[El domingo 6 de febrero de 1949 surge un suplemento cultural en
el ya desaparecido diario Novedades que encumbraría, en una
estrategia calculada y fortalecida conforme pasaban los años, a determinados
personajes del intelecto artístico por una decisión muy suya manteniéndose en
el poder cultural pese a que el implacable tiempo ha ido mermando al cerrado
grupo con sus muertes naturales. Pero la costumbre del poder es una y la misma,
no importa si ésta se establece en los rigores del pensamiento reflexivo.]
1
El poder tiene numerosos, predeciblemente leales, seguidores. No
sólo político, sino en todos los órdenes de la vida.
No se diga el cultural.
Cuando Fernando Benítez se
introdujo en los medios de comunicación, inaugurando en 1949 el suplemento
“México en la Cultura” en el periódico Novedades no sólo
creaba un centro de congregación intelectual sino, sobre todo, un poderoso
núcleo cultural de amistades que, en las acertadas palabras de Luis Guillermo
Piazza, en poco tiempo se afianzaría en una mafia que, como todas las mafias,
sería muy pronto un coto de privilegios donde la inclusión sería
permanentemente vigilada y rigurosamente calificada.
Como tal, pese a la
intervención de personajes considerados de ilustre progresismo, el grupo no
advertiría en sus estatutos, si bien nunca escritos, el modelo de la democracia
sino todo lo contrario, aunque suene paradójico, porque de paradojas siempre se
ha visto expuesto el quehacer cultural del país.
Conservadora a su pesar, la
mayoría de los que conformaron esa famosa mafia (porque no todas las mafias se
hacen de fama y prestigio) de la cultura vivió determinando y juzgando las
actitudes y los trabajos de los creadores que giraban en su entorno, pues su
ventaja era que tenían una tribuna donde verter o airear sus facultades, sus
decisiones, pareceres y reprobaciones, opiniones y veleidades, simpatías y
antipatías, sus alabanzas y sus detracciones, sus violencias y sus
amabilidades, sus lucideces pero también sus arbitrios, y aprovechándose
de este espacio fue categorizando y evaluando la actividad cultural
mexicana en un momento en que no existía tal rango clasificatorio, porque
México apenas entraba a una etapa de composición social tras sólo dos periodos
sexenales (Lázaro Cárdenas, 1934-1940, y Manuel Ávila Camacho, 1940-1946) luego
de los complejos, convulsos y aparatosos acomodamientos políticos que dejara la
Revolución unas cuantas décadas atrás.
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Fernando Benítez —que viviera 88 años, de 1912 a 2000— era
ya un periodista consagrado en los años cuarenta dirigiendo incluso El
Nacional, el periódico del gobierno, acatando los nombramientos a modo
cuando el funcionariato acomodaba sus piezas, con cauto descaro, en los
distintos medios de comunicación (¡para seleccionar al conductor nocturno de
noticias Televisa tenía que contar con la aprobación del presidente de la
República, por ejemplo!), afirmándose éstos —los medios de comunicación—
en su preclara sobrevivencia.
Cuando a Fernando Benítez lo
despiden de la dirección de El Nacional, luego de
la inesperada muerte del entonces secretario de Gobernación, amigo de Benítez,
el periodista decide ahora apostar por la cultura mirándola abatida, desolada,
sin liderazgo alguno. Según Víctor Manuel Camposeco, autor de la historia de
los primeros pasos en la cultura de Benítez —en uno de los libros de la
colección “Periodismo Cultural” que la Secretaría de Cultura eliminó de sus
obligaciones (para pasarle la responsabilidad al Fondo de Cultura Económica)—,
muy probablemente Fernando Benítez se gastó en un bar los 500 pesos que le
abonara el periódico como último pago por su dirección editorial. Lo que no
dice Camposeco es que 500 pesos para 1948 era, en efecto, muchísimo dinero,
cantidades excesivas que los políticos, por costumbre, compartían a los
periodistas favorecidos.
De ahí que se entienda el
sencillo traspaso de Benítez al Novedades con la intención
de crear en ese periódico un suplemento cultural. Después de todo, Fernando
Benítez era, y lo fue siempre, amigo de todos los presidentes de México. ¿A
quién no conviene un personaje de ese talante en una empresa periodística?
