Mañana los poetas cantarán un
divino
verso que no logramos entonar
los de hoy
Enrique González Martínez
Cuatro secciones forman el poemario La alforja de los despredimientos
(VersodestierrO, 2009) que presenta Álvaro Baltazar Chanona Yza (Yucatán,
1962), para mostrarnos su capacidad poética, y redescubrir, mediante el diálogo
que establece con el lector, los alcances de su voz poética. Diez poemas
numerados que integran la sección Del
Caribe esta cosmogonía, seguida por La
alforja de los desprendimientos, que da nombre al poemario, luego Los sueños hirsutos de un navegante, y
los ocho poemas que integran Entre el
erial y el río. Y dentro de las apenas 72 cuartillas uno puede navegar al
vaivén de los versos, nunca en calma, sino al borde de fenecer ahogado en la
materialización poética. He ahí el discurso y la forma, los rompimientos, y los
recursos.
Pero quiero detenerme a platicar
sobre el apartado que forma La alforja de
los desprendimientos, porque brilla por la calidad de sus versos. En él podemos encontrar un
estribillo como este: Nada tengo ahora / que no sea este oficio /
desenfrenadamente terco y solitario / que es traducir el alfabeto invertido/ de
la noche… cinco versos iniciales del poema Itinerario.
Uno se detiene al encontrarlos, al recitarlos se determina parte de la búsqueda
del lenguaje, algo tiene de esa persecución de las ideas, algo como el hacernos
siempre un mundo. Ese mundo propio que es la nuestra literatura, la nuestra
idea del poema, la nuestra idea de ser el vaso comunicante en el que nos es
necesario dibujarnos la vida, el pensamiento, las sensaciones.
Porque uno se sabe preso de esta
maldición que es el ser poeta, cuando a media noche (ese alfabeto invertido)
nos despertamos al darnos cuenta que la frase tal, el adjetivo que pusimos, no
termina de agradarnos, y entonces la noche nos maldice con el insomnio sin ojos
trepado encima de nuestra nariz, con ese su olor a mediocridad con que se burla
y nos insulta. El monstruo del insomnio que va creciendo hasta apoderarse de
nuestras manos, ojos, piernas, y nos impide respirar.
Caminamos al ordenador, y
trazamos nuestro sueño hacia vislumbrar el ojo frío del insomnio, la angustia,
el desesperante principio de la creación que nos va dañando el espinazo, la
columna vertebral, las nalgas, las piernas colgadas, movernos hacia un lado,
quemarnos la lengua con el café caliente, y estar seguros de que tenemos que
mejorar el texto. Y nos vamos mirando el reflejo en la pantalla del ordenador,
y la hoja blanca va burlándose de nuestro empeño.
Buscamos descansar de este
maldito oficio, y maldecimos, y tenemos que recurrir a nuestras fuentes, todos
los otros poetas refugiados en los libros, y también les mentamos la madre, y
decimos, que chingón el Darío, poca madre Dylan Thomas, y yo con este verso, y
nos sentimos mediocres, a punto de claudicar, y sabemos que nos leemos y nos
disfrutamos, porque muchos escribimos para llenar esos huecos con esa propia
forma de decir las cosas, aventajar a los lugares comunes, que como perros
rabiosos nos persiguen y se ríen como hienas con el hocico de sus letras junto
a los ojos.
Parece que todo esto lo ha
vivido Álvaro Chanona Yza, y eso lo vuelve mortal, junto con nosotros sus
lectores, y caminamos por la página del libro hasta el siguiente verso: Este
veneno domesticado/ sin etiqueta de advertencia/ que es tocarse el corazón
arrancado de este bagazo/ en que moría, sin el estorbo inmaterial/ de los
espejos…
Y es lo que nos queda,
envenenarnos en la ponzoña del lenguaje. Ya lo ha escrito, dicho y advertido
antes Huidobro en su Arte Poética: Que el verso sea como una llave que abra mil
puertas. Y el poema abre la boca y nos muestra los colmillos afilados del
desprendimiento, los colmillos hartos ya del intelecto. El poema se nos echa
encima con sus fauces negras, buscándonos el cuello. Uno tiene que defenderse,
y avanza la página, pero el rugido es grave y nos va estallando los nervios: Tú
que habitas el cráneo pequeño / de los hombres, que por lo mismo / conoces el
lenguaje arcaico y críptico de la tristeza …
El poema enseñoreado nos mira
pequeños. Nuestros ojos van dejando apenas su huella de locura, de deseo
inacabado, sobre el borde de la página, y Chanona Yza, como ese dios creador
que se presiente dentro de su creación nos tira un dardo más: Porque solo el
que sufre el dolor atávico/ de respirar por vez primera/ el oxígeno rudo y
pueril del nacimiento/ puede una y otra vez repetir el dolor/ que produce la
vigilia constante/ y monocorde de la muerte.
ADÁN ECHEVERRÍA. Mérida, Yucatán, (1975). Premio Nacional El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva 2008, Nacional de Poesía Rosario Castellanos, (2007), Estatal de Poesía Joven Jorge Lara (2002). Becario del FONCA en Novela (2005-2006). Poemarios: El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2004), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008) y Tremévolo (2009); Cuentos: Fuga de memorias (2006) y la novela: Arena (2009). Compiló en Disco Compacto Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México. Autores nacidos en el período 1960-1989 (2008).
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