Por
la mañana
Humano
Cierta mañana me levanté
después de un sueño intranquilo y, mientras andaba mi camino rutinario hacia la
dosis diaria de enajenación académica, fui sorprendido por el feroz rugido de
un automóvil que buscaba dar la vuelta en un cruce, siéndole esto imposible
porque la vía estaba bloqueada por otro vehículo automotor que protegía a un
conductor que esperaba el semáforo para seguir derecho. Nunca he sentido gran
afinidad por los artefactos con ruedas y las reglas que surgen de ellos pero mi
escuálido conocimiento de estos temas me dice que el segundo conductor tenía
razón al emitir hostilidades acústicas porque el carril que ocupaba era el más
cercano al tan deseado giro urbano.
Inicialmente, sus
protestas irritaron mi peregrinación escolar. ¿No era evidente que la presión
que ejercía sobre el otro conductor era ineficaz porque no auguraba castigo
alguno? En ese momento el piloto montado en cólera me pareció un idiota que
había venido a este yermo al que llamamos mundo con la única misión de embarrar
su impresionante falta de ingenio en mi ya siniestro día. Porque en la mañana
mis energías no están lo suficientemente mermadas como para no permitirme
ejercitar un poco de empatía e inhibición del egocentrismo, pude reconfigurar
lo que ese sujeto desesperado significaba para mí y fue entonces cuando
comprendí que ese acto iba a ser lo más humano que iba a ver en mi semana.
¿Acaso no es de lo más
humano creer que las acciones personales tienen la capacidad innegable de
cambiar al mundo incluso cuando toda la evidencia apunta a que casi siempre el
hacer individual equivale a un grito en el espacio? El hombre al que me estoy
refiriendo (que ahora es más narración que persona) no era un ingrediente para
cocinar con gusto mis lloriqueos matinales sino un deleite estético, el absurdo
cotidiano ocurriendo frente a mis ojos. Porque otra cosa no es el hombre que
con sus acciones quiere darle sentido a un universo que no lo tiene y a un
mundo social que se dedica a ver el juego de las escondidas entre el pueblo y
sus cadenas.
Ese giro hacia mi
adiestramiento (porque combatir el no-quiero-hacer-esto-prefiero-dormir es
adiestrar el ánimo, para bien o para mal) me hizo pararme en seco para gozar de
la inundación ótica de tan desagradable pitido. En esa falta de ritmo y
paciencia se escondía una importante no-lección: no resolvemos nuestros
problemas, tan solo encontramos formas de ser que nos hagan sentir que nos
acercamos más a la consolación de nuestra preferencia, ya sea esta la felicidad
de tablaroca que anuncian un millar de productos basura, el dinero que buscan
los albañiles detrás de tal tablaroca, la justicia, la muerte o el sueño de
girar en una calle sin tener que reclamarle a un conciudadano estorboso.
Por
la noche
Atrevimiento
Hoy
me vi tentado a aceptar que los juegos de iridiscencia son dueños del actual
monopolio de lo bello, hoy se me antojó asesinar a la belleza auditiva, al
tacto hermoso y al buen sabor de boca. Los asuntos olfativos no los toco porque
aún tengo miedo de Grenouille.
De
inmediato me di un aplauso y un buen zape. El primero por el valor de lanzarme
a defender una idea claramente contraintuitiva, no porque me considere capaz de
convencer(los)(me) de que es verdadera sino porque pensar en ello me hizo
vencer el peso del tedio que para mí representa el lapso entre desear hacer
algo y decidir hacerlo o colgarlo en el Vacío. Y el segundo por andar creyendo
en ideas que se cuelan una noche delirante y quieren hacerse las importantes
desfilando con su disfraz de lógica hasta que un incauto las acepta.
Como
sí me dolió el zape, no puedo continuar la defensa de dicha idea sobre lo
bello. La dejo ahí por si alguien tiene la cabeza más dura que yo.
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LORENZO SHELLEY. Nació en el Ciudad de México, creció en sus alrededores. Es estudiante de tiempo completo en la Facultad de Psicología, Ciudad Universitaria, UNAM. Cursa la licenciatura en las áreas de Psicobiología y Neurociencias y Procesos Psicosociales y Culturales. También se considera apasionado de la filosofía, la vida cotidiana, el amor, la literatura y los videojuegos, además de ser aficionado del cine, la televisión, la música (como escucha o como pésimo pianista) y el anime. Ocasional merodeador de museos. Ferviente creyente de que el aprendizaje puede surgir de diversas fuentes.
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