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A Gutierre Tibón (Italia, 1905 / Cuernavaca, 1999) no le importaba el “estilo” literario.
Investigador acucioso, escribía desaforadamente sobre cualquier tema, porque
tampoco, en ese sentido, puede afirmarse que era un escritor académico o
científico.
Ni una cosa ni otra.
Ni literato ni
magistrado.
Gutierre Tibón, cuyo
vigésimo aniversario mortuorio se cumple este año, era un empecinado solitario
de las letras. Por consiguiente, dejó medio centenar
de libros “desestilizados” que lo mismo se refieren al
misticismo que a los mitos aztecas, a la arqueología que a la lingüística, a la
etimología que al concepto turístico.
2
Gutierre Tibón, en ese su afán desmedido por indagar sobre
las cosas, arremetía contra todo descuidando el elemento “literario”.
Importaba el tema, no cómo lo abordara. Pero de entre los innumerables tratados
que desglosaba, sin duda el que dominaba era el de los orígenes de las
palabras.
Escucharlo hablar sobre
el significado de tal o cual vocablo era una delicia. Arrebatado profesor de la
semántica, Gutierre Tibón era, sí, un intolerante en los temas que dominaba. Ni
modo. Su entusiasmo lo rebasaba. Una vez, el maestro Tibón tuvo un problema con
una sección cultural de un periódico. Negaba el contenido de una entrevista.
Envió una rabiosa carta para negar lo que, finalmente, él había declarado: sus
palabras estaban fielmente registradas en la grabadora. Lo incomodaba su propia
arremetida contra la academia de las letras. Una y otra vez decía que no había
dicho lo que sí había dicho. La última vez que hablé con él insistía en que la
entrevista era falsa, pero yo ya había oído, directamente del cassette, sus
declaraciones y estaban fielmente reproducidas. Le hice ver la situación, pero
negaba el hecho, intolerantemente.
Me rendí.
Dije que publicaríamos
su carta de aclaración, aunque yo supiera que era una impostura su precisión.
Nunca más volvimos a
hablar.
El maestro realmente se
encolerizó por algo que decía no haber dicho cuando en realidad sí lo había
dicho. Y lo que estaba sucediendo era que ya no estaba de acuerdo consigo
mismo, porque sencillamente ya había cambiado de opinión, lo cual es muy
válido. Pero habría que reconocerlo, cosa que nunca hizo.
Lo que sí hizo, en
cambio (viendo, según él, el resultado “negativo” de la entrevista), fue
ya no volver a concedernos ni una entrevista más, cosa que cumplió hasta el día
de su infortunada muerte, ocurrida en 1999. Así de apasionado era don Gutierre
Tibón. O de intolerante.
Sin embargo, estas cosas
son muy frecuentes en el mundo de la intelectualidad vaya uno a saber por qué
clase de arraigados pruritos idiomáticos o de fervores ideológicos, muy dado,
por cierto, en las costumbres establecidas por los líderes de la cúpula
cultural que dominara al país por más de medio siglo. Podía uno arriesgarse a
ser desterrado de la esfera intelectual si se atrevía a escribir una crítica a,
digamos, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Fernando Benítez, Carlos Monsiváis,
Salvador Elizondo, Sergio Pitol o… o… Gutierre Tibón, escuela de cortesías que
perdura hoy en día aun sin los intelectuales que le dieron vida.
Por ejemplo, hace unas
semanas buscamos a Vicente Quirarte para entrevistarlo a propósito de la salida
al mercado editorial de su novela Luz armada (2019). Lo buscamos aquí
y allá hasta que, por fin, pudimos localizarlo en su casa. El periodista se
alegra. Ya sólo era cuestión de acordar una cita.
La plática telefónica se
desarrolla de la siguiente manera:
—Buenas noches, ¿Hablo
con Vicente Quirarte?
—Doctor Vicente Quirarte para
usted, por favor.
Primer descontrol, pero
se repone el periodista con prontitud de la inesperada presentación.
—Doctor, lo contacto
porque me gustaría realizarle una entrevista para la sección de Cultura de
Notimex...
—Estoy muy ocupado. No
tengo tiempo. Buenas noches.
Y prosiguió a
interrumpir la llamada.
Fin del diálogo.
El periodista sabía que
su orden de trabajo jamás podría entregarla, porque al doctor, sencillamente,
no le interesaba hablar de su novela.
Punto.
Y a otra cosa.
Por más que el
periodista se hubiera preparado con la lectura de ese nuevo libro, de nada le
habría servido. Como con la entrevista con Gutierre Tibón, quien se empecinó en
decir que no había dicho lo que había dicho.
