Recientemente,
en el marco de la Colección Parota de sal, fundada en 2012 por el poeta Víctor
Manuel Cárdenas, han aparecido tres nuevos títulos que tuve el gusto de
coordinar: Todos somos esto, de Sergio Briceño González; La niebla
crece dentro del cuerpo, de Nadia Contreras; e Isla de niebla y oro,
de Avelino Gómez.
Los tres poemarios, publicados bajo el sello de
Puertabierta Editores (2019), amplían, sin duda, el panorama de la poesía
colimense actual. Se trata de tres libros pertenecientes a autores de probada
trayectoria literaria cuyos frutos se manifiestan en un lenguaje expresivo,
dúctil, que hace lucir la imagen y sus filigranas, así como la relación entre
contenido y forma en el poema.
En esta oportunidad, dedico unas líneas a Isla de
niebla y oro, de Avelino Gómez (Manzanillo, Colima, 1973), poeta marítimo
por dondequiera que se le mire, pues su poesía no solo tiene el rumor de los
mares, sino también el sabor antiguo de la sal, el famoso oro blanco por el
que, desde hace siglos, el poblado de Cuyutlán ha sido notable.
Radicado en el puerto de Manzanillo, desde donde
realiza una importante labor de difusión cultural a través de diversas
instancias y agrupaciones, Avelino es autor, además, de los poemarios El
agua y la sal (1998), Mención Honorífica en el Premio Nacional de Poesía
Joven Elías Nandino 1997, Cuadernos de Tolimán (1999), El mal hábito
(2003), Lumbre de los días (2011) y del libro en prensa La ciudad te
seguirá, Premio Estatal de Poesía Colima 2018. Asimismo, es autor del
conjunto de crónicas Vivir en el puerto (2001) y de la novela Dichoso
como una piedra, Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel
Altamirano 2012.
Avelino ha dejado entrever, desde la publicación de su
primer poemario, cuán importante es el mar para él como símbolo de vida y
muerte, como metáfora del sentido cíclico de la existencia. En este poeta el
mar vuelve ola tras ola para anunciar, entre convulsiones, la tormenta, o para
ofrecer —de tanto en tanto—
una paz metafísica que incuba ilusiones, sueños, o la poesía misma.
¿Qué ha cambiado entre el primer y el último poemario
de Avelino Gómez? Quizás ha cambiado todo, y al mismo tiempo, nada, porque si
bien la arquitectura de los versos, su ritmo, su acomodo, se han perfeccionado,
en una propensión al verso concentrado e intimista, sigue estando viva —y qué bueno— una sustancial nostalgia que inspira el mar,
o, en el caso concreto de su más reciente libro, la niebla, que nubla la vista,
pero puede aclarar el corazón, la memoria, los recuerdos. Y es que nuestro poeta,
ante la visión que le provoca una ciudad como Montreal o Quebec envueltas en la
bruma, recupera momentos clave de la existencia: cuando atisbó la verdad de un
poema, cuando tuvo la muerte entre los brazos o cuando el amor dijo adiós sin
que se diese cuenta.
Si en el primer libro la infancia o la juventud que se
abre al sexo, al calor de la amada, son los elementos que desatan la memoria,
para decir: “Junto al agua de mar la tierra es buena”, en una especie de
celebración del paisaje marino que evoca el ardor de un tiempo que desea
recuperarse; en Isla de niebla y oro la premisa de la que se parte es
otra: “De aquel lado de la playa tengo unos fragmentos:/ harapos de razón,
retazos imborrables y presagios:/ En fin, varios nudos de garganta.” Así, la isla
de niebla y oro es un espacio de ensimismamiento para la voz lírica, una ciudad
lejos del primer mar amado, una ciudad canadiense de hojas de maple doradas por
el otoño, que se oculta y se revela entre la bruma como si se tratase de un
sueño o un dulce espejismo. Desde este espacio se observa el pasado y el
presente, se desborda la mirada, el ser en estado contemplativo, hasta que la
nostalgia cumple su función: hacer brotar el poema, tembloroso, adolorido.
La isla de niebla y oro de Avelino Gómez no solo es un
espacio de apartamiento, un estado anímico de introspección, sino también una
alegoría del proceso creativo, del acto mismo de buscar, a tientas, las
palabras clave, de imaginarlas, intuirlas, sin que se nos ofrezcan, en primera
instancia, absolutamente visibles en sus formas y turgencias. Entre la niebla
se presiente el oro, el resplandor de un premio, aunque nunca se está en la
certeza de alcanzarlo. La isla de niebla y oro de Avelino es, a un tiempo, el
ejercicio poético, la prisión del ocioso, del observador profesional, y a otro,
la confirmación de un oficio a lo largo de los años.
