En
un tiempo para acá he tenido la oportunidad de participar como oyente en
diferentes presentaciones de libros. He visto a “los compas” llevarse las manos
al corazón y agitar las cuerdas vocales para escrutar lamidas y concepciones
alejadas a la realidad. Eso sí, se agradece las oportunidades que con esfuerzo
se logran entre la comunidad literaria. En
esta ocasión seré yo quién debe escrutar sobre la experiencia lectora que tuve respecto
a Una extraña música. Daniel Laurencio Medina Rosado estudiante
actual de la UADY en el especifico de literatura latinoamericana recibe el
premio José Diaz Bolio en el 2017, por esa causa se publica en un blog al viejo
estilo de las farándulas periodísticas un trazado escritural un poco afónico
respecto a la ceremonia de premiación. Entre estos párrafos se habla un poco de
él dice algo referente a que escribió su primer poema en un ejercicio en la
secundaria, ciertamente, al conocerlo y mirar su letra daba la impresión de que
no nunca finalizaría la preparatoria -yo casi no la termino-.
En
el 2015 presentó una plaquette llamada Mimesis
para gusanos. El libro que compré tiene una dedicatoria que versa: “Para
Román, ya lo leíste loco: relee y quizá ahora sí te guste”. En esta plaquette
tiene unos fragmentos que, en contradicción a la dedicatoria, si me gustaron: Honrarás a buitres y carroñas pues serán
material de escritura en el futuro. Y otras no tanto definitivamente como: “Otros
poemas/ son escritos por llanto y bucólicas plumas/ como de pájaro aplastado”. Si me dieran un peso por cada pájaro
utilizado en la poesía mexicana, no estaría aquí presentando un libro. No
obstante, Mimesis para gusanos es una
plaquette que serviría como antecedente, fue necesario para mejorar las
condiciones laborales de Daniel, haciéndose énfasis en la práctica el epígrafe
de Umberto Eco en Una extraña música:
“La historia de las lenguas perfectas es la historia de una utopía, y de una
serie de fracasos. Pero nadie ha dicho que la historia de una serie de fracasos
resulte fracasada”.
En
otro orden de ideas, cuando pienso en composiciones musicales nada
convencionales una línea se estira y trae hacia mí, no el K-POP sino el caso de
Arseni Avraamov, persona que en 1922 a partir del aniversario de la revolución
rusa transforma a la ciudad Bakú en una orquesta industrial. Dirigiéndolo con
señas desde una torre los ciudadanos ejecutaban sus melodías con ametralladores,
cañones, hidroplanos, ferrocarriles, silbatos, etc. Y es que la música en su
naturaleza de elaboración de pausa y vacío nos sirve de soundtrack para la divagación en la cual estamos condenados a
seguir a lo largo de nuestra vida social. Aún recuerdo a mi abuelo en un
tarareo matutino al puro estilo de Guty Cárdenas. Sentado en la mesa con el clásico desayuno gourmet
yucateco: globitos con café. La televisión y yo, en un compás de lunes por la
mañana a mi edad de ocho años, repetíamos la escena cotidiana que a menudo
concluía en el apúrate ya es tarde. Para volver a la escuela a no pensar más
que en los amigos y en futbol del receso.
Hoy
por hoy el trayecto hacia la universidad en la mayoría de los casos ha ido
convirtiéndose parte íntima de mis anécdotas más presumibles. Sobre mi último
viaje puedo hablar sobre Xalapa a razón de que tuve la coincidencia de
compartir habitación con Andrés Segovia y el autor. Tres yucatecos en el hotel
María Victoria, edificio cuyas ventanas perfilaban hacia un horizonte montañoso
de climas varios. Sitio que se encontraba a unas calles del lugar donde me asaltarían.
