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Amparo Ochoa es (es, no fue) una de las
cantantes con mayor versatilidad vocal que ha pisado los escenarios del país, y
para comprobar tal teoría la discográfica Pentagrama editó, en febrero de 1999
(a un lustro de la muerte de la artista sinaloense, ocurrida el 8 de febrero de
1994 a sus 48 años de edad), el disco compacto A lo mestizo, que
reúne 17 piezas grabadas en vivo por Amparo Ochoa en el Teatro de la Ciudad los
días 1, 2 y 3 de octubre de 1992.
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A un cuarto de siglo de su
fallecimiento, traerla de nuevo en el presente es reconocer, legítimamente, a
los verdaderos creadores del canto popular. Porque nada tiene que ver la fuerza
que puede provocar el impulso mediático de un canto inducido (donde se ha
invertido mucho dinero, cuantioso dinero, incalculable dinero) con el otro
canto que no necesita de promociones millonarias para convencer a los
espectadores que se está realmente frente a un artista de valía. Y no que los
cantantes de impulso comercial no puedan tener validez interpretativa. No se
dice eso. No. Sólo la diferencia estriba en la hechura: a unos se les impulsa
con el claro objetivo de crear un mercado masivo para contar, una a una, las
ganancias millonarias del producto explotado mientras, en el otro extremo, se
trabaja con fidelidad según los principios éticos de cada artista sin menoscabo
de su personalidad.
Pero estas
minucias ya no se perciben en los tiempos actuales por la sencilla razón que
los tiempos han sido cambiados debido al triunfo inexorable de los medios
electrónicos que, con el paso del tiempo, han impuesto, o definido, la canción
popular según sus propias reglas y costumbres. Por eso hoy se abren las puertas
de Bellas Artes a cantores que han sido regulados por la compra de espacios
mediáticos con excesivo dinero creando, calculadamente, la idea de una cultura
popular que no es sino la inducción económica de figuras previamente
fabricadas, moldeadas, por una industria del entretenimiento que tiene su raíz,
por lo menos en México, en las oficinas de la televisión privada.
Por eso ya a nadie
sorprende que las Secretarías de Cultura nacionales acaten, o acepten, como
propia una cultura perfectamente elaborada desde los emporios mediáticos. A
falta de una construcción propia, se siguen los lineamientos establecidos
durante más de medio siglo por los consorcios de la música comercial que, a su
manera y con un criterio definido, han caracterizado lo que la ciudadanía debe
entender por música popular.
Nadie se ocupó por
abrir las puertas de Bellas Artes a Amparo Ochoa, ni a Marcial Alejandro, ni a
Jorge Reyes, ni a Eugenio Toussaint.
Pero tampoco lo
necesitaban.
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La aparición de aquel disco de Amparo
Ochoa, hace ya 20 años, fue, es, un homenaje póstumo a una cantora que aún no
se nos va de este mundo.
Tres años después
de que Los Folkloristas fundaran en México la difusión del canto
latinoamericano, Amparo Ochoa ganaba en 1969 un concurso de aficionados en la
XEW.
—Oí hablar de ese
concurso en mi tierra natal —solía decir Amparo—, y no habiendo otro foro a mi
alcance me inscribí para participar. Lo recuerdo muy bien porque uno de los
premios era un par de zapatos Duraflex. Y porque ese mismo año ingresé a la
Escuela Nacional de Música de la UNAM.
La artista había
nacido el 29 de septiembre de 1946 en Culiacán en la cuna de un hogar
campesino. En la familia todos cantaban: don Chano, su padre Octaviano Ochoa,
sus nueve hermanos, su madre y, sobre todo, su tío Lupillo, don Guadalupe
Ochoa. De niña, Amparo quiso estudiar danza clásica y a los seis años de edad
cantaba por el campo y andaba siempre de puntitas por toda la casa. A los 16
años ya tenía su propio programa de radio: Amanecer ranchero:
—Buenos días,
paisanos —saludaba por el micrófono—, aquí su amiga Amparo con algunas cositas
de la región.
El comunicado de
Ediciones Pentagrama agregaba: “En ese entonces no pensaba en el canto como
carrera profesional. Su hermana Conín la convenció de que estudiara el
magisterio y fue así como se graduó de maestra normalista. Primero trabajó en
el campo y luego en la ciudad de Culiacán. Durante cinco años ejerció la
carrera, luego vino a México, ganó en la W y a partir de esta fecha tuvimos
Amparo para toda la vida”.
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Tras conocer a Óscar Chávez, a Gabino
Palomares, a Tehua, al Negro Ojeda, a René Villanueva y
algunos personajes más, decisivos en la eclosión de la nueva canción en México,
Amparo Ochoa se integró al incipiente movimiento trovadoresco, que no
abandonaría nunca porque lo suyo era la canción vernácula —con o sin
movimientos como el mencionado, Amparo Ochoa tarde o temprano hubiera
sobresalido como una intérprete inigualable del canto mexicano, sin ánimos
chovinistas ni exaltaciones nacionalistas.
Hay que tener
presente, para digerir esta tesis, sus discos clásicos El cancionero
popular (Discos Pueblo) —en el cual incluye la incomparable versión de
la pieza “El barzón” a la vez que exhibe una voz magnífica y un abanico de
composiciones tan variado como un paisaje mexicano— y Amparo Ochoa
canta trova y algo más de Yucatán (Pentagrama) —que recopila 11
canciones de 11 compositores yucatecos en una muestra interpretativa
indefectuosa. Ambos álbumes son un hito de la canción regional.
