Elogiada por la calidad literaria sostenida en su trayectoria, la escritora mexicana recibió el Premio SM de Literatura Infantil y Juvenil.
Cuenta María Baranda que su búsqueda de palabras comenzó a los cinco años, cuando su hermano mayor le solicitó la palabra secreta para entrar a su club de amigos. Desde entonces, María camina por un placer que es casi necesidad y sale al encuentro de los rostros y los ruidos que a veces aparecen en sus páginas.
María
sabe, dijo Eduardo Casar, que lo que escribe para niños debe gustarles también
a los adultos, y esto es porque “el manantial nutricio de la obra de María
Baranda es la poesía, aunque se mueva en los callejones de los poemas o en las
anchas avenidas de la narrativa”.
Javier Palop, director de la Fundación
SM, señaló que el objetivo de este Premio “es reconocer la excelencia de una
carrera literaria, porque reconocer es más que agradecer, más que ver, e
implica afirmar el valor que tiene para nosotros quien es reconocido, y con
este Premio vamos construyendo un camino de personas y una red de creadores de
culturas infantiles y juveniles para presentes y futuros”.
Mientras, Irma Ibarra, en representación
del jurado, leyó el acta en la que se consigna que Baranda se hizo acreedora
del Premio por unanimidad y por su obra de amplio registro temático y ejecución
precisa, que hace del lenguaje un espacio compartido para explorar mundo
interior y exterior.
“Para su estilo, María usa premeditadas
inconveniencias gramaticales, rompe el piso parejo de la redacción uniformada y
como debe ser para armar otro ser que se llama poema, mete
música y ritmo a lo que dice para que haya danza y surja el movimiento, para no
dejarnos quietos. La poética de María es una poética indagatoria. Para leer a
Baranda conviene saber que concibe al libro como unidad que se desenvuelve en
momentos diversos, como con cierta unidad narrativa. Dicho de otra manera, ha
sabido sacar de la narrativa la estructura, la unidad, el orden, la secuencia,
para alimentar su poesía, y de la poesía, lo imprevisto, las iluminaciones, las
fracturas, los giros verbales. María es un premio para este Premio”, concluyó
Casar.
En su mensaje, María Baranda afirmó que
cuando era niña no había escritores infantiles en español, por lo que su
contacto fue con otras culturas y realidades. Ahora, en cambio, “escribir para
niñas y niños significa escribir sobre su realidad y su entorno, con esta
lengua nuestra que dice ajolote, tortilla, epazote, que puede hablar del dolor
de perder a la familia, de vivir en el exilio, de soportar la crudeza de los
tiempos, donde se ríe o se ama más allá del hastío o de la desesperación.
Los cuentos y poemas que escribo para
ellos tratan de mirar el horizonte de la página como un espacio que dé
consuelo, creo en inventar historias con las que se puede encontrar el camino
de regreso, en percibir a ese niño, a esa niña, que están ahí, delante mío a la
espera de la palabra primordial que los fascine en su propio vuelo y que los
rete en su inteligencia, con la que puedan entregarse al viaje de lugares
insospechados, los que otorgan las más íntimas indagaciones para que algún día
puedan preguntarse, narrando cada uno de sus sueños, ¿quién soy y qué hago
aquí? Y si el mundo a veces no es el mejor sitio posible, me toca, nos toca,
darles mayores gestos de amor, territorios escritos complejos y profundos para
poderlos acompañar a imaginar, a pensar, a descubrir que la vida es siempre
hermosa, a pesar de la vida y a pesar de nosotros”.
Fuente:
Prensa FIL
Fotografía de portada: monicamaristain
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