No hay que jugar para ganar, sino para que no te
olviden.
Sócrates
Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira.
Yo tenía 10 años en 1986.
El quinto año de primaria en el Instituto Leonés
transcurría con normalidad. Como siempre, algunos
problemillas disciplinarios me aturdían, aunque aturdían más a mi maestra Tere —a
quien todos llamaban La Fanta, ya explicaré líneas adelante porqué— y a mis
papás.
La vida escolar era un poco más complicada de lo
normal. Era duro
poner atención en la escuela cuando el Mundial de football estaba en puerta, en
casa, a la vista de todos.
Mi papá aún trabajaba en Banamex y a principios de aquel año, dos
hermosos libros de colección llegaron a mis manos por cuenta del entonces Banco
Nacional de México, que era un importante patrocinador del evento.
En
aquellos días previos al arranque de la competición, mi primo, a quien apodan
EL AGÚ —no explicaré el porqué de tamaño sobrenombre— me llevó al Banamex de la
Zona Peatonal, en pleno centro de nuestra ciudad, León, Guanajuato, para
observar la Copa FIFA de cerca.
Ahí
esperamos un buen rato y de repente —como suelen ocurrir los sucesos más memorables
de nuestras vidas— rodeada de nerviosos señores con guantes y de varios
soldados, apareció por fin. Nos emocionamos y hasta aplaudimos al paso del
brillante trofeo. Por sugerencia de mi primo decidimos permanecer ahí un rato
más después del mini desfile. Luego de una corta espera, así me pareció
entonces, pudimos ver la copa durante otros segundos, muy de cerca y sin gente
alrededor. Los soldados también la observaban gustosos y los señores de los
guantes hasta nos dejaron acercarnos más en lo que la subían a un camión
blindado, de los grises, de Servicio Panamericano, para más datos. Le dijimos
adiós como en las películas y fuimos felices a tomarnos una cebadina para
brindar por el gusto.
Unos
días después, mis papás me llevaron al centro de la ciudad porque yo quería
pedir autógrafos —fue la primera ocasión que escuché hablar francés— y con mi
libro en mi mano, me dirigí a los de pants azul con un gallito en un costado
del pecho y tres efes, FFF, en el otro. Mi ídolo estaba ahí, sonriendo y
atendiendo a otros niños. Michel Platini me firmó su foto y hasta dijo —intentó
decir algunas cosas— en español. Los jugadores fueron amables mientras
caminaban por el centro de la ciudad. Fue un gran día y faltaba el partido...
El
arranque mundialista estaba cerca y junto a Juan Carlos Franco, mi gran amigo
de aquellos años y ambos fans de Michel Platini quien siendo mediocampista era
goleador, pedimos permiso y dinero a nuestros padres, ya que además deberíamos
faltar a la escuela para asistir a un partido de Francia en el Nou Camp. Rubén
Franco —hermano mayor de Carlos— fue nuestro guía y cuidador oficial. Llegamos
al estadio felices y sonrientes y ya no había boletos, lo cual, lejos de
quitarnos el ánimo, nos impulsó a buscar y buscar revendedores, que poco caso
nos hacían por atender a gente mayor.
Arrancó
el partido y nosotros afuera con la fe intacta. "Sólo han pasado 5
minutos", nos decíamos a cada instante.
Dimos
vueltas alrededor del estadio, Rubén preguntaba y preguntaba y nosotros
buscábamos. Nada ocurría. Llegamos a lo que actualmente es la entrada de Zona A
y ahí afuera, encontramos a un primo de Carlos y de Rubén con dos amigos más.
Todos tenían gafete de prensa. "Es prestado", nos dijo su primo.
"Hemos entrado tres con él". "Inténtenlo, nada pierden".
"Ya empezó". "Nosotros debemos volver a entrar".
Muy
decididos hicimos una fila de tres: Rubén con el gafete adelante, luego Carlos,
luego yo. Rubén nos instruyó: "Sólo digan que vienen conmigo y señalen al
frente, pasaremos detrás de ellos".
Y
así, como auxiliares de prensa, con una convicción impresionante, entramos. Debimos
darle ternura a quienes custodiaban la entrada. Total, dos niños más en las
gradas a nadie le hacían mal. Fue sin duda un asunto de buen corazón, de
cariño, de gusto compartido por una afición. Un detalle maravilloso que nunca
podré agradecer.
Empate a uno —golazo de la URSS el primero— fue el resultado final. Francia
perdía y logro empatar. Platini estrelló un tiro libre al poste cuando estaban
cero por cero. Jean-Pierre Papin, novato sensación en aquellos años, marcó el
lindo empate ante Rinat Dassaev, considerado el mejor portero del mundo. Pueden
ver algunos detalles del encuentro en este link del recuerdo:
Aquella
mañana entramos tarde y gratis. Salimos felices platicando cada movimiento de
Platini. Francia no ganó esa mañana pero dio muestras del buen football que
practicaría durante todo el torneo. México 86 fue inolvidable. Mucho más para
un niño de 10 años que jugaba de atacante, de mediocampista y de portero. Por
cierto, y para despedirme por ahora, a la maestra Tere le decían, está bien, le
decíamos La Fanta, debido a que en un famoso comercial del refresco de naranja
solían afirmar con presteza luego de dar un trago enorme: "Fanta está bien
buena".
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RAÚL REYES RAMOS.
León, Guanajuato, 1976. Escritor y artista. Doctor en Artes. Sus
proyectos están en su Facebook de autor.
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