Amparo Ochoa grabó
14 discos de larga duración y otros 15 colectivos. Modesto López, el director
de Pentagrama, emparejó los números con aquella inesperada grabación que
extrajo de su archivo oculto: treinta discos en total, el mismo número de
aniversario, el trigésimo, que cumplía Amparo en 1999 involucrada en la música,
pues si bien físicamente ya no la podemos seguir admirando (su belleza, además,
era, es, típicamente extraordinaria) todavía nos tenía guardadas unas cuantas
canciones más en su baúl musical sin fondo.
A lo
mestizo fue arreglado por los maestros Daniel García Blanco, Víctor
Pichardo y Ramón Sánchez con acompañamientos del grupo Zazhil (de Víctor
Pichardo) y el mariachi Oro Juvenil (de Demesio Ramos). Como siempre, se nos
aparece una Amparo versátil y profunda esta vez cantando en mayo e incluyendo
composiciones de Óscar Chávez, de Guty Cárdenas, de Vidal Ramírez, de Juan
Bartolo y de Genaro V. Vázquez.
—Quiero que no se
nos olvide que tenemos una canción hermosa, una gama inmensa de ritmos y
grandes compositores —decía Amparo Ochoa—. Pienso que hay que estimular esa
parte que contempla al ser poético, que analiza el compromiso del ser humano
con la vida…
Con sus
maravillosos discos Amparo nos corrobora, una y otra vez, que, en efecto,
México posee una hermosa gama de canciones.
5
Yo no sé si María Inés (Culiacán, 1983)
ha estudiado con detenimiento el canto de su hermosa madre Amparo Ochoa o si su
voz ya es de suyo natural, de modo que ha adquirido el gen, o le ha sido
transmitido de alguna manera maternal, pero el caso es que su voz, según nos
hace constar en su primera grabación: Identidades, es prácticamente
una réplica de aquella Amparo Ochoa espontánea e imponente.
Modesto López,
quien produjo este sorpresivo disco para su Pentagrama, está seguro de que
Amparo Ochoa se “sentiría feliz de escuchar una voz como la de María Inés”, que
la haría exclamar, a decir del mismo Modesto López: “De tal palo tal astilla” o
“hija de tigre, tigrilla”. María Inés “es bella —escribe el productor,
dirigiéndose siempre a Amparo, en la contraportada de esta primera grabación—,
no sólo por su canto sino por su actitud frente a la vida, esta vida que
continuamos tratando de mejorar como cuando tú estabas. Tu María Inés, tu niña,
tiene magia, tiene duende, canta y sueña para que sigamos gozando de la buena
música y para alentar nuestras esperanzas”.
Que María Inés
tenga una voz afín a su desaparecida madre no quiere decir, por supuesto, que
carezca de personalidad. Por el contrario, a partir de su naturaleza cantora,
que le ha servido para dar un paso adelante con relativa facilidad (conciertos,
presentaciones, grabaciones, todos ellos bajo el nombre de La Rumorosa), es
notoria, en su exposición vocal, la búsqueda afanosa de una personal
definición, y esto es mucho más perceptible en las canciones que ella ha
seleccionado del repertorio que su propia madre interpretaba, como “El abuelo”
de Mario López, “Quisiera” de Guty Cárdenas, “Flor de capomo” de José Juan
Moroyoki o la clásica “El barzón” de Miguel Ángel Muñiz, donde si bien hay
asombrosas coincidencias (sobre todo en esos matices tan amparosamente
campechanos) también hay afortunados distanciamientos, donde podemos vislumbrar
a una María Inés solvente, decidida, dispuesta a marchar por otras sendas
musicales, veredas inéditas, rutas desconocidas, como ese “Sol redondo”, de
Carlos Gutiérrez Cruz, cantado a capella con registros
sugestivamente impresionantes.
Porque de una cosa
debemos estar seguros: María Inés Ochoa, La Rumorosa, no es producto de la
transitoriedad, y si su imagen y su voz recuerdan irremisiblemente a Amparo
Ochoa no es esta una manifestación de duplicidad insustancial sino la
revelación de una presencia con tintes afectivos. Si en su primer disco —en el
cual la cantante se hace acompañar de ese veterano e irreprochable grupo
Zazhil— rebosaba (a sus 20 años de edad) una evidente raigambre maternal, no lo
hace, ni mucho menos, un producto nostálgico sino, y esto la engrandece, una
obra de indudable valía, una grabación que es a la vez un festivo homenaje a
quien le diera vida y otorgara el don de la música: un regocijante tributo a
esa magnífica mujer que fue Amparo Ochoa.
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Han pasado tres lustros de aquella su
primera aparición discográfica. La Rumorosa, desde entonces, es una cantora con
personalidad propia, apartada de todas las liviandades que ofrece la industria
mediática de la música. Para fortuna de los melómanos legítimos. Y es ella
precisamente la que encabeza el concierto que ofrecerán varios cantores de
estirpe para recordar a Amparo Ochoa, a 25 años de su desaparición física.
Un
noble y sentido homenaje.
Fotografía: Grupo IMER
VÍCTOR ROURA. Posee una trayectoria de más de 40 años en el periodismo cultural. Fundador de importantes medios en el país, como Unomásuno y La Jornada, y creador de la sección cultural de El Financiero, así como de los periódicos culturales De Largo Aliento y La Digna Metáfora. Es autor de medio centenar de libros en los que ha explorado el ensayo, el cuento, la poesía, la narrativa e incluso la ilustración para hablar acerca de rock, erotismo, prensa y literatura (poética y narrativa, sin hacer a un lado las letras infantiles); se ha adentrado en la crónica de las perplejidades del medio escritural e informativo y demás jocosidades del ámbito en el que se ha desempeñado toda su vida. Subdirector cultural de Notimex.
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