El salón Juan José Arreola de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) se llenó para la charla entre dos narradoras, quienes recordaron que, durante una época de sus vidas, la mexicana Guadalupe Nettel y la peruana Gabriela Wiener fueron “sudacas” cuando coincidieron en Barcelona. Pero también están de acuerdo con la forma que eligen al tomar un punto de vista y contar historias, siempre desde lo incómodo, lo que está fuera de la norma. “Frente al espejo soy más fea de lo que realmente soy”, comentó Wiener y añadió que esa dismorfia que se ha autodiagnosticado le ha ayudado a hacer una “reflexión sobre lo que la sociedad pide como bello. Pensaba en lo que Nettel dice sobre la belleza del monstruo”. Este comentario fue el punto de arranque para una conversación que puso en evidencia lo que mueve a la literatura de estas dos autoras.
“Me llamaba la atención la gente que no
cabe o que no quiere caber en el modelo de belleza”, apuntó, por su parte,
Guadalupe Nettel, y para prueba compartió que su actual pareja “tiene más
dientes de lo normal y mi cuñado tiene más tetillas de lo normal: en los
tobillos”. La narradora aprovechó para compartir su opinión acerca de esa frase
hecha que muchos conocen: lo raro es pariente de lo feo. “Lo raro es
pariente de lo bello”, corrigió.
La obra de Gabriela se ha enfocado en
darle visibilidad a lo que no se apega al ideal de belleza. “Puede ser
reparador, pero no la salvación”, dijo, y para ejemplo habló de cuando publicó
un cuento en un blog hace algunos años, “Cuatro pezones”, que habla de una
mujer que tiene dos pechos extra bajo sus axilas. Al poco tiempo de difundido,
“la legión de las cuatro tetas” hizo su aparición, refiriéndose a los lectores
que postearon en los comentarios sus propias historias de rarezas corporales
que, en muchas ocasiones, eran causa de vergüenza y les daba miedo compartir pero
que, al leer el relato, se sintieron con más confianza de mencionarlo y, de
alguna manera, aceptarlas. Enseguida, Guadalupe dijo que esta “zanahoria de la
normalidad” que muchos persiguen pareciera que es sólo una forma de control
para la sociedad: “Todos flacos, bien peinados, a la moda, nariz recta”, y
entonces el monstruo se planta “con toda su individualidad, que exige que
aceptes tu carácter irrepetible” en esos defectos que otros señalan.
Las escritoras mencionaron cómo el punto
de vista femenino ha luchado, desde siempre, para ganarse un lugar dentro del
quehacer literario. Gabriela recordó que su libro Sexografías, una
colección de crónicas que hablaban de temas como la prostitución desde el
periodismo gonzo —Nettel mencionó que Wiener vendió sus óvulos para saber el
proceso que debe llevar a cabo toda mujer que lo hace, y luego escribirlo— le
ganó muchos lectores, hombres sobre todo. Pero cuando publicó otro texto que
gira alrededor de la maternidad, Nueve lunas, esos mismos
seguidores se apartaron de su trabajo aunque se dedicaron a obsequiar el nuevo
título a sus madres, hermanas, novias, esposas. Esto es prueba de que
sigue siendo difícil que la mirada de las mujeres se afiance “porque los temas
femeninos se han mantenido al margen de ‘lo universal’, que es masculino”.
Y
aunque para la peruana la literatura no es un modo de salvación, la mexicana
tenía otros datos. Centrada en las anécdotas reales que permean El
cuerpo en que nací, Nettel recordó que, cuando era niña, sus compañeros de
escuela la molestaban por el lunar que cubría su ojo derecho, dificultándole la
vista. En su cabeza se imaginaba historias en las que se vengaba de cada uno
con “naufragios, escorbuto, peste”, con sus nombres reales, y comenzó a
escribirlas en sus cuadernos. Hasta que un día, la maestra —ella estudió en una
escuela Montessori, por lo que se le dejaba hacer lo que quería la mayor parte
del tiempo— le pidió que leyera a todos lo que tenía en sus cuadernos. A pesar
del miedo a las represalias, obedeció y, al terminar, los reclamos llegaron de
los niños que no habían sido incluidos en su antología de la venganza. “Me gané
un lugar y dije ‘de aquí no me muevo’”, confesó.
Los 50 minutos no fueron suficientes y,
por desgracia, no hubo espacio para comentarios del público. Sin embargo, sí
firmaron libros, se tomaron fotos con sus lectores y escucharon esas
confesiones en corto que, seguramente, nacieron gracias a verse reflejados en
sus narraciones de lo que está lejos de lo ordinario.
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