Viví en Minatitlán justo en el tiempo en que
se deja de ser niño para entrar a la turbulenta y desagradable adolescencia. Comencé
a salir del aparentemente protegido mundo de la infancia y de la familia
extendida, con tiempo libre para vagar sola por la pequeña biblioteca familiar
y para quedarme a escuchar conversaciones de adultos.
Uno de los temas de esas
conversaciones (familiares, en casa de mis amigos y en las reuniones de mis
padres) fue la obra de Luis Spota (Ciudad de México, 1925). Era lectura obligada
por sus artículos periodísticos y sus novelas. Además, el autor “salía en la
tele” y eso le daba un aura diferente al ser escritor. Era famoso, no nada más
entre el mundo nerdo, sino entre gente que no leía nada más. Sus opiniones
políticas, sociales, culturales tenían peso entre los adultos que conocí en mi
adolescencia y, por ende, los chicos repetíamos algo de lo escuchado en casa.
Tenía un programa de televisión, La hora
25. Ya les había comentado que, en ese entonces, en Minatitlán sólo
teníamos dos canales de televisión. Y en los dos se fomentaba el conocimiento y
el arte.
Leí algunas de las
novelas que conforman la serie La
costumbre del poder (Retrato
hablado, Palabras
mayores, Sobre la marcha, El primer día, El
rostro del sueño y La víspera del trueno), que llegó a
tener completa mi mamá. Le gustaba ese autor y por imitación, a mí también mucho.
Con el tiempo, ya viviendo en la Ciudad de México, visitando las librerías de
viejo me hice de mis novelas favoritas: Casi
el paraíso, La estrella vacía y Paraíso 25.
Las compré de viejo,
porque en los noventa ya no se conseguían sus obras. Y lo más extraño era que
yo llegaba a hablar de él en alguna reunión con literatos y me tocaba escuchar
comentarios de desprecio hacia él y sus novelas. Llegué a sentirme una
ignorante lejos de la verdadera literatura, paria del mundo intelectual. A Luis
Spota se le consideraba un escritor menor y tuve que dejar de hablar de él ya
que no conocí en ese mundo de escritores a nadie con quien compartir el gusto.
Me pregunté por muchos años el porqué de ese
ninguneo; tal vez porque a todos los bestsellers se les aplica la misma
dinámica, una cierta sospecha por su calidad literaria. Tomando en cuenta que
Spota era un escritor que cada año tenía una nueva publicación, es posible que
resultara dudoso ser tan prolífico.
Es verdad que su
escritura tiene muchos lugares comunes y frases hechas. Pero también tiene esta
combinación entre literatura y periodismo que es lo que atrae a las masas.
La estrella vacía, por
ejemplo, narra las vicisitudes de una chica que está dispuesta a todo con tal
de figurar en el mundo del cine; sacrifica sus valores y principios con tal de
llegar a ser la estrella que el país esperaba, ¿dónde hemos escuchado esa
historia antes? Bueno pues es el lugar común de las actrices de todas las
épocas. Si no tienes un hombre que te proteja, al que pagarás con sexo, pues
simplemente eres nadie en el espectáculo. Lo que le da interés a la narración
es esta necesidad del lector de situar a Olga Lang, la protagonista, en alguien
real. Y, a la manera de la comedia clásica, nos ofrece tranquilidad de consciencia
al saber que todo lo que sucede en la novela lo vive alguien más, no uno como
lector, quien se convierte en el que juzga las acciones de la protagonista. El
lector puede irse a dormir tranquilo porque los perversos son esos personajes,
los que dañan al país, los que roban, corrompen, usan el poder para su
beneficio, son esos seres que puede distinguir en las fotos y discursos de los
periódicos, bastante reales, pero lejos de su circunstancia.
Así, Spota, con sus
novelas, logra la catarsis en el lector, tranquilizándolo, diciéndole que esa
corrupción va a seguir, que siempre habrá un pseudo príncipe que venga a
casarse con la hija rica de alguien, para que la pretensión de primer mundo
siga siendo manejada por los ricos y poderosos, pero tú lector, sabes que todo
es un teatro, que la verdad es que son seres miserables, con pasiones todavía
más bajas que las tuyas. Tú lector no has encerrado a tu familia de por vida, ni
violado a tu hija, ni odiado a tu hijo, por eso puedes vivir en paz.
Leer a Spota ayudaba al
desahogo que la sociedad necesitaba ante lo que no se podía decir. Ahora las
redes sociales han facilitado la queja, el escándalo, los dimes y diretes, el
chisme político. En los ochenta, que es la época de mis lecturas, no se podía
comentar, ni criticar al gobierno, excepto en reuniones de mucha confianza.
Luis Spota supo describir el poder, desde el que lo ejerce hasta el que lo
padece.
En las novelas de Spota
encontramos todos los elementos del bestseller: terror, suspenso, morbo,
pasión, sexo, intriga, pero también la crítica feroz ante los usos y costumbres
del poder en México. Luis creó un país imaginario, un escenario donde hace y
deshace su comedia humana. Una visión panorámica de la historia y geografía
mexicana. Sus personajes vagan desde la duda, la aceptación, el gozo, el
sufrimiento, la nostalgia y el deseo del poder.
Luis Spota, hasta la
fecha, logra que me hermane con personas de mi pasado que ahora son ingenieros,
abogados, pilotos, comerciantes o cualquier otra profesión que no tiene que ver
(aparentemente) con la literatura. Lo digo porque seguimos compartiendo
comentarios en cuanto leemos o volvemos a leer a este autor, que marcó una
adolescencia, repito, turbulenta.
TERESA MUÑOZ. Actriz con formación teatral desde 1986 con Rogelio Luévano, Nora Mannek, Jorge Méndez, Jorge Castillo, entre otros. Trabajó con Abraham Oceransky en 1994 en gira por el Estado de Veracruz con La maravillosa historia de Chiquito Pingüica. Diversas puestas en escena, comerciales y cortometrajes de 1986 a la fecha. Directora de la Escuela de Escritores de la Laguna, de agosto de 2004 a diciembre 2014. Lic. en Idiomas, con especialidad como intérprete traductor. (Centro Universitario Angloamericano de Torreón). Profesora de diversas materias: literatura, gramática, traducción, interpretación, inglés y francés. Escritora y directora de monólogos teatrales. Coordinadora de Literatura y Artes Escénicas de la Biblioteca José Santos Valdés de Gómez Palacio, Dgo.
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