Un buen día se puede llegar a casa y ser
sorprendido por un espacio que pareciera no ser el nuestro, el de siempre, el
de antes. Todo se encuentra en su sitio y, sin embargo, se percibe tan otro, tan diferente. Un silencio
finísimo se cierne sobre la casa: los objetos habituales dan la impresión de
contener un aleteo, un movimiento, a pesar de su reposo. Qué nítido el respirar
de los cojines desperezándose en la sala, el crujir de la mesa en que se sirve
la sopa, el mar de una cortina que llama a la nostalgia… ¿Qué dicen todas esas
cosas juntas? ¿Dónde estaban o quiénes éramos nosotros que antes no podíamos
escucharlas?
Ante la mirada y el oído
atentos, los espacios y los objetos se revelan. También las personas, que nos
parecerán otras en su terrible o conmovedora existencia apenas las observemos
en el marco de sus circunstancias particulares, afectos y obsesiones. Es decir,
apenas las miremos en el conjunto de las visibles e invisibles formas que les
rodean.
En Micaela (Universidad Autónoma de Zacatecas, 2008), el poeta
colimense Víctor Manuel Cárdenas (1952-2017) logra, precisamente, una bella
crónica de los afectos y las revelaciones, pues con transparencia nos ofrece el
recuento de una vida sencilla: la de su abuela Mica; la de una familia de
amplia tradición, los Morales Valencia; y la de un pueblo viejo, Comala. A
partir de la declarada subjetividad del cariño entrañable y, al mismo tiempo,
con la “objetividad” del cronista-testigo, Víctor Manuel va descubriendo ante
el lector no sólo quién fue Micaela, con sus amores y vicisitudes domésticas,
sino a qué sabe una abuela de cien
años en la memoria familiar.
Compuesto por sesenta
poemas breves (varios de estos en prosa), Micaela
—Premio
Nacional de Poesía “Ramón López Velarde” 2007—
constituye un homenaje al milagro de una vida longeva y amorosa. En torno al
personaje de esta mujer y su prolífica descendencia se tejen líricamente
algunas historias en que se describen, con ternura, fiestas de cumpleaños,
señoras de poca memoria y anécdotas de niños traviesos.
Allí donde la inercia de
los días opaca lo asombroso, donde lo habitual puede adormecer los sentidos,
Víctor Manuel Cárdenas encuentra el resplandor de las cosas. Y celebra. Celebra
los pequeños placeres cotidianos, el café
de olla con piloncillo, el humo en la
cocina, el olor de la hierbabuena,
las ofrendas de arrayanes, las luciérnagas de septiembre, las
campanas de la iglesia, la lluvia y el viento, y la palabra y el silencio, que
son, también, como la sangre, otros lazos en la familia.
La poeta cubana Fina
García Marruz, en "Hablar de la poesía", escribió algo que, pienso,
acaso el propio Víctor habría dicho:
Lo
primero fue descubrir una oquedad: algo faltaba, sencillamente. Pero, de
pronto, todo podía dar un giro, y las cosas, sin abandonar su sitio, empezaban
ya a estar en otro. La poesía no estaba para mí en lo nuevo desconocido sino en
una dimensión nueva de lo conocido, o acaso, en una dimensión desconocida de lo
evidente. Entonces trataba de reconstruir, a partir de aquella oquedad, el
trasluz entrevisto, anunciador. Relámpago del todo en lo fragmentario, aparecía
y cerraba de pronto, como el relámpago. (García, 2002, p. 312).
Así, la poesía de Cárdenas ilumina rincones de vida
cotidiana, espacios que, vistos al trasluz y con cierta distancia como hace el
joyero (o el escritor) cuando desea apreciar mejor las piezas en que trabaja,
nos resultan cargados de inusitada belleza.
Micaela Valencia Bravo
nació el 2 de noviembre de 1905 en el pueblo de Comala, Colima. No le gustaba
la tristeza de su fecha de nacimiento, ni tampoco su nombre. Micaela conoció,
de niña, los sobresaltos de la Revolución Mexicana y, de joven, las angustias
de la Cristiada. Se casó con Gabriel Morales Hinojosa, un boticario de pueblo,
y se dedicó a las labores del hogar y la crianza de los hijos, sin conocer casi
nada que no fuera la geografía que la vio nacer y morir.
Contada de esta forma, la
vida de Micaela podría parecernos común (e incluso desencantada), salvo por un
elemento: ella declaró haber sido feliz y amada. Desde este hecho, que se
convierte en premisa poética, los versos de Cárdenas describirán a la abuela,
arquetipo de la madre protectora, como ejemplar en una sola hazaña: la
conquista de un amor intenso y verdadero:
Gabriel tenía la fuerza de un
caballo en las manos, en los ojos, en su vértigo central. Dos días después, al
bajar del tren de Guadalajara, me pidió la desnudez con un beso en los ojos y
otro en el bosque de la madrugada. Cuando llueve, el silencio entra en mi cama.
(“En las madrugadas”, p. 68).
Distintas perspectivas y voces en el poemario (el
nieto que escribe, la propia Micaela y Gabriel, el esposo) suman detalles de
esa mujer que alcanza la heroica edad de los cien años y, mientras más se
acerca a la muerte, anhela con mayor nostalgia su pasado:
Ve
más a la tierra que al mar,
vive en su casa,
esa
arena
donde el miedo
se aparece
y
la desconfianza pega gritos.
Que
nada invada
sus fatigas
con Gabriel.
