CUENTO Las uñas clavadas en las sábanas | Urla Poppe


Las camas frías, blancas y húmedas se adentraban en los huecos del edificio como fantasmas aterrorizados. Las puertas abiertas de par en par atraían al peligro. Los pasadizos llenos de camillas, de sillas amontonadas en filas, se alargaban con sombras de luz proyectadas en los cristales empañados de la estancia.
El suelo de moquetas oscuras atraía a los andantes con sillas de ruedas o muletas con prisas de huir del peligro.
El cielo azul claro se oscurecía tras las cortinas color pastel que bailaban al compás del agobiante calor de verano. Ni un solo rayo de luz se atrevía a abandonar la estancia con el miedo de que si se ocultase tras nubes inventadas la calma se perdiese, se extinguiese fugazmente.
La planta de los pacientes terminales era una sala áspera y muy brillosa, queriendo aparentar tranquilidad y armonía pero con los gritos de agonía de unos ya acostumbrados a sufrirlos y otros no tan acostumbrados, se difuminaba penosamente.
Unos pasos tambaleando de lado en lado corrían de estancia en estancia, atravesaban puertas abiertas, daban tumbos ligeros pero seguros. Iban latiendo fuertemente al compás del corazón de Marcos. Este, con el sudor frío en la frente, escuchaba desorden, caos cerca de su puerta. Sabía que se acercaba, que vendría a por él. Sus latidos se entrelazaron con los ensordecedores tambores de los zapatos del extraño individuo.
No tenía que ver su cara, no tenía que saber quién era, pero no era tonto. Por más que el cáncer lo estaba matando, la muerte era para él una amiga compañera de sesiones de quimioterapia y no una enemiga furiosa, atacante y sin escrúpulos.
Las enfermeras gritaban pidiendo auxilio, aterradas corrían sin rumbo por la planta. Sus ojos desorbitados y llenos de un brillo aterrador no se fijaban en Marcos postrado, atado por sus propios músculos a una cama grande y vacía.
Nadie se atrevía a ayudar a nadie, si todos podían morir, qué más daba uno que le quedaba tan poco, al contrario, seguro que le harían un favor. Pero el sudor caía con más fuerza, la sangre se le había paralizado y los fríos brazos delgados se aferraban clavando las uñas en las sábanas.
De repente los tambores dejaron de sonar, los pasos se clavaron en el suelo de una puerta más abierta... Marcos miró como la sombra de una figura casi humana se adentraba en su habitación. Cerró los ojos intentando crear el ambiente próximo a la muerte, intentando ver la luz más allá del túnel. Pero no, no hubo dolor, no hubo sufrimiento alguno y se preguntó si esa sensación era el umbral a las puertas de un infierno o de un cielo misterioso. Sólo que de repente un ligero punzón en el costado le hizo abrir los ojos y encontrarse con sus viejos dolores, con su otra vez amiga de compañera de cuarto. Su rival oscuro se había marchado y podía escuchar el tropezar de unos zapatos que tambaleando de lado en lado corrían de estancia en estancia, atravesando puertas abiertas, daban tumbos ligeros pero seguros, latiendo al compás del agonizante corazón de Marcos.

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URLA POPPE. Soy una apasionada de la lectura y de la escritura. Desde que era pequeña, allá en la ciudad de Lima, un tanto apartada de la lejana Europa, me rodeaba de libros y de diarios infantiles para llenar mi tan viva imaginación. Crecí con las historias de la princesa Sissy, los cuentos románticos de la ficción histórica maravillosa de Ricardo Palma… Y así tras leer aquellos relatos llenos de historia y fantasía mi mundo cambió.
Años y años me dediqué a leer y a empaparme de tantas cosas maravillosas. Grandes clásicos me guiaron por mi adolescencia como García Marques o Kafka… Me sentí tan orgullosa el poder leer Cien años de soledad de una sola vez, pero eso sí, usando un pequeño esquema para no equivocarme con los nombres de tantos Buendias…
Con mis 21 años en mi maleta me vine para Madrid a probar esa suerte que algunos llaman porvenir. Y desde este pequeño espacio quiero seguir llenándome de historias y de experiencias para compartir con vosotros… Twitter: @Urlapoppe.  Página web personal 

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