Mucho se
ha dicho ya sobre el terror inmovilizante que nos deja clavados ahí donde lo
experimentamos. Producto de un exceso de exterioridad, tan
densa que es imposible sobrellevarla como si se tratara de un simple momento
pasajero y que por eso necesita que la energía de todo músculo, todo
pensamiento, se repliegue hacia el esfuerzo de superar ese momento debilitador.
¿Pero
qué hay de su opuesto? El exceso de interioridad que nos vaporiza por toda la
sala, un incremento energético tal que requiere que la vivencia íntima
encuentre una vía de escape hacia el exterior. Resumido en la paráfrasis de lo
que alguien cercano a mi corazón me dijo no hace mucho: “quiero hacer/decir
algo genial pero no sé qué”. He ahí la complicación de la energía que no
encuentra vía de escape, que juzga insuficientes las actividades, ideas o
diálogos que tiene a su disposición. Quienes hemos vivido esa circunstancia
sabemos que el malestar que genera es semejante al del miedo inmovilizador.
Tal
maldición es, como diría Simmel, un problema dependiente del orden de sucesión:
el insight llega antes que el
conflicto que debe resolver, es la llegada triunfal de los rohirrim cuando todavía no hay orcos invadiendo el castillo.
Alguien enceguecido por la retórica laboral que transforma a los hombres en
hormigas obreras podría argüir que es culpa del que padece dicha sensación dado
que no se afanó en utilizar su fuerza de trabajo para... algo, lo que sea.
Contrario
a esto, considero que lejos de ser un castigo a la holgazanería, la mencionada
iluminación sin contenido es más una combinación de saudade y miradas al
futuro. Se recuerdan las ocasiones donde el desencanto con el mundo aún no
dominaba la visión de la realidad y la exaltación de los sentidos correspondía
a un objeto novedoso que se juzgaba sin mayores reservas pero, al mismo tiempo,
se piensa en el futuro con la esperanza de que en el seno de la creación propia
pueda surgir algo capaz de reavivar las pasiones extinguidas por la mundanidad.
En
suma, la mejor forma de anteponerse ante la agotadora situación que se viene
tratando aquí es buscando, sin dirección ni exigencias.
LORENZO SHELLEY. Nació en el Ciudad
de México, creció en sus alrededores. Es estudiante de tiempo completo en la
Facultad de Psicología, Ciudad Universitaria, UNAM. Cursa la licenciatura en
las áreas de Psicobiología y Neurociencias y Procesos Psicosociales y Culturales.
También se considera apasionado de la filosofía, la vida cotidiana, el amor, la
literatura y los videojuegos, además de ser aficionado del cine, la televisión,
la música (como escucha o como pésimo pianista) y el anime. Ocasional
merodeador de museos. Ferviente creyente de que el aprendizaje puede surgir de
diversas fuentes.
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