RESEÑA Siete notas en torno a “Redentora la voz”, de Fernando de la Cruz | Daniel Medina



1) En un texto Sobre el cementerio marino, Valéry inicia diciendo “No sé si aún continúa la moda de…” para rematar con una serie de cuestiones sobre el oficio de la poesía. Una moda, ciertamente, es un barco que zarpa desde su contexto. El arte es, así, un mar lleno de barcos que no llevan ancla y surcan el agua casi hundidos. ¿Qué está de moda en la poesía mexicana reciente? En buena parte la ironía, el juego de máscaras y la desaparición del Yo y su personalidad. Está de moda el riesgo y la extrañeza. La naturaleza de nuestros tiempos convirtió a la moda presente en un canon. Diríase entonces que la poesía necesita riesgos y, ahora mismo, riesgo y extrañeza es asumirse poeta lírico, es decir poesía lírica, es decir mis ojos de náufrago y asumir que el Yo necesita manifestarse en el poema.

2) Cierto poeta yucateco [vivo] dijo alguna vez: no entiendo la poesía que hacen ahora porque en mis tiempos buscábamos la línea más difícil, la palabra compleja, el diccionario. No voy a ahondar en esto, pero baste el comentario para dar cuenta del por qué en algún momento la poesía de nuestro estado desapareció. En algún momento nuestra moda fue lo que los grandes maestros llaman VACÍA Y LLANA PALABRERÍA.

3) Este libro, Redentora la voz, no sólo es uno de los libros más honestos y hermosos de la poesía yucateca última, sino que refleja, editorialmente, uno de los grandes impedimentos de la literatura estatal: no circula aquí nada y por tanto nadie. Los autores escriben, publican y están obligados a ser rescatistas de sí mismos. Es cierto: esta condición es de carácter nacional, pero aquí la enfermedad se agudiza.

4) Fernando es un todólogo de la poesía: brillante promotor y tallerista, satírico, autor de libros para niños, lírico y, enfaticemos, Poeta con mayúscula. Estos treinta poemas se articulan con una precisión exacta, un aliento suave y preciosista. En torno a los poemas giran espejos estampados con rostros de la tradición, con eminencias literarias que el poeta toma y tuerce, que esconde por momentos, y que en otros decide revelar sin complicaciones: Tu cabello negro / Suelto / Sobre la blancura / De tu espalda: es la noche convertida en cascada. Dice Elías Nandino en uno de los brevísimos poemas de Ciclos Terrenales; por su parte, Fernando escribe en el inicio del poema Flor de agua: Cae tu pelo, / pende, atraviesa la espalda, la cintura, / inmóvil engranaje en las estrellas en tus ojos / de enigma, de distancia.

5) Discutamos nuevamente los asuntos de la moda. Sucede que un epígrafe tiene por labor dotar de cierto sentido y fuerza un texto, puede ser un indicador, una pista o un mero trazo explicativo. En nuestro contexto, los epígrafes crecen como enredaderas; terminan convirtiéndose en ramplones trozos de sabiduría, de intelectualismo muerto. Este no es el caso de Redentora la voz, un libro transparente desde el entramado de la intertextualidad. El primer apartado abre con tres versos pertenecientes al Espejo de zozobra, de Alí Chumacero, que dicen lo siguiente: con la atención desnuda / del que espera encontrarse en un espejo/ o en el fondo del agua; posteriormente, se revela otro apartado y con él dos versos del Cantar de los cantares: A su sombra sentarme es mi deseo / y a mi paladar su fruto es dulce. Los dos epígrafes restantes pertenecen a Carlos Pellicer –autoridad de la poesía con razón acuática– y Derek Walcott, cuyos versos dicen respectivamente Entonces seré un grito, un solo grito claro / que dirija en mi voz las propias voces. Y: Una ráfaga vuelve las páginas del puerto hasta la voz que tarareaba en el cáliz de la garganta [...]. Debe apuntarse que los epígrafes, su armado, responden a ser un tentempié lírico para el lector, quien ha dado ya un vistazo al lirismo desde el poema presentado a manera de prólogo. No hay en estos versos tomados ninguna razón intelectualoide, tampoco una distracción ni apoyo más allá del fenómeno poético que sucede al Yo lírico. Otro punto se suma, claro, al don de la transparencia expresiva de este conjunto.

6) Otra moda creciente es el nombrar un volumen de poemas como se nombran las ciudades rusas; o bien usar términos abstractos como adorno. Muchos Libros de, Bitácoras, Cuadernos, Anatomías y un largo etcétera que abarrota los certámenes, las librerías y las ferias. La poética y el corte lírico de este libro se da desde su nomenclatura: Redentora la voz retoma la idea del Yo que habla como única rescatista del Yo que no podía hablar, es decir, que la voz poética provoca por sí misma la redención de la mano. Podría parecer una obviedad, pero los tiempos exigen la existencia de estos fraseos, estas arquitecturas musicales y sensoriales, estos finales contundentes, esta tensión acuática e inagotable.

7) Vivimos en los tiempos del poema que reniega su identidad ligada a la historia, en la época de la terminología rota y el descubrimiento parcialmente revelador de las cosas banales. Redentora la voz es un libro que retoma los aspectos más esenciales del poema y los trae, con la soltura y perfección necesaria, a los terrenos de la no certeza de nada. Este libro cree en el misterio, en la evocación del mar y de la gota, en el polvo; en todas las palabras que, fundadas en la tradición, forman el más certero listado de sinónimos del término Poesía. Este es un libro en el que la novedad se presenta repetida y, sin embargo, nueva.

Foto del autor | Diario de Yucatán (modificada por diseño BVE)
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DANIEL MEDINA (Mérida, 1996), es autor del libro de poemas Una extraña música [Sombrario Ediciones, 2018]. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara 2014 y el Premio Peninsular de Poesía José Díaz Bolio 2017. Director de Ediciones O.

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