En ocasiones, la poesía mexicana
reciente olvida que el poema puede ser un juego, una serie de estructuras
armables e intercambiables, matizadas en un lenguaje tenso, poderoso y
armónico. ¿Toda poesía es un marco teórico? ¿La temática del poema es acaso más
importante, relevante dentro de la manufactura de un libro? ¿O es que tema y
tensión lingüística van de la mano y son complementarias? La única certeza,
dentro del marco de la poesía última, es que poetas como Balam Rodrigo se
mueven magistralmente por etapas creativas reservándose el derecho de regresar
cuando sea necesario. Balam es un poeta de muchos libros, de largos periodos de
escritura en los que sostiene un registro particular hasta la aparición de otro
o el cambio a voluntad.
Tiempo,
la poesía requiere tiempo para gestarse. Colibrije
(FOEM, 2017) fue escribiéndose entre 2006, 2008 y 2011. Ganador del Premio
Nacional de Poesía José Emilio Pacheco 2016, es un libro compuesto por cinco
poemas capitulares o cinco estaciones al interior de un museo de rostros y de
espejos. Suerte de homenaje, acto de saldar las deudas poéticas con la
tradición y los maestros, en estas páginas caminan Octavio Paz, José Emilio
Pacheco, Gilberto Owen, José Gorostiza y Amado Nervo.
En la
primera habitación del Colibrije o
museo salvaje del poeta chiapaneco, encontramos al Octavio Paz del poema
“Jardín con niño”. La apropiación de la identidad, o mejor dicho la formación
del espejo de Balam Rodrigo se titula “Octavio Paz silba silencio sobre una
página mientras la música de nueve floripondios alumbra su jardín en Coyoacán”.
El acto del silbo y la introspección que realiza el poeta está totalmente
ligada a ciertas líneas del autor de Árbol
adentro, es decir, el Paz que dibuja Balam es una extensión del Paz
dibujado por sí mismo: “el rincón del monólogo” como denomina el nacido en 1914
a su jardín, es el espacio elegido por el autor de Colibrije para esta
inmersión pazeana. Del mismo modo, Paz dice: “Silbo entre dientes y mi silbido,
en la limpidez admirable de la hora, es un látigo alegre que despierta alas y
echa a volar profecías”. Y precisamente el acto que se realiza en este libro es
echar a volar las profecías vinculadas a la contemplación del floripondio como
posibilidad y alargamiento del conocimiento poético: “Los floripondios son
trompetas de nieve, cornos de leche que silban música lunar, color de hueso,
para levantar a los vivos de su letargo de pájaros muertos, del mortal
aburrimiento”.
La
segunda estación es “José Emilio Pacheco deambula por las calles de la antigua
Tenochtitlán hasta encontrarse con una manada de jacarandas, el fantasma de
Juan Rulfo y un ramo de leones en el metro Etiopía”. En este caso, Balam
dialoga con un poema de Pacheco publicado en su libro El reposo del fuego; usado como epígrafe, dice: “¿Qué se hicieron
tantos jardines, las embarcaciones y los bosques, las flores, los prados? Los
mataron para alzar su palacio los ladrones”. La preocupación central de este
poema es la reflexión en torno a la urbe como gigante que no detiene su marcha
y es víctima también de la corrupta modernización mexicana: “El metro es una
jaula llena de langostas vestidas con trajes grises. Millares de ojos empollan
la misma herida: adentro nacen el infierno y sus dolores sin gemido alguno”.