A partir de lo anterior, nuestro poeta declara tres
actos de fe: en la existencia del Poema “como una isla de brasas en la
penumbra”; en el oficio poético como “una isla clausurada”, y en la escritura
“a contramano del engaño”. De esta manera, el poemario de Avelino reflexiona en
torno a la experiencia de escribir poesía, de dejarse seducir por “un panal a
la distancia de mi lengua.” El poeta concluye, siempre, con la sensación de
incertidumbre, como se lee en “Mortinato”:
Y eso es todo.
Poco o nada ya recuerdo.
Apenas tengo, lector, esto que
ves:
una piedra, vana, de carburo.
Dividido
en tres apartados (Levedad del oro, Pausa y El peso de la bruma), Isla de
niebla y oro provee al lector versos de naturaleza metaliteraria, pero
sobre todo, una sutil crónica de calles y personajes anodinos o famosos que se
perciben en la humedad de la nostalgia, la tristeza o, simplemente, el goce
calmo de lo que un día fue. Poemas como “Un hombre fuma en el andador
Prince-Arthur”, “Un clochard canta en Parc La Fontaine” o “Tarde en
Notre-Dame-Des-Neiges” muestran de forma explícita el espacio físico que los
inspira y, a su vez, un sentido de irrealidad que envuelve a los personajes de
los que se habla en ellos.
De tono asordinado, a media voz, la poesía de Avelino
se nutre de ambientes cotidianos en que los objetos hablan de sus dueños y sus
hábitos. En cercanía con el poema en prosa, “Niebla matinal” es un ejemplo de
intimidad y concentración:
a vigilar la estufa y el pocillo
donde algo hierve, siempre.
Vendrá después el puñado de café
con su discreta espuma y festivo
aroma.
Pondrás amargura matinal en la
camelia taza sin azúcar,
pondrás también cinco pasos rumbo
a la mesa
antes del sorbo constelar.
Allá, ventana afuera,
resplandecerá la cruz del Mont-Royal
con fulgor recién creado.
Así, ritual de todas las mañanas,
hasta que tu memoria
sea la taza que sostienes: tibia
aún, pero vacía.
Isla
de niebla y oro es, pues, el poemario de un
viajero que lleva sus mares primigenios a todas partes, un viajero en quien el
agua deja huella en las imágenes y en el ritmo, para otorgar al lector un libro
fresco, vital, aunque la ausencia o la pérdida esparzan la sal de la nostalgia
en aquello que se mira y se canta desde la entraña del instante poético.
Leer a Avelino Gómez es acceder a una muestra destacada
de la poesía colimense de hoy en día, en tanto su trabajo poético es producto
de la constancia, de múltiples lecturas (Whitman, T. S. Eliot, Saint-John
Perse, Pessoa, Huidobro, Borges, Neruda, Paz…), y, en especial, de un
compromiso honesto e inquebrantable con la palabra. Desde esta perspectiva,
estamos ante un poeta que escribe de lo que conoce, en apego a una emoción
genuina, la claridad y un sobreentendido pacto de cocreación con quien recibe
sus versos.
Bibliografía
Gómez,
Avelino (2009). Isla de niebla y oro. Colima: Puertabierta Editores.
ADA AURORA SÁNCHEZ PEÑA Doctora en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana. Ha publicado artículos de investigación, crónica, cuento y poesía. Entre otros libros, ha dado a conocer Terrena Cruz. Vida y obra de Agustín Santa Cruz, Agustín Santa Cruz. Obra reunida, Libros a escena. Textos de presentación a obras de géneros diversos, Un deseo como llama urgente y Todo libro es una liebre. Ha sido co-coordinadora de Hermenéutica y recepción de la obra de arte literaria, Palabra que arde. Griselda Álvarez: vida, política y literatura y Diálogos interdisciplinarios desde las ciencias sociales. Es compiladora y prologuista de Veintidós poetas de Colima. Parota de sal, antología. Actualmente se desempeña como profesora-investigadora de tiempo completo en la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima. Es integrante del Sistema Nacional de Investigadores Nivel 1.
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