabana sobresalían unos tenis Vans negros de
Pink Floyd, eran los de Isabella. Yidam corrió hacia ella, los policías lo
detuvieron. Él lloraba desconsolado, no sabía qué hacer, no sabía qué fue lo
que pasó, no sabía nada. Cuando se tranquilizó le dijeron que la encontraron en
su habitación sin vida, se había tomado todo un frasco de pastillas; nadie se
dio cuenta, ella siempre se encerraba horas en su cuarto. A un lado de su cama
estaban tres cartas, una para su mamá, otra para sus hermanos y otra para Él,
la cual decía:
Yidam, mi amor, sé que no va a ser fácil para ti, para mí tampoco lo es, pero no encuentro en esta vida nada que me haga sentir bien y, aunque te amo y me haces feliz, no es suficiente, yo busco algo más, no sé qué, algo así como trascender, pretendo encontrarlo del otro lado. Espero que encuentres a alguien que sepa amarte y te haga feliz, te lo mereces. De nuevo te pido perdón por esto.
Te amo. Siempre tuya: Isabella
PD. Creo que le gustas a mi amiga Mariana.
FREDY
LANDEROS ADAME. Nació el 30 de marzo de 1993 en la
ciudad de Durango. Su carrera como escritor comenzó a los 15 años cuando
escribió canciones para una banda de punk a la que perteneció, pero fue más o menos
a los 19 años cuando empezó tal cual a escribir poesía y narrativa en el taller
del poeta Jesús Marín. Fue seleccionado para participar en “Los Signos en
Rotación Interfaz” en la ciudad de Monterrey. Participó en el encuentro
internacional de escritores José Revueltas, también tuvo una colaboración en la
revista virtual “La Otra”. Actualmente tiene tres poemarios publicados de
manera autónoma y trabaja en un libro de cuentos. Cursa el quinto grado en la
carrera de psicología.
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