ENSAYO La maternidad en El discurso nocturno de Luisa Josefina Hernández | Stephany Rocha


La maternidad es un estado inherente a la mujer y ese es el pretexto con el cual se ha incentivado, cuando no obligado, a elegirla. Afortunadamente, en las últimas décadas se entiende que es una opción entre otras tantas. Por eso, cuando leí la obra El discurso nocturno (2014) de la dramaturga y novelista mexicana Luisa Josefina Hernández, me interesó la relación que establece entre la maternidad y la libertad. Los personajes de la novela Flora, Adelaida y Ernestina son más elocuentes de la representación de estos aspectos.
Ubicada en la época de 1950, la acción se sitúa principalmente entre un pueblo costero y la Ciudad de México. Se trata de la historia familiar de los Barret quienes se dividen entre los pobres, avecindados en el pueblo, y los ricos, en la ciudad. Los primeros son Don Miguel, Flora, y sus hijos, Teresa, Miguel, Enrique y Elisa. Los segundos son Don Esteban y Adelaida, padres de Ernestina, la protagonista. Aunque son primos, Miguel y Ernestina se han sentido atraídos desde muy jóvenes. La posibilidad de esta unión funciona como detonador del conflicto y expone las faltas, los atavismos y las hipocresías de ambos lados de la familia. 


1. Flora
Flora es la madre de Miguel y tía de Ernestina. Ella representa al tipo de madre perniciosa a quien no le importa maltratar psicológicamente a sus hijos porque los ve como un recurso disponible para su beneficio. Por ejemplo, a los doce años Miguel tuvo un desliz con la sirvienta Magdalena, quien dio a luz a Bárbara. El asunto provocó que Miguel no tuviera ninguna relación que condujera al matrimonio. Para su madre, el traspié fue una “desgracia” que le ocurrió a su pobre hijo, un contratiempo para casarlo con Ernestina. Dice que quiere ver a su hijo “disfrutando de una mujer que le guste” (16). En un nivel superficial, el discurso dicta que se trata de una madre que quiere la felicidad de su hijo; pero, si se lee con más atención, se devela que su verdadera motivación es el interés y no el amor filial, pues está dispuesta a obviar los matices incestuosos de la relación entre primos, con tal de ascender en la escala social y económica.  
Pese a los esfuerzos por disfrazar sus planes, su entusiasta insistencia por realizar el matrimonio despierta suspicacias. Durante un viaje a la Ciudad de México hecho con el fin de apresurar las nupcias, Flora visita a su hermana Elena quien expone sin tapujos lo que la primera intenta ocultar con disimulo mediocre:

Si la muchacha quiere, se casan y si no, no se casan aunque se lo metas en la cama ¿No la estás viendo? ¿Tan rica, con coche propio, fumando en la calle y divorciada? ¿Nunca se te ha ocurrido casar a tu hijo con una muchacha de allá, decente y seria, aunque no tenga dinero? (99)

Con particular crudeza, Elena desengaña a Flora al aclararle que no puede obligar a una mujer que tiene libertad sexual y económica a ceñirse a convencionalismos. Al hacerlo, se delinea cierto grado de deleite en Elena al exhibir el rumbo errado de las ilusiones de Flora, como corresponde a una rivalidad entre hermanas marcada por la mezquindad que se percibe en toda la novela.
Dicha mezquindad parece la marca distintiva de la familia. Flora constantemente busca una relación parasitaria con sus hijos; de esa índole es la que sostiene con Teresa, su hija mayor, a quien convence para que pague el viaje a la Ciudad de México. Aunque con desgano, al ver a Flora llorar, Teresa accede. Como respuesta, la madre se enjuga los ojos y piensa “algo es algo.” (18) Sacrifica a su hija bajo la lógica de que es lo mejor para la mayoría, pero Flora no asume el costo ni la responsabilidad de sus maquinaciones.
Es mujer indolente cuyo único talento es la manipulación, con tal de evitar conflictos, doña Flora se excusa en su supuesta debilidad, en sus lágrimas. Flora sistemáticamente elige la victimización o la tiranía a conveniencia. Bajo ninguna circunstancia se aviene a aceptar responsabilidades y se erige como una continuadora ciega de un sistema que no entiende. La suya es una maternidad estéril, que no quiere otro cambio que no sea el de sus deseos satisfechos, aunque eso implique aprovecharse de sus hijos.