Fernando Benítez se inicia en
la cultura durante la administración de Miguel Alemán Valdés (1946-1952)
empezando, a la vez, a distribuir los dones creativos de acuerdo a sus
particulares perspectivas ajustadas, sobre todo, a sus cercanías o
distanciamientos entre sí: la inteligencia también puede ser estratégicamente
sectorizada, elitista o autoritaria y causar canales exclusivos de propia
beneficencia. Porque la inteligencia es una cosa y la ambición otra cosa.
Porque el buen hombre no necesariamente es un artista y el artista no siempre
es un buen hombre.
3
Si eran amigos, todo en su derredor era bueno; pero si no lo eran,
sus defectos saltaban a la vista demasiado visibles. Este empeño por
fortalecerse culturalmente atrajo graves consecuencias, como la admiración,
indivisible, a ciertas figuras con obra mediana, por ejemplo, en la narrativa,
sobradamente exaltada por la mafia, de autores como Juan García Ponce, Salvador
Elizondo o Sergio Pitol; el mismo Carlos Fuentes anda a veces con tropiezos en
su escritura, y errada ocasionalmente en sus conceptos de investigación, obras
que han pasado por insuperadas y gloriosas, merecedoras de tesis universitarias
y estudiadas hasta el cansancio por un profesorado dispuesto a no discutir con
los resultados aprobatorios de los consagrados intelectuales, renuentes a los
debates, problema que se ha extendido de manera ininterrumpida por siete
décadas.
Porque lo que ha traído este
consentimiento generalizado ha sido una pléyade de cortesanos que ha continuado
los tópicos impuestos para acomodarse resueltamente a la diestra del poder. De
ahí que esta persistencia temática haya durado tanto tiempo, al grado de que,
ya desaparecidos casi todos los que reinaron y vigorizaron esta mafia cultural,
la teoría cultural, promovida y establecida a partir de la década de los
cincuenta, permanezca inamovible, casi incólume, siendo aún beneficiada por las
instituciones del Estado, cuestión que podemos observar, con claridad, con el
magnífico trato que habían recibido, por lo menos visiblemente hasta antes del
inicio presidencial morenista, dos grupos antípodas entre sí como Clío y Nexos,
a los que el gobierno federal había compensado generosamente en su economía
personal. No sólo eso. La mafia cultural en su totalidad dependía directamente,
para su sobrevivencia, de la cortesía gubernamental: desde Miguel Alemán Valdés
hasta Enrique Peña Nieto, doce sexenios, setenta y dos años, de consentimiento
financiero. Que no es poca cosa. La costumbre se hizo ley. Por eso la
desavenencia actual, la muina, la incomprensión, el choque, el enfado.
La muerte de Fernando del
Paso, ocurrida el 14 de noviembre de 2018, hizo olvidar a los dolientes, por
ejemplo, su adhesión a la burocracia gubernamental porque, finalmente, Del Paso
fue beneficiado enormemente por el funcionariato cultural, como toda la mafia
que reinara la mitad del siglo XX (1949-1999).
[Y aquí el señalamiento de los
acomodamientos en el poder nada tiene que ver con los pensamientos o los
resultados artísticos de los creadores, que una cosa no tiene que ver con la
otra, porque en el caso de Fernando del Paso, por ejemplo, estamos hablando, en
efecto, de un escritor de altura: su José Trigo, digamos, es
una novela insuperable. Hablo, sobre todo, de las cercanías con el poder,
complejas en sus resoluciones prácticas, que no teóricas, éstas de sencilla
expiación cuyo máximo modelo, en México, lo tenemos en Octavio Paz, uno de los
lúcidos exponentes de las tesis de la cortesanía y el principado, aunque en
vida siempre el poeta dependió del Ogro Filantrópico para sobrevivir a sus
anchas. ¡Cuán difícil resulta cruzar el puente entre lo dicho y lo hecho!]
