–¡Tranquila
Sra. Abellán, entendemos lo que siente, créamelo!
–¿Usted
y quién más entienden que…?
–No
es la primera mujer que pasa por esto y viene en este estado. Lo
importante es que está a tiempo de salir de esa vida y, gracias a
Dios, la podemos ayudar
–¿Ayudarme
a qué…? ¿De qué vida? Estoy perfectamente. Si en realidad usted
supiera lo que siento, vería que estoy muy enojada porque me niega
la oportunidad de hablar.
–Nadie
le niega nada Sra. Abellán. Por el contrario, sabemos que la
negación es el síntoma más importante del problema. Si usted
acepta recibir ayuda, nosotros acogeremos a la Nena en el colegio
–¡No
tengo problemas! Me encanta mi vida, mi hija y yo vivimos tranquilas
y felices. Antes de aconsejarme, pregúnteme cómo me siento. Vine a
buscar una vacante para mi Nena en el colegio… No pensé que me
vería en este drama
–Los
dramas llegan sin avisar. Una se casa enamorada, sin sospechar que
puede estar durmiendo con el enemigo. Dios tiene un plan, por algo
usted llegó dónde nosotros, sus hermanos en Cristo. La recibimos
dispuestos a curarla y contenerla
–Por
el amor de Dios escúcheme. Seguro si Él estuviera junto a mí, no
arrojaría la primera piedra, me permitiría
salvar
con la verdad y aceptaría que mi hija estudie en cualquier lado
–¡Exactooooo!
La verdad nos hará libres Sra. Abellán. ¡Difícil, pero es el
único camino! No es culpa suya. Es el modo cómo nos educan; los
modelos que seguimos; las historias que se repiten; la superioridad
con la que nace el hombre. Dios no quiere eso. El demonio nos quiere
pisoteadas. ¡Es hora de que paguen los culpables!
–Todo
bien Sra. Directora. Yo misma fui educada en una familia cristiana.
Mi tío el pastor, me recomendó traer a la Nena a esta escuela. Si
usted y la psicóloga de la institución hicieran bien su trabajo,
profundizarían más en los exámenes de mi hija y notarían que
fantasea, repite una historia dicha al azar o por descuido de un
adulto, o un drama de televisión. ¡Vaya usted a saber qué pasaba
por la cabecita de mi Nena en ese momento! Tengo pruebas físicas; no
soy una mujer maltratada. Me separé del padre de mi hija cuando ella
había cumplido un año. No he vuelto a convivir con nadie. No hay
manera de que Stefy vea escenas de violencia doméstica…
–El
setenta por ciento de las mujeres de este país ha sufrido violencia
física, por lo menos una vez por parte de su pareja. Sin mencionar
la violencia verbal y maltrato psicológico. No creeré que usted
está en el treinta por ciento restante. No hay nada de qué
avergonzarse. Se ve que nunca tuvo el valor de denunciarlo. La
presión social dentro de un círculo como el suyo es fuerte Sra.
Abellán. ¡Si usted no habla ahora, engrosará la estadística de
femicidios! ¡Dios se ha manifestado a través de su hija, déjese
salvar! Ni una menos dijimos en la marcha. Que no sea en vano. Cada
treinta horas una mujer muere en el país por la violencia de género.
–Cállese ya! ¿Cómo le hago entender que mi marido nunca me ha golpeado!
–Por favor, baje la voz. Usted está acostumbrada a las situaciones violentas, pero aquí nadie la ataca. No necesita defenderse. ¡Adelante desahóguese! La veo llorar y no sabe lo bien que le hará.
–Cállese ya! ¿Cómo le hago entender que mi marido nunca me ha golpeado!
–Por favor, baje la voz. Usted está acostumbrada a las situaciones violentas, pero aquí nadie la ataca. No necesita defenderse. ¡Adelante desahóguese! La veo llorar y no sabe lo bien que le hará.
Me
vi ante una batalla perdida, si mi Nena inventó una historia por la
razón que fuese, nada podría probarlo. Nunca entendería la
directora que de status
solo me quedaba el nombre, que me dolía y avergonzaba reconocer que
mi “ex” es un fracasado. Quería salir de ahí y olvidarme de ese
episodio y de mi “ex”. ¡Miserable! No había marcas en mi cuerpo
que demostraran el maltrato, pero deseé tener los moretones y
cortaduras para acusar con pruebas tangibles al holgazán y vividor…
–Todo
eso es subjetivo. Palabras que se dicen en un arranque de ira –me
había dicho el abogado, cuando mencioné el maltrato psicológico–.
No hay forma de comprobarlo Sra. Abellán. Coqueteos inocentes en
redes sociales no significan infidelidad. Nadie va preso por no
trabajar”.
–¿Qué
tal estoy? ¿Te gusta mi vestido nuevo, mi amor?
– Sí,
el vestido es hermoso. ¡Lástima por la modelo! –Solo él se reía
con sus bromas.
–¡Qué
linda tu esposa, parece artista de cine!
–La
mona Chita también es artista de cine, padrino.
–…
–¡No
puedo creer que cumplas treinta! ¡Te miro y no pasas de veinte!
–¿Hablas
de su edad mental?
–…
–¡Agradece
que sigo contigo, gorda fea!
–…
– ¿Volver
a la Universidad? ¡A
buscar macho ha de ser;
la cabeza no te da!