¿Qué hace el periodista
cultural en estos casos de fiera calamidad intelectual?
3
Hoy recordamos, en sus propias palabras, a Gutierre
Tibón —fallecido a los 93 años de edad— con una pequeña muestra
de su infatigable labor de investigación. Los fragmentos son tomados de su
libro Aventuras en México (Diana, 1983):
- Aguascalientes, decía el sabio etimologista Pero Grullo, debe su nombre a las aguas calientes, es decir: a las fuentes termales que abundan en sus alrededores.
- Baja California, el brazo derecho de México. Esto parece un descubrimiento maravilloso. Pero, ¿se justifica, en realidad, la figura poética? ¿Cómo puede ser el brazo derecho una región tan escasamente habitada y, por consiguiente, de modesta importancia económica?
- Dicen que en Campeche nació una costumbre que conquistó al mundo entero: la de mezclar vinos y licores, creando bebidas nuevas, con una sorprendente variedad de aromas.
- ¿Y quién es el bizarro soldado español que se detiene en ese ameno valle de tierra templada, cerca de un pequeño salto de agua: esto es, de un Saltillo? Es el capitán Alberto del Canto, fundador de la ciudad.
- En Chiapas sobrevive la América antigua al lado de la América ultramoderna.
- Chihuahua. ¿Cuál es el significado de esta extraña palabra, que en Inglaterra oí pronunciar, con toda la buena fe del mundo, Chaijuajúa? Es alteración del azteca Cihuahua, contesta el nahuatlato, y quiere decir: “Donde tienen mujeres”. En cambio, el estudioso del rarámuri, la sonora lengua de los tarahumaras, sostiene que Chihuahua significa “lugar de fábricas”.
- El martes salí de México rumbo a Nueva York [en el año de 1937]. Nueve personas se despidieron de mí en el aeropuerto, y cada una de ellas me abrazó dándome cordiales palmadas en la espalda. Yo no conocía la costumbre de los abrazos entre hombres, y creí que se trataba de muestras de una amistad particularmente honda y fraternal, lo que me turbó hondamente. ¡Qué corazones, qué sensibilidad tienen los mexicanos!, me decía con un nudo en la garganta.
- ¿Qué significa Durango? Debemos la interpretación de esta palabra al sabio de Torreón, Juan Adarraga: Durango, en vasco antiguo, es una “vega con agua, algo extensa, entre alturas”. Son características, precisamente, del río que baña el Duranguesado, en España.
- Hidalgo, noble, ilustre, generoso, “hijo de algo”: he aquí lo que quiere decir el nombre del estado que se identifica con el Padre de la Patria.
- En un canto que los indios coras conservan aún, se oye la mística voz de su antiguo rey-sacerdote Nayarit: “El culto de los dioses es el alimento del alma, como el aire es el alimento del ser que nace”. El recuerdo del rey divinizado perdura y perdurará en las generaciones futuras, gracias a su nombre, que se ha vuelto el del actual estado de Nayarit. Nombre genuinamente cora, y que debe hacernos recordar con cariño a los descendientes de los nayaritas precortesianos, los coras y los huicholes que todavía moran en la meseta del Nayar.
- Sinaloa. No es palabra náhuatl, sino de una lengua hermana, la cahita, y significa “pitahaya redonda”. La tribu indígena de los sinaloas dio su nombre a un río, a una ciudad y por ende al actual estado.
- Sonora: ¿de dónde viene esta sonora palabra? ¿De las piedras resonantes que se encuentran en el Cerro de la Campana, en Hermosillo? Hay quien opina que deriva más bien de sonoc, que en lengua ópata significa “hoja de maíz”. Otros dicen que, cuando Alvar Núñez Cabeza de Vaca enseñó a los ópatas el culto de Nuestra Señora de las Angustias, el valle y el río fueron llamados “de Señora”. Los indígenas no podían pronunciar la ñ y dijeron Senora y luego Sonora, por la influencia de su nombre tradicional sonoc.
VÍCTOR ROURA. Posee una trayectoria de más de 40 años en el periodismo cultural. Fundador de importantes medios en el país, como Unomásuno y La Jornada, y creador de la sección cultural de El Financiero, así como de los periódicos culturales De Largo Aliento y La Digna Metáfora. Es autor de medio centenar de libros en los que ha explorado el ensayo, el cuento, la poesía, la narrativa e incluso la ilustración para hablar acerca de rock, erotismo, prensa y literatura (poética y narrativa, sin hacer a un lado las letras infantiles); se ha adentrado en la crónica de las perplejidades del medio escritural e informativo y demás jocosidades del ámbito en el que se ha desempeñado toda su vida. Subdirector cultural de Notimex.
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