4
Cuando empieza el siglo XXI fallece Fernando Benítez, la cabeza
visible de ese núcleo avasallador y arbitrario (¡porque ay de aquél que se
opusiera a sus ideas, desterrado que era del círculo privilegiado!), aunque su
secuela beneficiadora continuara hasta el día de hoy con becas, distinciones,
galardones, viáticos, viajes, compensaciones, mimos, alud económico, que
durante el salinato encontrara su máxima expresión. Octavio Paz influyó con su
amigo el mandatario para crear el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
ese enorme centro de beneficencia para una mafia férrea y centralizadora.
Y, sí, en esta eclosión
mafiosa participaron ilustres personalidades del intelecto, que en nada
disminuye sus talentos aunque sí visibiliza sus infamias.
Pero en nombre de esta
obnubilación admirativa se han cometido, efectivamente, numerosas mezquindades
y vilezas.
5
En una ocasión, cuando el periódico La Jornada aún
estaba instalado en el número 68 de la calle de Balderas —en el Centro
Histórico de la Ciudad de México—, todavía ni un año teníamos de iniciar
aquella aventura periodística, me hallé al ya desaparecido Sergio González
Rodríguez y a Fernando Solana Olivares cargando tantos voluminosos libros que
hasta el sudor perlaba, incontenible, sus respectivas frentes. Esperaban el
elevador, impacientes. Estaba yo a punto de preguntarles por qué el ejercicio
extenuado cuando en ese momento apareció Fernando Benítez, su jefe (Solana
Olivares y González Rodríguez eran, ambos, secretarios de redacción del
suplemento cultural de La Jornada), quien, encolerizado por algún
motivo, les gritaba:
—¡Órale, pendejos, que no
tengo su tiempo!
Ignoro cuántas vueltas dieron
para obedecer a su patrón en el cargamento de libros que le llegaban, por
veintenas a la semana, al director del suplemento.
Yo los miré, a Sergio y a
Fernando, moviendo la cabeza de un lado a otro, compadeciéndolos.
Pero sabía que, pese a aquella
ingratitud, los dos secretarios de redacción siempre iban a hablar de la
generosa actitud de don Fernando en la prensa cultural. Porque es como una
costumbre referirse así a un escritor de fama, adjetivo que la misma mafia se
impuso para congraciarse consigo misma.
Empezaba 1985, faltaban
todavía tres años más para que su economía personal, para cada uno de los
miembros de esta fortalecida mafia cultural, se estableciera con una firmeza
nunca antes vivida: en 1988 Carlos Salinas de Gortari les concedería la
creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes para que dispusieran
a su antojo del presupuesto anual otorgado por el gobierno federal, que la
mafia utilizó para su sagrado provecho.
¿No las primeras becas que
concedió el Conaculta fueron otorgadas para el propio jurado que determinaría
las compensaciones de esa nueva instancia benefactora suya?
¿No el poeta Marco Antonio
Montes de Oca se vio sorprendido al ser abordado por la prensa para preguntar
por su proyecto ganador y el afamado escritor no estaba enterado de su fortuna
por el solo hecho de ser amigo de Octavio Paz?
¿No esta misma mafia era la
que no concedía reconocimientos si los creadores no los solicitaban mediante
una inscripción o una petición suscrita?
¿No existe, aún, un jurado que
determina premios y castigos artísticos?
René Avilés Fabila murió en
octubre de 2016 sin haber obtenido el Premio Nacional de Literatura tras
haberlo solicitado casi por una década, misma situación que aconteciera con el
también ya fallecido, en diciembre de 2016, Guillermo Samperio. Porque no
coincidían con los pareceres del glamoroso jurado que determina estas
circunstancias. Porque los premios, en realidad, muchas veces no son
reconocimientos sino compensaciones.
6
El suplemento del Novedades se sostuvo de 1949
a 1961, año en que fuera expulsado Fernando Benítez de ese diario, donde
publicara 665 números de “La Cultura en México”. Después, amigo de presidentes,
Fernando Benítez se trasladaría a la revista Siempre! para
continuar creando el suplemento ahora con el nombre invertido: “México en la
Cultura”. Con dinero de por medio proporcionado por la Presidencia de la
República, la mafia cultural prosiguió, indemne, su labor intelectual con el
mismo objetivo de crearse, con sus insignes inteligencias, para sí un altar.
