Sí, lo
jugué varios años en la Universidad de Argel. Me parece que fue ayer. Pero
cuando, en 1940, volví a calzarme los zapatos, me di cuenta de que no había
sido ayer. Antes de terminar el primer tiempo, tenía la lengua como uno de esos
perros con los que la gente se cruza a las dos de la tarde en Tizi-Ouzou. Fue,
entonces, hace bastante tiempo, en 1928 para adelante, supongo. Hice mi debut
con el club deportivo Montpensier. Sólo Dios sabe por qué, dado que yo vivía en
Belcourt y el equipo de Belcourt-Mustapha era el Gallia.
Pero
tenía un amigo, un tipo velludo, que nadaba en el puerto conmigo y jugaba
waterpolo para Montpensier. Así es como a veces la vida de una persona queda
determinada. Montpensier jugaba a menudo en los jardines de Manoeuvre,
aparentemente por ninguna razón especial. El césped tenía en su haber más
porrazos que la canilla de un centro forward visitante del estadio de Alenda,
Orán. Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera
que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades,
donde la gente no suele ser siempre lo que se dice ‘derecha’.
Albert Camus: ‘golero de la juvenil’ [Mondovi, Argelia, 7 de noviembre de 1913–Villeblevin, Francia, 4 de enero de 1960] |
Pero al
cabo de un año de porrazos y Montpensier en el “Lycée” me hicieron sentir
avergonzado de mí mismo: un “universitario” debe jugar con la Universidad de
Argel, RUA. En ese periodo, el tipo velludo ya había salido de mi vida. No nos
habíamos peleado, sólo que ahora él prefería irse a nadar a Padovani donde el
agua no era tan “pura”. Ni tampoco, para ser sincero, eran “puros” sus motivos.
Personalmente, encontré que su motivo era “adorable”, aunque ella bailaba muy mal, lo que me parecía insoportable en una mujer. ¿Es el hombre, o no es, quien debe pisarle los dedos de los pies? El tipo velludo y yo prometimos volver a vernos. Pero los años fueron pasando. Mucho después comencé a frecuentar el restaurante de Padovani (por motivos “puros”) pero el tipo velludo se había casado con su paralítica, quien seguramente le prohibía bañarse, como suele ocurrir. ¿Pero qué es lo que estaba diciendo? Ah sí, el RUA. Estaba encantado, lo importante para mí era jugar. Me devoraba la impaciencia del domingo al jueves, día de práctica, y del jueves al domingo, día del partido. Así fue como me uní a los universitarios. Y allí estaba yo, golero del equipo juvenil. Sí, todo parecía muy fácil. Pero no sabía que se acababa de establecer un vínculo de años, que abarcaría cada estadio de la provincia, y que nunca tendría fin.
Personalmente, encontré que su motivo era “adorable”, aunque ella bailaba muy mal, lo que me parecía insoportable en una mujer. ¿Es el hombre, o no es, quien debe pisarle los dedos de los pies? El tipo velludo y yo prometimos volver a vernos. Pero los años fueron pasando. Mucho después comencé a frecuentar el restaurante de Padovani (por motivos “puros”) pero el tipo velludo se había casado con su paralítica, quien seguramente le prohibía bañarse, como suele ocurrir. ¿Pero qué es lo que estaba diciendo? Ah sí, el RUA. Estaba encantado, lo importante para mí era jugar. Me devoraba la impaciencia del domingo al jueves, día de práctica, y del jueves al domingo, día del partido. Así fue como me uní a los universitarios. Y allí estaba yo, golero del equipo juvenil. Sí, todo parecía muy fácil. Pero no sabía que se acababa de establecer un vínculo de años, que abarcaría cada estadio de la provincia, y que nunca tendría fin.
No
sabía entonces que veinte años después, en las calles de París e incluso en
Buenos Aires (sí, me ha sucedido) la palabra RUA mencionada por un amigo con el
que tropecé, me haría saltar el corazón tan tontamente como fuera posible. Y ya
que estoy confesando mis secretos, debo admitir que en París, por ejemplo, voy
a ver los partidos del Racing Club, al que convertí en mi favorito sólo porque
usan las mismas camisas que el RUA, azul con rayas blancas. También debo decir
que Racing tiene algunas de las mismas excentricidades que el RUA. Juega
“científicamente”, pierde partidos que debería ganar. Parece que esto ahora ha
cambiado (eso es lo que me escriben de Argel), cambiado –pero no mucho–.
Después de todo, era por eso que quería tanto a mi equipo, no solo por la
alegría de la victoria cuando estaba combinada con la fatiga que sigue al
esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de
cada derrota. Como zaguero está el “Grandote” –quiero decir Raymond Couard–. Le
dábamos bastante trabajo, si mal no recuerdo. Jugábamos duro. Los estudiantes,
los nenes de papá, no escatiman nada. Pobres de nosotros –en todo sentido–
¡muchos nos burlábamos de la dureza de nuestros propios pies! No teníamos más
remedio que admitirlo. Y teníamos que jugar “deportivamente”, porque ésa era la
dorada regla del RUA, y “firmes”, porque, cuando todo está dicho y hecho, un
hombre es un hombre. ¡Difícil compromiso! Eso no puede haber cambiado, estoy
seguro.
El
equipo más difícil era el Olympic Hussein Dey. El estadio quedaba detrás del
cementerio. Ellos nos hicieron notar, sin piedad, que podíamos tener acceso
directo. En cuanto a mí, ¡pobre golero!, vinieron por mi cadáver. Sin Roger ¡lo
que hubiera sufrido! Estaba Boufarik, ese centro forward grande y gordo (entre
nosotros lo llamábamos “Sandia”) se excusaba con un: “Lo siento nenito“ y una
sonrisa franciscana.
No
voy a seguir. Ya me excedí de mis límites. Y entonces, me pongo reblandecido.
Hasta en “Sandía” veo bondad. Además, seamos sinceros, bien que esto era lo que
habían enseñado. Y a esta altura, no quiero seguir bromeando. Porque, después
de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que
más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo
debo al fútbol, lo que aprendí con el RUA no puede morir. Preservémoslo.
Preservemos esta gran y digna imagen de nuestra juventud. También estará
vigilándolos a ustedes.
—Albert
Camus, 1957
Artículo y fotografía de Camus publicados originalmente en Rednel.
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