Después de darme una tregua en meses pasados a la lectura consecutiva
de tres novelas y dos libros de ensayos del escritor catalán Javier Cercas, y
con una óptica distante, para sentir menos ese gusto casi febril por la obra de
este autor, escribo ahora sobre uno de los textos leídos en ese periodo y que
más me ha llegado. Hablo del libro Relatos
reales, un texto de la crónica periodística de Javier Cercas.
Entre Julio y agosto del pasado 2017 me di a
la tarea de leer todo lo que encontrara de Javier Cercas; después de la lectura
de El monarca de las sombras, la
segunda novela que leí de este autor, quise darme el gusto de recorrer su
camino narrativo, leyendo su obra. Leí entonces las novelas: La velocidad de la luz, Las leyes de la
frontera y entre estas dos, el libro que ahora me ocupa, Relatos reales. También leí sin aún
concluirla, la novela El impostor y
otros dos libros que están por ahí a la espera: El punto ciego que es también un libro de ensayos que ya inicié su
lectura y Anatomía de un instante que
me llegó como regalo de navidad.
Ahora bien. ¿Por qué tiene para mí tanta
importancia el reseñar el libro de Relatos
reales? Porque para mí es un libro muy extraño. Cuando llegó el paquete de
Gandhi lo separé de los demás haciéndolo de lado, ya que no era una novela y lo
dejé para después. Lo pedí así nada más, por ser de Javier Cercas y me llevé
una sorpresa. Éste se inicia con un prólogo lleno de seriedad y humor, o de un
humor muy serio a lo mejor, en donde Javier cercas nos da una cátedra sobre lo
real y lo ficticio de la narrativa, dice Javier Cercas que: “…escribir, consiste entre otras cosas, en fabricarse una
identidad, un rostro que al mismo tiempo es y no es el nuestro, igual que una
máscara.” En el prólogo nos dice también que las crónicas las publicó
en el diario El país en la sección titulada
“La crónica”. Cercas, también escribe,
que son crónicas “bastante felices” y que “…toda buena crónica aspira a
participar de una triple condición: La del poema, la del ensayo y la del
relato” aunque aclara que las suyas “renuncian de antemano a las dos primeras
categorías, en sus mejores momentos propenden tal vez de la última. De hecho,
acaso puedan leerse, una a una, (…) como relatos reales. No porque hablen de la
realeza, (…) sino porque se ciñen a la realidad.” Para finalizar el prólogo,
con suma modestia, escribe: “Es verdad que me divertí mucho escribiéndolas, y
que me daría por satisfecho si consiguiera transmitirle a algún lector un poco
de esa alegría”.
En la estructura central de este libro las
crónicas están ordenadas en una “TABLA” y no en un índice, dividiendose en
cuatro bloques según el tema: Cosas que pasan, Los vivos, Los muertos, Cosas
raras, y una crónica solitaria a manera de epílogo, La novia perdida, donde el
autor afirma “…que escribir es una forma nueva y más honda de leer.”
Inicié la lectura de este libro como un
descanso entre las novelas de este autor, desde la óptica que menciono líneas
arriba; ahora me parece un libro fresco, sin duda alegre, culto y con mucho
oficio en su escritura, son relatos compactos y hechos para los lectores de “El
País” viajando en el metro, los que esperan el autobús recargados en un poste,
o los arriesgados que lo leerán a saltos frente al semáforo en rojo. ¿Qué logra
el autor? Hacer que cada una de las crónicas aquí leídas sea una especie de fast-reading de la literatura.
RAMÓN VENTURA ESQUEDA (Colima, 1955). Arquitecto de formación por la Universidad Autónoma del Estado de México. Miembro de los talleres literarios de la Casa de la Cultura coordinados por Víctor Manuel Cárdenas 1981/82. Museógrafo diplomado en Arte Mexicano, con un master en Diseño Bioclimático. Ha publicado en los periódicos colimenses Diario de Colima, Ecos de la Costa, El Comentario y la revista Palapa en su primera época. Coautor en el libro Carlos Mijares Bracho Maestro Universitario distinguido, en los volúmenes I, II, III y IV de la colección Puntal. Ha participado con crónica en los volúmenes II, III, IV y VI de los coloquios regionales de Crónica, historia y narrativa. Actualmente publica en el suplemento “El Comentario Semanal” del periódico el Comentario de la Universidad de Colima, la columna “De ocio y arquitectura”.
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