Y esa fue, es, la línea idónea para afianzar
un grupo con múltiples satisfacciones en su interior. Como en la política, que
los miembros de un partido callan las atrocidades internas para poder continuar
impunes con los indebidos exabruptos, lo mismo sucede en cada secta.
No podía ser de otra manera
también en la cultura, por supuesto.
Estas siete décadas no fueron
en balde para sus creadores, no así para el adjetivador de este poderoso
núcleo, el escritor argentino, avecindado en México, Luis Guillermo Piazza
(1922-2007) quien en su libro La mafia (1968)
apunta varias obscenidades acometidas por estos intelectuales, que le valieran,
a Piazza, el destierro cultural, por cierto.
Los ínclitos fundadores de
esta mafia se han ido diluyendo por el implacable tiempo.
Pero sus enseñanzas no han disminuido, pues
las apreciamos, a veces con demasiada alevosía, en algunas publicaciones contra
los que no pertenecen a su mismo círculo, silenciando su paso por este mundo.
Emmanuel Carballo (1929-2014) entendía muy bien este encajoso procedimiento:
decía que no había nada peor para un creador que el silencio en torno suyo,
práctica que realizaba con premeditada alcurnia la mafia cultural,
paradójicamente considerada “progresista” por la prensa mexicana. Y los que
hacíamos notar estas minucias éramos, sencillamente, unos resentidos del
sistema, fácil manera de saldar el espinoso asunto, tal como comentó una vez
Hugo Hiriart a un reporterto que lo entrevistaba para un periódico que yo
dirigía.
—Roura está resentido con el
Conaculta porque ha pedido becas pero no las ha obtenido —dijo Hiriart.
El reportero le dijo que
Víctor Roura no había pedido ninguna beca, pero Hiriart desestimó la afirmación
zanjando el asunto: él estaba en lo cierto, no el reportero, y allí se acababa
el tema.
Pero yo no he pedido, hasta
este momento de mi vida, ninguna beca a ninguna institución cultural. Sin
embargo, no me sorprendió el hecho pese a la demoledora inteligencia de Hugo
Hiriart simplemente porque su creencia se ajusta perfectamente a los cánones
discursivos proclamados por la mafia: quien no está con ella, está contra ella.
Y punto.
No hay vuelta de hoja.
7
Para eso precisamente se crean grupos, no para pluralizar
culturalmente al país sino para apropiarse sectariamente, si dicho núcleo
prospera, de los posibles beneficios que la práctica intelectual trae consigo.
Las enseñanzas de la mafia
cultural, con poderosos profesores como Fernando Benítez, Carlos Fuentes,
Carlos Monsiváis, Jaime García Terrés u Octatvio Paz, han sido resistentes a
los cambios sexenales, permanecido impertérritas en la práctica y absolutamente
indispensables, por el simulacro —bien plantado y planteado— del progresismo
político que no daña ni perjudica las entrañas del sistema establecido, ni en
las decisiones que se toman en las burocracias oficiales: la apariencia crítica
es un detonador satisfactorio en las políticas oficiales.
¡Porque ahora resulta que
haber servido a Díaz Ordaz y a Luis Echeverría, o a Salinas de Gortari y
Ernesto Zedillo, o a Vicente Fox y Felipe Calderón, o a De la Madrid y Peña
Nieto, tal como lo hicieron numerosos creadores inmersos en la mafia cultural,
ha sido parte de un irremediable orgullo del que hoy se congratulan pensadores
y artistas!
Setenta años después…
VÍCTOR ROURA. Posee una trayectoria de más de 40 años en el periodismo cultural. Fundador de importantes medios en el país, como Unomásuno y La Jornada, y creador de la sección cultural de El Financiero, así como de los periódicos culturales De Largo Aliento y La Digna Metáfora. Es autor de medio centenar de libros en los que ha explorado el ensayo, el cuento, la poesía, la narrativa e incluso la ilustración para hablar acerca de rock, erotismo, prensa y literatura (poética y narrativa, sin hacer a un lado las letras infantiles); se ha adentrado en la crónica de las perplejidades del medio escritural e informativo y demás jocosidades del ámbito en el que se ha desempeñado toda su vida. Subdirector cultural de Notimex.
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