–…
–¡La
bebé llora de hambre!
–No
tengo plata. ¿Qué quieres que haga? Si es tan urgente, por qué no
sales de noche a sacudir la carterita.
–¿!
Seguía
como si nada, embobado en la
play
y comiendo palomitas con Coca-Cola. ¡Las chicas grandes sí lloran!
¡No es verdad que cuando estás enamorada todo ayuda! ¡La acidez en
la panza mató a las mariposas! Lejos estaban los tiempos cuando la
vida se resolvía con chocolates. Roja de vergüenza pedí ayuda a mi
familia. ¡Cara dura como es…! Alardeaba ante mi madre de
holgazanear el día entero y vivir bajo su techo, sin pagar las
cuentas. Yo guardaba silencio cada vez que llegaba una visita y lo
encontraba en horarios de trabajo. Contaba historias de proyectos
millonarios y consultorías para grandes franquicias transnacionales
que lo mantenían ocupadísimo, trabajando desde casa, porque el
nivel de vida de su mujer e hija exigía que tuviera sueldo de
magnate. Me limitaba a sonreír y cambiaba de tema. ¡Ese día
también habríamos de almorzar arroz con huevo…!
Enfrenté
demandas legales de créditos, que nos sacaban el hambre unos días y
pretendían costear lujos que jamás podría tener y que nunca
disfruté. Mi madre nos echó de casa para obligarlo a trabajar. Con
la misma cara fuimos donde mi suegra. Yo ya lo veía como enemigo y
le devolvía los insultos para apresurar la caída. Trabajé de moza
para ganar el pan y no mirar la cara de su madre, que al encontrarnos
discutiendo ya que él había tomado el dinero de los pañales, me
llamó malagradecida y egoísta. ¿No sabía yo, que los matrimonios
lo compartían todo y que la mujer no tenía nada que su marido no le
diera?
–Ya
veo que esa plata te la ganaste parada en una esquina –me dijo–.
Solo para mover el culo sirves.
Aquel
día no solo hacía frío, también llovía. Sin miedo, salí con mi
Nena en brazos. ¡No regresé a ver!
Siguió
el juicio de manutención. ¡Meses de trámites odiosos y trampas
burocráticas! Cada papel que se demoraban en firmar era un día
menos de comida para mi hija. ¡No valió esa pena, la misérrima
cifra que recibe hoy! Todo lo llevé por dentro. ¡Me duele la
sonrisa a tiempo completo!
Él
es libidinoso, fastidioso. Hasta hace poco me asechaba con morbo.
Vanos eran los intentos por sacármelo de encima. ¡Seguía ahí!
Después de haber escapado de mis contraataques, conseguía burlarme
y me agredía de modo imperceptible, punzante, esa noche y las
siguientes. ¡Es rápido y astuto, llega a donde otros no lo logran!
Indefenso en apariencia, aprovechaba mis descuidos para llevarse lo
que más aprecio: ¡mi esencia! Sin permiso tocó hasta mi último
rincón.
–¡Sé
más comprensiva! No puedo pagar siempre las pensiones de Stefy. No
me va bien. Tú has tenido suerte.
–¿Suerte!
¡Yo sola, trabajo!
Sra.
Abellán, ahora que la veo calmarse, una vez más piense en mi
pregunta: ¿Es mentira lo que dijo la Nena?
Volví
a mirar a la Directora y no respondí. El timbre del teléfono nos
interrumpió.
–Es
él. Dice que lo citaron por lo de la Nena.
–¡Que
pase!
Entró
con su porte elegante y facha de hombre de mundo. Nos iluminó su
rostro de modelo y la misma sonrisa que me enamoró años atrás en
la terraza del Swiss Hotel. Allí se sentaba a tomar café y pescar
incautas. Ciega de una ira que nunca había sacado, me lancé con
golpazos y patadas. Los reproches apenas se entendían. La Directora
trató de separarnos. Él se defendía con torpeza. Me empujó contra
un estante y terminé con un moretón que, junto con el informe de la
Psicóloga y el testimonio de la Directora, consiguieron una pena
para el macho castigador. Él lloró y suplicó. Alegó que le
tendimos una trampa. Nadie le creyó.
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INDIRA CÓRDOBA ALBERCA (Quito – Ecuador 1975). Reside en Argentina, en Corrientes Capital. Es autora de los libros de cuentos Diosas en el Fuego, El Ángel Editor 2007 (Ecuador) y Ruleta Rusa y otros Giros de Fortuna, Editorial I Rojo 2013 (Argentina). Tanto en Ecuador como en Argentina ha colaborado en la publicación de diarios y revistas. Imparte talleres literarios a diverso público. Su trabajo ha sido reconocido con premios, antologías y menciones en Ecuador, Argentina, México, Estados Unidos y España.
INDIRA CÓRDOBA ALBERCA (Quito – Ecuador 1975). Reside en Argentina, en Corrientes Capital. Es autora de los libros de cuentos Diosas en el Fuego, El Ángel Editor 2007 (Ecuador) y Ruleta Rusa y otros Giros de Fortuna, Editorial I Rojo 2013 (Argentina). Tanto en Ecuador como en Argentina ha colaborado en la publicación de diarios y revistas. Imparte talleres literarios a diverso público. Su trabajo ha sido reconocido con premios, antologías y menciones en Ecuador, Argentina, México, Estados Unidos y España.
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