Somos personas queriendo salir del anonimato. Somos una
cultura intertextual, donde, ahora, escribir ya no es un oficio sino una
necesidad y la lectura está dejando de ser una activada común, que poco a poco
se va convirtiendo en un placer. Es obvio que todo texto es un puente muy
amorfo entre escritor y lector.
Por desgracia, no en todos
los géneros sucede. En varias entrevistas realizadas a Eduardo Lizalde menciona
que “la poesía es la muñeca fea de la literatura”, el cuento y el teatro no se
quedan atrás, ni que se diga del ensayo, ahí solamente entran los académicos, y
los géneros chiquitos —microrelato, minificción, short-history, tweets
literarios—, se han conglomerado en una especie de manifestación para hacerse
escuchar y por ahora son la moda, pero todavía la novela sigue siendo la que
deja más ganancias, haciendo sombra a los demás géneros.
Cuando escuché por primera vez a Axel Chávez, fue en las
playas de Acapulco, en un festival multidisciplinario; ya han pasado varios
años desde entonces. Su voz cargaba un tono romántico. Su escritura me
recordaba a los textos decimonónicos donde los personajes desean y se abandonan
a sus propios deseos. Parecía una pieza de museo andante, exaltando los ideales
ya desvalorados de un siglo donde la literatura tomó un giro en los
sentimientos. ¿Quién en su sano juicio pregonaría el espíritu romántico?
Solamente alguien que ha visto la decadencia de una realidad próxima; las creencias
nos llevan por un lado y las vivencias por otro, algo que está muy retratado en
su escritura. Es de mencionar que es un periodista comprometido con su oficio,
también cosa rara de ver hoy en día.
De ahí, lo he leído, poco,
en revistas electrónicas dedicadas a la creación literaria. Se ha destacado más
como periodista denunciando la corrupción, la violencia, la injustica y
anomalías en los sistemas políticos-judiciales del estado de Hidalgo. Pero la
nota, crónica o columna no son bastantes para comunicar lo que se desea
comunicar. Hay que recurrir a otras formas y géneros. Entonces, Axel, viene con
diez textos bajo el título Cenizas
nuestros huesos, su primera publicación.
En ella juega con los
sentimientos del lector: te hace enojar; te mantiene en una línea constate de
saber el porqué de la ternura con que se disfrazan las caídas: madrazos de la
vida. Resalta a la mujer, porque como buen romántico “nunca ningún amante es
perfecto” y nunca ninguna amada es valerosa y altiva para sobrevalorarla, otra
moneda de triple cara, porque sí, se puede encontrar los tres pies al gato. La
lectura de su libro dice: hay “algo” en medio del pantano que se pueda rescatar
y es digno de decir la belleza que deslumbra al personaje, o lector, antes que la
ponzoña aparezca más viva y astuta. Sus textos son contradicciones, no se puede
decir el no sin el sí. Es una idea que sirve de hilo conductor, pero ¿cómo
sobreponernos? Vuelve a la idea clásica del amor, es decir, todo amor es
trágico por naturaleza, otra especie de violencia que hace resaltar destellos,
no solamente en un ámbito tierno, sino, también, desde las más oscuras entrañas
de la sociedad, con ello vienen otros temas: la cobardía, desesperanza, abuso
de poder, gente desaparecida, el narco y vuelve, siempre, a la pareja. La
pareja rodeada de una crisis, no sentimental, sino social. Axel Chávez juega
con ello, abusa, y lo cree, lo vuelve en una especia de credo, porque siempre
uno llega inocente a cualquier libro y nunca se sabe lo que se va a encontrar.
Por ejemplo: los títulos de los textos son demasiado poéticos y evocadores:
“Ojos de luz”, “Como coyotes que roen los huesos”, “Él nos mató primero”, pero
esa sutileza es el arma con la que él apuñala los sentires.
En “Labios secos”, otro de
los relatos que conforma el libro, comienza: “Ahí recostado en la arena, sentía
como si la muerte sujetara mi cabeza con sus huesos frágiles”, o sea, es una
escena violenta, porque, como vas avanzando en la lectura, uno se da cuenta que
es la narración de la travesía de los migrantes y que, al final, dicho viaje es
inútil. Continúa: “Miré las alas abiertas de los cuervos que sobrevolaban el
desierto”, más violencia, y pasiva, para terminar de amolar. Va arrullándote
para que no se sienta el dolor en la carne — es una probadita de lo que se
puede encontrar—.
Sus textos no son
narraciones al cien por ciento. Son una mezcla: poesía por aquí, diálogos por
allá, un poco de reportaje, y es una forma de escritura curiosa que no aburre y
aligera la lectura, pero quién sabe dónde termina un género y en dónde comienza
otro. Hay que usar lo que se tiene a la mano, lo que se conoce y lo que se
vive, Axel es ejemplo de ello.
Por último, no todo libro es
perfecto. Los primeros relatos son tibios, tambalean demasiado y no hay un
punto de partida en el cual ampararse. Son de una cursilería frustrada y
demasiado común para tomarlos en serio. De cierta forma, son un trabajo no acabado.
Pero los últimos cuatros vienen con una lengua demasiado filosa. Saben en donde
hundirse, ¿un efecto balanza o plan con maña? Son contrapuntos o sentimientos
encontrados, porque no sabes si ponerte a favor o en contra del autor, es
decir, ¿nos peleamos para luego reconciliarnos? Sea cual sea la razón, Axel
Chávez viene con esta realidad de cansancio, vuelvo a afirmar que es debido a
la decadencia, pero las creencias hacen embellecer las formas de la sociedad.
Al fin, estas líneas son balbuceos. Y Cenizas
nuestros huesos se puede convertir en cualquier imagen y situación, por
ejemplo: se basó en mi vida sin siquiera saberlo.
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AMADO ADEMAR es licenciado en Literatura Hispanoamericana por
parte de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Fue becario de “Los signos en
Rotación” Festival Interfaz–ISSSTE, Acapulco 2014. Colaborador El sol de
Tlaxcala, el fanzine La culpa. Un poema suyo está incluido en el mediometraje
Retrato a nosotras mismas, ITC. Ha tomado talleres de creación poética con
Álvaro Solís, Armando González Torres y Gonzalo Escarpa, entre otros. Ha
participado en varios encuentros, festivales y lecturas de poesía. Poemas y
cuentos suyos aparecen en las revistas electrónicas. Tiene publicada la
plaquette de poesía Hombre con complejo de soledad, El puente, 2015, y el
poemario electrónico, Un lugar entre los cerros, SEGEY, 2018.
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