Llegamos
entonces a las “Epístolas de mal amor y prosas de arena de Gilberto Owen para
tañer el mudo corazón de Clementina Otero, su infanta de acíbar”, poema que
refiere, por supuesto, el Muero de sin
usted –las cartas escritas por Owen a la actriz mencionada en el título:
Clementina Otero–. Balam Rodrigo retoma el taciturno aliento del autor nacido
en El Rosario, Sinaloa para cantar o recantar el mal amor: “Cicatriza ya la
herida que la noche escribe en los dominios de mi corazón, donde usted vaga
lila y desnuda, nacida nuevamente para mí, asaeteada por el verbo y el dolor,
salmodiada y bautizada en maga soledad, ebria y felina”. Altamente erótico y
enmarcado en la estridencia de un lenguaje pulcro y sonoro, la voz de Balam
Rodrigo toma por momentos la condición de camuflaje, y aunque seguramente la
intención del poeta no es imitar o retratar fielmente a sus homenajeados, el
hecho es que la intertextualidad se extiende hasta la reproducción del registro
más de una vez: “Quise resucitarlo a fuerza de miedo y de recuerdos, de amor y
de locura, pero la vida es más templada y más valiente que la fuerza que tañe
mis manos”, o bien “Corazón mío es también su pequeño país. He de conquistar
nuevos cielos y nuevas tierras —sueño adentro— para saberla mi hermosa, la más
mía”.
José
Gorostiza aparece en este libro mediante su poema “Preludio”, que tomado a
manera de epígrafe refiere esa palabra “ausente, sin voz, sin eco, sin idioma,
pero exacta”. La realización poética de Balam Rodrigo, aquí, consiste en
continuar la búsqueda de ese humo y bruma de magnolias propuesta por el poeta
tabasqueño: “somos letras sin descanso y sin memoria que escriben el símbolo
finito de su sino en el breve libro del invierno”. El tema aquí es la no
certeza del mundo enmarcada en una noche de, claro, puro invierno. El espejo
que realizado a José Gorostiza reproduce no su registro sino su obsesión por
ese algo extraño al fondo de las cosas terrenales: “Espejo fragmentado en las
ventanas del azar, partitura de una música tenue que desvela sus mantos de
calcita, la niebla se amura en la mirada, atraca los barcos del insomnio entre
los párpados y no boga ni danza, nos lleva”.
Finalmente,
el último homenajeado del Colibrije,
la última pieza, es Amado Nervo junto a su Damiana, musa de musas y nombre de
todas las cosas para el poeta nayarita. “De cómo Amado Nervo ensoñaba con ramos
de libélulas y parvadas de lenguas para vagar por el cuerpo de su Damiana” es
un poema que se adentra en la imaginería, casi el inconsciente, del autor de Los jardines interiores para elucubrar
sobre el amor desbordado y obsesivo de Nervo: “Ojalá soñase sus maduros ojos y
pudiera morder la tibia gota de su boca”. Más adelante: “Entonces hago el amor
al viento alondro, abandono el placer a su húmeda invisibilidad, a sus legiones
de polen. (Desde luego que Damiana y yo copulamos en el aire)”.
Hablar
de Colibrije es hablar de una
experiencia de lectura que se construye mediante la tradición, es decir, una
lectura poética y escritural que parte de la voz de otros poetas consagrados
para interrumpir el silencio de la muerte. Este es un libro como es un alebrije
y un colibrí: son poemas para armar, poemas elevándose sobre una fina capa de
nombres para amplificarlos. Colibrije
es una experiencia particularmente lingüística donde palabra, imagen y ritmo inteligente
invitan al lector a esta serie de espejos y camuflajes, de recreaciones e
invenciones que llevan al poema, al poeta y al lector a una zona de música, de niebla
y de retratos.
________
DANIEL
MEDINA (Mérida, Yucatán; 1996)
es autor del libro de poemas Una extraña
música/A strange music (Ofi Press, 2017). Obtuvo el Premio INBA-CEDART de
Poesía 100 Años de letras mexicanas 2014, el Premio Nacional de Poesía Joven
Jorge Lara 2014, Mención Honorífica en el Premio Internacional Caribe-Isla
Mujeres de Poesía 2015 y el Premio Regional de Poesía José Díaz Bolio 2017.
Becario del PECDA Jóvenes Creadores (2017-2018) en el área de poesía. Poemas
suyos han sido traducidos al inglés, albanés e italiano. Dirige Ediciones O.
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