Cada fracaso le enseña al hombre
algo que necesitaba aprender.
Charles
Dickens
Mucho antes de nacer, las
personas que nos rodean ya nos construyeron una existencia, pensaron cómo nos
llamaremos, en qué creeremos y hasta cuántos hijos podremos tener. Se toman la
libertad de decidir situaciones de nuestra vida; y a veces, nosotros dejamos
que el mundo como un balón ruede y que decidan, quizá es más fácil no
enfrentarse a la realidad confusa, quizá nos gusté que tomen decisiones por
nosotros; porque si erramos el fracaso se postrará enfrente y seremos de él.
A casi
todos nos gusta hablar de los éxitos, en las redes sociales vemos fotos,
mensajes y hasta videos cuando las cosas nos van bien; si algo anda mal se
oculta, se calla, porque el arte del fracaso es mucho más complejo de mostrar, definir
y aceptar. La sociedad en que nos
movemos pretende de manera autómata creer que tenemos éxito cuando hemos hecho
un patrimonio, una familia, un algo… pero ¿es verdad eso que se nos dice? El
fracaso nos brinda más oportunidades, porque nos reconstruimos, nos rehacemos y
somos otros, quizá aún más certeros de cómo entendemos este universo.
El
mundial de futbol que se está celebrando en Rusia me ha hecho pensar en la
constante del fracaso; hay tantas expectativas en algunos seres humanos que
cuando a estos se les niegan los aciertos son señalados como si no fueran
humanos o de plano como si ellos no tuvieran la oportunidad de equivocarse y
entonces les llaman “el gran fracaso”. También lo puedo referenciar con las
selecciones que son consideradas fuertes o imbatibles, si éstas detentan
partidos perdidos y con ello boletos de regreso a casa, las ocho columnas de
los diarios dirán “Fracaso”. El gran amante del futbol Eduardo Galeano escribía
que El código moral del fin del milenio
no condena la injusticia, sino el fracaso, porque si se fuera coherente se
pensaría que esas selecciones también son reflejo de sus Federaciones de Futbol
y en muchísimos casos ejemplifican problemas de sus países o de los movimientos
millonarios que los sistemas del mercado han configurado.
El
futbol es un deporte que es maravilloso porque conmueve a miles de seres
humanos; la fiesta que reúne a todos cada cuatro años siempre debe ser
entendida con elementos de lógica: uno gana y otro pierde, no hay más. Un juego
al que muchos le han censurado, pero que no deja de provocar emociones
infinitas, al cual se le ha exigido o hasta incluido elementos tecnológicos que
vienen a transformar este llamado juego del hombre y de la mujer (ahora con las
ligas femeniles en diversas partes del mundo), tanto que como dice Jorge
Valdano, también lo atacó el bacilo de la
eficacia y hay quien se atreve a preguntar para qué sirve jugar bien. Resulta
tentador contar que un día osaron preguntarle a Borges para qué sirve la poesía
y contestó con más preguntas: ¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las
caricias? ¿Para qué sirve el olor del café? Cada pregunta sonaba como una
sentencia: sirve para el placer, para la emoción, para vivir.
El
fracaso y el futbol sirven para vivir, para escribir sobre las grandes derrotas
y las magnas hazañas, como aquellos rapsodas de la época clásica, como los
juglares del medioevo… como un Souto Menaya del libro Aquella Edad Inolvidable; sí para mostrar que somos humanos que se
reencuentran ante el juego como un proceso de añoranza, el anhelo de volver a
ser aquello que fuimos o deseamos ser, o bien, para la redención, regresar
aguerridos ante una cancha que es la vida misma en donde vemos que un balón nos
dicta hacia donde debemos dirigir los pasos.
Para leer:
Juan Villoro. Balón Dividido. México: Planeta, 2014.
Rodrigo Márquez Tizano. Breve historia del ya merito. México:
Sexto Piso, 2018.
Ramiro Pinilla. Aquella edad inolvidable. México:
TusQuets, 2012.
Eduardo Galeano. El futbol a sol y sombra. México: Siglo
XXI, 2015.
▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁
Correo electrónico:
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