Horas
antes de llegar al hotel había subido por vez primera a un avión experiencia
terrorífica que repetiría sin duda. Nótese que sigo existiendo y por eso lo
digo; también puedo decir que a partir de la sensación que me provocaban los
doce mil metros de altura comencé a reflexionar sobre la minúscula metrópoli que
yacía debajo de la bestia en la cual me transportaba: reflexioné sobre nuestro
imaginario social, en la arquitectura y en el arte. Pensé en la búsqueda de la
paz, en la empatía humana, en los refinamientos de las formas sociales de los
que tanto escribían Kant, Tomás Moro, Aristóteles, Platón. Y si era posible
llegar a esa idea utópica a lo que Charles Simic define como: un sabroso pastel de chocolate preservado de
las moscas por una campana de cristal. A esa comunicación empática la cual
Zamenhof bautizó como esperanto, aquel idioma que fue una promesa de
conciliación entre los pueblos. El viaje habría representado un hecho
transformador para mí, observar desde otra perspectiva al Estado de Yucatán
traduciría este breve exilio en una oportunidad de entenderme. Últimamente lo
hago a través de la escritura, Pessoa nos dice en su libro del desosiego: “La
vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es
lo que vemos, sino lo que somos”. Después de leer Una extraña música, esta suma de experiencias regresaron a mi memoria
con una lucidez distinta, con un olor orgánico más profundo. Acotaré todo esto
porque es posible vincularlo exactamente con lo que quiero decir. La utopía sirve para caminar, escribe
Eduardo Galeano.
Por
eso Una extraña música en comparación
a Mimesis tiene una estructura más
técnica, en su elaboración hubo una andanza de años, Daniel interpreta esa idea
como “una imposibilidad de vivir en el presente”; el uso del ritmo y los intertextos
nos revelan ya una madures de ese trabajo íntimo y colectivo qué es la poesía.
Un trabajo larvario y frío cuya intencionalidad presume del uso de las voces de
Pablo Neruda, Ramón López Velarde, Octavio Paz, Paul Verlaine, Efraín Huerta,
María Baranda y Jeremías Marquines: apropiación de lo privado, substracción del
conocimiento poético del que tanto habla Antonio Gamoneda, y a lo que Cristina
Rivera Garza señala como reescritura, esa “presa monumental” que sirve como un
recurso de ornamentación expresiva que se adhiere a una obra nueva. La
referencia a Zamenhof como un sitio embrionario, es decir, el ente creador. Y el
esperanto como lenguaje poético, como un destino, como una utopía, como un horizonte
-dotado con la extrañeza de la música-, convierten la diégesis en una arbitraria
manera de interpretar el texto.
Charles
Simic también menciona que “defender la poesía es defender la locura”, por mi
parte pienso que defender la locura es defender algún tipo de verdad. No sé si
existe un trasfondo en esta pequeña carpeta color manila. Incluso Mark Strand
en su texto “poesía en el mundo” se rehúsa hablar del significado de lo poético.
Coincido con Daniel, pensar en Una extraña música es como “caminar las
calles de un lugar incierto”, y quizá también puedo decir que lo sé de la
poesía “es lo que sé de la esperanza/del estar atento y escondido entre la
página”. Hay una constante en nuestro devenir humano, las relaciones en el
mundo nos sujetan a ciertos paisajes, a ciertos rostros y a cierta lluvia. No
tengo la intención de lograr definir un libro, puedo expresar mi experiencia
eso sí. Estoy seguro de que lo mejor que
podría hacer sería terminarla ahora, antes de comenzar. Porque no abandono
la idea que “Es preciso marcharse / con dirección a lo perdido / para recordar
de donde viene la esperanza”.
ROMÁN SANSORES
(Mérida, Yucatán, 1996). Colaboraciones suyas pueden encontrarse en Monolito y Bistró. Fue becario de verano de la Fundación para las Letras
Mexicanas 2018. Actualmente cursa estudios en la Universidad Autónoma de
Yucatán en la licenciatura de Literatura Latinoamérica.
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