ENERO
Conocí
los gritos en noches calurosas que incendiaban la infancia,
la
arrebataban, la sometían al laberinto de los misterios
Crecí
hasta los dieciocho años porque luego del amor
que
según yo sentí por una mujer, cierta parte de mí se quedó en ella
Floreció
en un árbol que trascendió mis proporciones
Grité
su nombre siete veces pero siguió caminando con mis poemas,
los
llevaba arrugados en la mano derecha y ocultaba lágrimas
que
no me conmueven ahora porque se fosilizaron en el silencio
Esperé
a que transcurriera el mundo, a que conociera un poco más de mí
pero
sólo me hizo girar al ritmo de la ausencia
No
me di cuenta de lo que estaba pasando: era yo afeitándome,
pendiente
del celular, de los mensajes de la nueva ella
Me
debatí entre el corazón de la primera y el corazón de la segunda
(era
un hecho que yo necesitaba seguir de pie)
En
un mediodía repasé el alfabeto al aire y elegí la onceava flecha.
FEBRERO
Me
sumergí en ella, cometí el error de perderme, de no saberme entero
Le
regalé mi aliento, le regalé un par de canciones,
le
regalé la oscuridad más onírica que pude encontrar en la sabiduría
del espacio
Me
hizo pedazos con sus manos blancas, decía no entender nada
pero
sospecho lo contrario: lo sabía todo, lo veía todo
Era
una perra llena de miedo, una vagabunda con mejor suerte
Era
la frágil presencia que se abisma cuando le hablan las estrellas al oído
Era
todo para mí, sus entrañas eran túnel
por
donde pasaba la voz del mundo, la voz del cosmos, la voz de un dios
que
nos veía desde su punta más alta y nos bañaba de sueños.
MARZO
Me
transformé en el espejo más fiel de mi infancia
No
tenía fuerza para implorarle que se alzara en mi cuerpo
No
tenía nada: me llené de vacío, sombras erraban
cuando
no sabía nombrar lo que explotaba en el corazón
que
ella había reventado con su espíritu férreo
Pasaron
los ciclos del alba,
me
recordaban cuando me sometía a sus cabellos
—dulce
compañía que cristalizaba mi sueño infantil—
que
también me quitó con su mano de bruja
Yo
la recuerdo con ternura, yo la recuerdo con odio
no
importa, yo la recuerdo
Yo
no quería colocarla en un trono para dedicarle versos,
la
hubiera destruido con la espada de mi pensamiento
pero
frente a sus ojos, la miel hería mis párpados
No
era mi intención edificarla con granos de oro,
también
me provocó náusea, también me dieron asco los momentos
que
arrojamos a la barranca de la mierda
Un
buen día la mandé a la chingada, así nomás la desbaraté en el viento
pero
su perverso nombre traza una espiral constantemente
cuando
voy por las avenidas que repasamos juntos
La
recuerdo y exploro sus piernas desde mi sentimiento invertido,
desde
el punto que está lejos de sus coordenadas
Probablemente
ella duerme cuando la tomo entre mis brazos.
Los poemas
pertenecen a Batalla de la aurora (Puerta Abierta, 2015).
KRISHNA NARANJO ZAVALA (Colima, México, 1984). Es Maestra en Letras
Hispanoamericanas. Actualmente estudia el Doctorado en Estudios Mexicanos en el
Centro de Estudios Superiores y de Investigación (CESI). Es coordinadora
académica de la Licenciatura en Letras Hispanoamericanas de la Universidad de
Colima. Es integrante, en calidad de colaboradora, del cuerpo académico 49
“Rescate del patrimonio cultural y literario” de la Facultad de Letras y
Comunicación de la Universidad de Colima. Ha publicado los libros de
poesía: Letanías Mestizas (2011), Batalla de la aurora (2015), Tierra
de cada día (2015). Tal vez el bosque (2016).
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