OPINIÓN Por la mañana y por la noche | Lorenzo Shelley


Por la mañana
Humano

Cierta mañana me levanté después de un sueño intranquilo y, mientras andaba mi camino rutinario hacia la dosis diaria de enajenación académica, fui sorprendido por el feroz rugido de un automóvil que buscaba dar la vuelta en un cruce, siéndole esto imposible porque la vía estaba bloqueada por otro vehículo automotor que protegía a un conductor que esperaba el semáforo para seguir derecho. Nunca he sentido gran afinidad por los artefactos con ruedas y las reglas que surgen de ellos pero mi escuálido conocimiento de estos temas me dice que el segundo conductor tenía razón al emitir hostilidades acústicas porque el carril que ocupaba era el más cercano al tan deseado giro urbano.
Inicialmente, sus protestas irritaron mi peregrinación escolar. ¿No era evidente que la presión que ejercía sobre el otro conductor era ineficaz porque no auguraba castigo alguno? En ese momento el piloto montado en cólera me pareció un idiota que había venido a este yermo al que llamamos mundo con la única misión de embarrar su impresionante falta de ingenio en mi ya siniestro día. Porque en la mañana mis energías no están lo suficientemente mermadas como para no permitirme ejercitar un poco de empatía e inhibición del egocentrismo, pude reconfigurar lo que ese sujeto desesperado significaba para mí y fue entonces cuando comprendí que ese acto iba a ser lo más humano que iba a ver en mi semana.
¿Acaso no es de lo más humano creer que las acciones personales tienen la capacidad innegable de cambiar al mundo incluso cuando toda la evidencia apunta a que casi siempre el hacer individual equivale a un grito en el espacio? El hombre al que me estoy refiriendo (que ahora es más narración que persona) no era un ingrediente para cocinar con gusto mis lloriqueos matinales sino un deleite estético, el absurdo cotidiano ocurriendo frente a mis ojos. Porque otra cosa no es el hombre que con sus acciones quiere darle sentido a un universo que no lo tiene y a un mundo social que se dedica a ver el juego de las escondidas entre el pueblo y sus cadenas.
Ese giro hacia mi adiestramiento (porque combatir el no-quiero-hacer-esto-prefiero-dormir es adiestrar el ánimo, para bien o para mal) me hizo pararme en seco para gozar de la inundación ótica de tan desagradable pitido. En esa falta de ritmo y paciencia se escondía una importante no-lección: no resolvemos nuestros problemas, tan solo encontramos formas de ser que nos hagan sentir que nos acercamos más a la consolación de nuestra preferencia, ya sea esta la felicidad de tablaroca que anuncian un millar de productos basura, el dinero que buscan los albañiles detrás de tal tablaroca, la justicia, la muerte o el sueño de girar en una calle sin tener que reclamarle a un conciudadano estorboso.

Por la noche
Atrevimiento

Hoy me vi tentado a aceptar que los juegos de iridiscencia son dueños del actual monopolio de lo bello, hoy se me antojó asesinar a la belleza auditiva, al tacto hermoso y al buen sabor de boca. Los asuntos olfativos no los toco porque aún tengo miedo de Grenouille.
De inmediato me di un aplauso y un buen zape. El primero por el valor de lanzarme a defender una idea claramente contraintuitiva, no porque me considere capaz de convencer(los)(me) de que es verdadera sino porque pensar en ello me hizo vencer el peso del tedio que para mí representa el lapso entre desear hacer algo y decidir hacerlo o colgarlo en el Vacío. Y el segundo por andar creyendo en ideas que se cuelan una noche delirante y quieren hacerse las importantes desfilando con su disfraz de lógica hasta que un incauto las acepta.
Como sí me dolió el zape, no puedo continuar la defensa de dicha idea sobre lo bello. La dejo ahí por si alguien tiene la cabeza más dura que yo.

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unsplash-logoDenys Nevozhai
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LORENZO SHELLEY. Nació en el Ciudad de México, creció en sus alrededores. Es estudiante de tiempo completo en la Facultad de Psicología, Ciudad Universitaria, UNAM. Cursa la licenciatura en las áreas de Psicobiología y Neurociencias y Procesos Psicosociales y Culturales. También se considera apasionado de la filosofía, la vida cotidiana, el amor, la literatura y los videojuegos, además de ser aficionado del cine, la televisión, la música (como escucha o como pésimo pianista) y el anime. Ocasional merodeador de museos. Ferviente creyente de que el aprendizaje puede surgir de diversas fuentes.

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