(“Pocas veces miró al cielo”, p. 85).
¿Cómo consigue Víctor Manuel un poemario entrañable?
Sin duda por efecto de una técnica depurada, que permite que los versos
respiren con naturalidad y se presenten como si no pudiesen existir de otra
manera. Pero también porque les mueve, a estos versos, un sentido de
autenticidad, de savia pura. Digamos que han sido destilados con esmero y en la
búsqueda consciente de que cada imagen poética debe ser un eco visual-auditivo
de la esencia de la abuela Micaela:
Aquí
estoy,
celebrando tus primeros cien años.
Una
tarde de agosto,
con el azul de las hortensias,
confesaste
al punto de una lágrima:
Dios se olvidó de mí.
Olvidada
del oído y del odio,
no escuchaste
mi
respuesta:
No es asunto de Dios,
es tu constante
primavera...
(“Aquí estoy”, p. 11).
Imbatible como las parotas, Micaela es una lámpara
encendida alrededor de la cual revolotea su descendencia, porque ella es
"la abuela vida, / la madre vida, / la viuda de la muerte" (“La
abuela vida”, p. 63).
Tributo de alegría y
fraternidad, Micaela puede leerse
como una crónica en verso o un poema novelado acerca de una abuela que, tras el
amor, “no se niega/ a celebrar la victoria”. Micaela es mito, síntesis de un
tiempo —valga
la paradoja—
atemporal; tiempo que solo se mide con el reloj de las sensaciones y los
sentimientos.
En la poesía de Víctor la
ternura es una manifestación de libertad, un elemento consustancial a su visión
del mundo. Conmueve la desnudez, la fragilidad con que dibuja a Micaela, esa
mujer a la que se le escapa la memoria, como una moneda en la alcantarilla:
Con
nuevas tierras y aguas
Micaela
vive de sus rentas,
de
la cartera abierta de Eduardo,
del amor de todos,
aunque
ya nos confunda.
De
cincuenta años para arriba
todos somos
Gabriel,
y
nos besa las manos con ternura.
(“De
Florentino Valencia”, p. 20).
A través de diversos recursos estilísticos como el
empleo de diálogos, citas textuales, la epístola, la distribución especial de
los versos en la página, Micaela
enfatiza una estructura conversacional que recoge diversas voces, para mostrar
el lado triste, sensible, apasionado o irónico de la vida de Micaela.
Exponente de una fuerza intimista que
pule su expresión con base en el reposo de los versos, Víctor Manuel Cárdenas
declara la influencia de poetas fundamentales como Elliot, Pound, García Lorca,
Neruda y Vallejo. También de Bañuelos y Bonifaz Nuño. Entre esta pléyade, podría citarse a Micaela, quien, pese a que
no escribió ningún libro, sí fue poeta oral —una
parte de su decir se recupera en los poemas—
y, a su modo, inspiró la existencia misma de la poesía de su nieto.
Nacido dos veces (una en
Colima, donde dejó el ombligo, y otra
en Chiapas, donde el contacto con la realidad indígena replanteó su visión de
la vida, según declaró el escritor), Víctor Manuel Cárdenas es un poeta de
canto social y humano, que, en Micaela,
establece relaciones entre el pueblo de Comala, las hortensias, el pan, el amor
y una abuela.
Después de leer el libro,
confirmamos que los versos de Víctor pertenecen a ese tipo de poesía que es
tiempo, soplo: luz. Esto es, una poesía de carácter revelatorio, que muestra el
hilo que une a los seres con las cosas, e ilumina —mediante
la vivencia misma del lenguaje—
la comprensión del tiempo y de las ausencias irreparables.
La poesía de Cárdenas
mueve algo dentro, como las ganas de recuperar, a fuerza de palabras, una parte
de los afectos que hemos perdido. Puede ser que en el fondo, como señaló el
poeta, todo sea una ilusión, que la poesía no cambie nada, sino que cambiemos
los que en ella nos miramos. Puede ser. Sin embargo, la buena poesía, como la
de Víctor Manuel, nos deja la sensación de haber adquirido una casa nueva y de
oír, a la distancia, el murmullo de las cosas que se despiertan. Es cuestión de
comprobarlo y de recibir, en uno de los mejores poemarios de la literatura
colimense, a la siempre joven y dulce Micaela.
Referencias
Cárdenas, V. M. (2008). Micaela: México: Universidad Autónoma de
Zacatecas.
García Marruz, F. (2002). Hablar de la poesía. En Antología poética. Jorge Luis Arcos (selec. y pról.). México: Fondo
de Cultura Económica.
ADA AURORA SÁNCHEZ PEÑA es una investigadora y profesora mexicana.
Doctora en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana UIA. Egresada del
Diplomado en Creación Literaria de la Escuela de Escritores de la Sociedad
General de Escritores de México SOGEM. Realizó estudios de música en el Instituto Universitario de Bellas Artes IUBA de la Universidad de Colima (Universidad de Colima) y en el Conservatorio de Música de la Universidad Veracruzana (UV). Candidata al Sistema Nacional de Investigadores SNI, se interesa en la promoción, rescate y difusión de escritores y humanistas del estado de Colima. Sus líneas de investigación son la literatura mexicana contemporánea y la literatura regional de la primera mitad del siglo XX. Ha publicado diversas ponencias para congresos nacionales e internacionales. Es profesora investigadora en la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima (Universidad de Colima), donde es coordinadora de la Licenciatura en
Letras Hispanoamericanas y Comunicación. Más información en ELEM.MX
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