2. Adelaida
Adelaida Santander, madre de Ernestina, es lo contrario de doña Flora. Es una mujer de una enorme vitalidad, orgullosa de su apariencia y muy activa. Cuando Tina—como llama a Ernestina— vuelve a la Ciudad de México después de haber enterrado a su padre, Adelaida le propone abrir una boutique y que diseñe la ropa. No es por falta de dinero, sino horror al ocio, una idea que le legó Don Esteban como tantas otras. Antes de morir, su marido había puesto a nombre de Adelaida una gran cantidad de acciones que igualaban la fortuna de Ernestina, la heredera universal.
            Adelaida respeta las decisiones de su hija, aunque no la entiende del todo debido a que Adelaida era demasiado “propensa a la felicidad”. Aparentemente, su distanciamiento fue provocado involuntariamente por don Esteban, quien las trataba como iguales: Adelaida “nunca pudo discutir con su hija; estaban demasiado cerca en el tiempo, demasiado cerca en el trato con don Esteban, quien no vaciló en educar a su hija como primero hizo con Adelaida recién casada” (84). Es decir, dejó viuda a una mujer joven que no logró cultivar una relación de madre e hija, sino un sucedáneo, más parecido a ser hermanas.  
Aquello se observa cuando Ernestina parte a Italia. Como corresponde a una madre, Adelaida le envía una carta donde el lector puede encontrar un detalle revelador: la viuda de Barret firma “Tu madre (digo). Adelaida.” En esta corrección, Adelaida sugiere que no se considera su madre verdaderamente. Don Esteban canceló esa posibilidad al educarlas y lucirlas como si las dos fueran sus hijas.
A lo anterior, se suma el propio duelo irresuelto por el que está pasando Adelaida, quien sostiene conversaciones imaginarias con su esposo muerto en momentos de crisis. Aunque es una mujer hábil para hacer dinero, Adelaida no es diferente a otras mujeres que necesitan la opinión de su esposo para validar la propia.  Por ello entre madre e hija el diálogo es una imposibilidad.
Esta falta es percibida por su hija, quien en dos ocasiones emite fuertes críticas contra su madre. La primera sucedió durante una conversación con Teresa: “Tu madre y la mía, cada cual a su manera, han sido unas ineptas […] se han vuelto indolentes por tener maridos capaces, las hijas no podemos hacer lo mismo, no debemos” (55). Ernestina con esta crítica enuncia la necesidad de un cambio, la necesidad de responsabilizarse de su propia vida.
La segunda ocasión sucede al final de la novela cuando Ernestina afirma que la felicidad de la pobre Adelaida le “pareció idiota siempre.”  Y continúa “Nadie puede ser tan necio de hallar la dicha en que te eduquen, te moldeen, te pongan a estudiar y todo para lucirte” (360) Ambos momentos son un llamado para las mujeres para que atrevan a reclamar su independencia, no sólo económica como se sugiere con el personaje de Flora, sino también emocional e intelectual como se infiere con Adelaida.

3. Ernestina
Sin duda, el personaje más controvertido es Ernestina. Ella es divorciada y tiene una hija llamada Juana María. No es una víctima de las circunstancias, ni una mujer abandonada, ni sometida, en cambio, es una mujer que resulta sumamente incómoda para al resto de los personajes
Si se tiene en cuenta que la acción se ubica en los años cincuenta, la postura que adopta la protagonista es sumamente revolucionaria: la maternidad es una elección. Al divorciarse sin asomo de vergüenza y sin perspectivas de mantener la imagen respetable de mujer casada, la maternidad de Ernestina es una afrenta a la casa conyugal como espacio legitimador único. Ernestina es subversiva.
A lo largo de la novela, especialmente los personajes femeninos intentan encasillarla en alguna categoría que les parezca más comprensible. Ernestina era objeto de imaginaciones morbosas por besar a Miguel sin esconderse y por no sostener relaciones sexuales con él porque eso implica una intimidad mayor. Luego, cuando ella decide volverse amante del pintor Isidro Ramos, aumentaron las habladurías. Éstas llegaron a su límite cuando, a pesar de seguir su romance con Isidro, decide ser madre por segunda vez y que el padre fuera Miguel. En una carta dirigida a su prima Teresa, Ernestina se queja:

Voy a tener un hijo en julio y no tengo marido, ni novio, ni amante. […] Esto no se hace, me doy cuenta. Es posible ser violada o seducida, es más disculpable a los ojos de los otros. […] ¿Estamos tan pervertidos socialmente como para que una acción de libertad escandalice? […] seré tomada por inmoral. ¿Qué es la moral, Teresa? ¿La engendradora de la hipocresía? […] ¿Es porque una acción como la mía es demasiada fuerza para la mujer? […] es más aceptable abortar un hijo que tenerlo por gusto […] ¿o pensarán que me escudo en mi posición económica para imponer una extravagancia despreciable? (280-281)

Esta carta es uno de los cuestionamientos angulares de la novela: ¿Cuándo es lícito ser madre? ¿Por qué ser víctima del escarnio cuando se ejerce la libertad? La respuesta es simplemente porque la libertad está vedada para las mujeres, incluso por ellas mismas.

A modo de conclusión
Luisa Josefina Hernández destaca que alrededor de la maternidad se tejen elementos tanto individuales como colectivos. Tanto así que los dos personajes que parecían opuestos, finalmente terminan crudamente equiparados: Adelaida y Flora son dos versiones de la mujer dependiente. La primera por su juventud y la segunda por su codicia, pero ninguna pasa con éxito el tamiz al que las somete la escritora.
En esta novela, los jueces más severos de las mujeres son ellas mismas. Ellas se juzgan, se descalifican y se victimizan. Así, la visión que sugiere Hernández en su novela es acérrimamente crítica, encaminada a realizar una desmitificación de la maternidad y, más importante, es un llamado para animarnos a conquistar la libertad.

Luisa Josefina Hernández (2014) El discurso nocturno, México, Universidad Nacional Autónoma de México.


STEPHANY ROCHA estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México y la maestría en Letras Mexicanas en la misma institución. Ha participado en congresos y ha escrito en revistas académicas como Fuentes humanísticas Letras mexicanas. Sus líneas de investigación son la literatura mexicana del siglo XX, en particular el cuento.

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