ESCAFANDRA Comer con una esperanza | Blanca Vázquez



Nuestras vidas no están en manos de los dioses, sino en manos de nuestros cocineros. Lin Yutang

En mis recuerdos de niña siempre aparece el sabor de la comida que mi familia o amistades preparaban; el sur y el norte brotan como una constante entre cazuelas de barro, ollas exprés, harinas, carne, verduras y hasta manteca; crecí escuchando la preparación de una u otra comida para esos convivios que se llevaban a cabo, algunas veces por una fiesta y otras las más por el simple hecho de comer. Recuerdo el raspado que mi abuela Estela me hacía, le acompañaba al tianguis y en su carrito de mandado llevábamos el hielo y al llegar a su casa comenzaba el arte de hacer un jarabe de limón y luego le ponía un poco de leche dulce, yo con una sonrisa de oreja a oreja me sentaba en las escaleras y podía ver cómo el calor se iba alejando a pasos agigantados. Mi abuela Modesta alistaba un bidón de aluminio para que el nixtamal comenzara el ritual de hacer el pozole, se podía ver la cocina llena de vapor, el olor de la carne de puerco se iba colando por toda la casa y se miraban las cazuelas apiladas, el orégano y el chile de árbol recién molido, qué problemas podía yo imaginar que existían cuando lo estaba saboreando, ninguno.
       Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien… y miren que Virginia Woolf lo decía, o nosotros acá en México no comentamos que ¿Las penas con pan son buenas? Eso me fue provocando un interés por la cocina y sus haceres, en mi cabeza imaginaba medidas, tantos, puños y hasta jícaras de determinado ingrediente, pensaba en diferentes palabras que escuchaba y me gustaba cómo sonaban sofreír, marinar, rebozar, juliana, saltear, macerar, sellar y otras más que se iban acumulando para entrar en acción.
       Mi papá los domingos (habría querido que fueran muchos más domingos, él debe saberlo) nos llevaba a Gerardo mi hermano, y a mí al mercado de La Merced o al de La Viga, todo dependía de lo que quería hacer de comer, si era una buena carne asada el conejo, venado o un buen corte de res hacían su aparición; no podía faltar leña y carbón, limones enormes, jugosos y de un verde bonito, cilantro, jitomate, chiles y cebolla para una salsa martajada; pero sí se trataba de preparar mariscos, veíamos langostinos, pulpo, pescado, camarones o jaibas, compraba una salsita re buena de marca Huichol y una Tabasco; todo, todo acompañado de unas cervezas frías, en verdad es como si en este instante lo estuviera viviendo y hasta logro escuchar lo que las vecinas le gritaban: ¡Al menos invita Gerardo, ya vas a empezar con la humareda!
       Creo que los momentos de la vida siempre van girando en torno al arte de comer o al arte de cocinar porque la única manera de conservar la salud es comer lo que no quieres, beber lo que no te gusta, y hacer lo que preferirías no hacer. Mi mamá cuando viene a visitarme me procura y me hace unos guisos que solo a ella le salen: cinco de mayo, enchiladas de jitomate, mole de olla, adobo, socorrido y su versión de tacos de Pedro Vega; por la noche atole de arroz y otras cosas que se le ocurran, como esos elotes hervidos y su salsa de epazote que prepara en el molcajete, el rico panile. Cuando va al mercado trae lechuga, rábanos, elotes, quelites y guajes, pero solo si son de Chilapa porque, dice, saben más ricos.
       Sabemos que comer es una necesidad fisiológica pero también es una necesidad del recuerdo, ahí en esos instantes se van creando narrativas variadas y si no me creen asómense a los libros; los olores y sabores del alimento están en sus historias. La comida como la literatura nos permite conformar nuestras realidades y nos otorga una inmenso placer aun cuando habitemos en el caos: El Satiricón, El Quijote, Cuento de navidad, Oda a la cebolla, Gargantúa y Pantagruel, Como agua para chocolate, Vitrina de últimas cenas, Alicia en el país de las maravillas, Bucán de bucanes y otros más. Comer, engullir, saborear, masticar, chupar, lamer, beber, tragar son acciones que vamos realizando cuando vemos, imaginamos u olemos aquello que nos hace salivar, comamos entonces, pero hagámoslo con un tanto de esperanza, porque como escribía la escritora Pearl S. Buck: "comer pan sin esperanza es igual que morirse poco a poco de hambre".

Recomendamos:
*Que devoren los libros que les apetezcan.


Fotografía de portada: imágenes de google


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