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En el año que acaba de morir, el jalisciense Emmanuel Carballo tuvo una
doble conmemoración que muy pocos recordaron, por no decir que casi nadie: 90
años de nacimiento —el 2 de julio— y un lustro de fallecimiento —el 20 de abril—,
que a él no le hubiera sorprendido porque siempre que tenía oportunidad decía
que su figura le era incómoda a la cúpula literaria, pero sin duda poseía un
prestigio y los escritores lo respetaban, al grado de que, para fortuna suya,
jamás fue desterrado de las actividades culturales, que eso sucedía,
tristemente, con los que no coincidían ideológica ni temáticamente con el grupo
aferrado en el poder intelectual.
No. Esto no sucedió con Emmanuel
Carballo, pese a ocasionales desencuentros de puntos de vista, normales en esta
tesitura carnavalesca de las letras. No hay, por ejemplo, alguna formidable
crítica atronadora sobre Octavio Paz o sobre Fernando Benítez que se recuerde,
que ahí sí lo hubiera obligado a caminar por otros senderos platónicos de las
ideas.
Pero no ocurrió tal hecho.
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En 1965 Emmanuel Carballo daba a conocer su libro Protagonistas
de la literatura mexicana en el cual incluía entrevistas
con 19 escritores.
“El papel del entrevistador —escribió
Carballo en el prólogo— es en sí incómodo para quien lo practica y
desagradable para quien lo ve desde la acera de enfrente. Para mí equivalió a
tratar de entender a otros tantos seres humanos famosos o en vísperas de serlo;
excepcionales si se piensa que cada artista es un ‘caso límite’, es decir un
hombre o una mujer que funciona mental y emotivamente con tal perfección o
rareza que piensa, siente y se expresa como un ser único e irrepetible;
quisquillosos porque tienen que soportar a un atrevido insaciable que penetra
sin pudor ni urbanidad en sus secretos, debilidades y triunfos: los artistas
son fáciles de agraviar u ofender con pequeña causa o pretexto. Además, el
entrevistador es un aguafiestas, un tipo desagradable que en lugar de meter la
nariz donde no lo llaman saca la pluma y el papel (o la grabadora) y apunta lo
que es permitido escuchar pero no escribir. Una buena entrevista, por otra
parte, principia donde termina el sentido común, la legítima conveniencia y se
vislumbra la autenticidad. A sabiendas de que su papel es deslucido e ingrato,
el entrevistador permanece fiel a su tarea por razones de orden moral: sabe que
al llevar a cabo su trabajo pone en el platillo de la balanza que le interesa
el peso de su intuición y experiencia. Si cumple este propósito, su
indiscreción es discreta y su impertinencia puede ser considerada como una
forma que adopta la cortesía. Por último, indiscreción e impertinencia deben
surgir fatalmente si aspiran a no ser mercenarias del amor y el deseo de llegar
a la verdad”.
Por eso Emmanuel Carballo se decía
incómodo no siéndolo: por sus “atrevidas” e “impertinentes” entrevistas, acaso,
eso sí, inexistentes en su época, razón por la cual subrayaba el hecho de que
él pudiera llevarlas a cabo.
Pero una buena entrevista
periodística, para ser justamente buena, debe tener esos ingredientes. Pero en
los años sesenta no se hablaba de estas cosas, aún, en el medio de la prensa
mexicana.
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Emmanuel Carballo, con su libro, redondeó de muchos modos la comprensión
que del oficio literario se tiene desde entonces. Y otorgó a la entrevista (un
concepto entonces meramente de trámite periodístico) un peso del que carecía:
la ascendió a pieza literaria.
En su mira pasaron los escritores
del Ateneo de la Juventud como José Vasconcelos, Alfonso Reyes o Martín Luis
Guzmán, Valle-Arizpe, Jiménez Rueda; del Grupo de los Contemporáneos como
Carlos Pellicer, José Gorostiza, Torres Bodet o Salvador Novo; del periodo
revolucionario como Rafael F. Muñoz o Ramón Rubín, y de la entonces nueva
generación como Juan José Arreola y Carlos Fuentes.
El volumen es, aún, importante.
Porque, aunque pareciera una barbaridad, que lo es, los libros de entrevistas
no son del agrado de los editores, renuentes a aceptarlos vaya uno a saber por
qué complicadas maniobras razonadas del comercio librero. Pero hasta las
instituciones culturales, que deberían no tener esos burdos prejuicios, o
lacónicos pruritos, se niegan a aceptar dentro de su catálogo los manuscritos
que contengan entrevistas, sobre todo con escritores. El propio Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, dentro de su colección dedicada al periodismo
cultural, rechazó un libro de entrevistas con escritores nada menos que de
Agustín Ramos.
Por algo, Miguel Ángel Quemain tocó
en vano diversas puertas editoriales proponiendo su grueso volumen de 26
entrevistas con escritores nacidos a finales de los años veinte y durante la
década de los treinta (con la inclusión de José Agustín, 1944, “porque la
frescura, rigor y vigencia de su propuesta literaria determinaron gran parte del
nuevo rumbo literario mexicano”). Inútilmente. De no haber sido por Enriqueta
Cabrera, directora entonces del diario ya extinto El Nacional
—cuya vida pública fue de casi 70 años: de 1929 a 1998—, que se interesó
formalmente por el asunto, y bajo su propia decisión se encargó de llevar a
cabo el destino último del libro, fuera muy probable que el volumen hubiese
dormido, por eternidades, el sueño de los justos oscurecido en un cajón de
alguna oficina burocrática o en el estudio del mismo Quemain.
El libro (intitulado Reverso
de la palabra, El Nacional, 1996), con más de 400 páginas, contiene 26
entrevistas y es, de alguna manera, y acaso no siendo éste su objetivo, la
continuación de aquel Protagonistas de la literatura mexicana que
emprendiera Emmanuel Carballo. Y en este mismo rubro Myriam Moscona, en efecto,
publicó en 1994 un bello libro con entrevistas a poetas, que inaugurara, hasta
cierto punto, la ruta bibliográfica en una específica corriente literaria. Si
bien el volumen de Emmanuel Carballo se ha reeditado varias veces (en 1986 en
la segunda serie de la colección “Lecturas Mexicanas” de la Secretaría de
Educación Pública con una sola novedad: la inclusión de Elena Garro para sumar
20 los protagonistas, y luego vuelto a publicar tanto en la Universidad
Nacional Autónoma de México como en Alfaguara), continúa siendo una obra
referencial.
Y es cierto, también, que sus
entrevistas ya no pueden ser reproducidas, ahora, en los grandes diarios ya que
éstos, todos, como uniformados, se han empeñado en acortar las palabras para
darle prioridad a las imágenes, porque —según dicen los “expertos” en la
materia— nadie quiere ya leer, realzando con esta teoría mercenaria (y
desilustradora), aún más, trabajos como los de Emmanuel Carballo.
Por eso nos sentimos orgullosos de
entregar a los lectores, aquí en Notimex, largas conversaciones con creadores.
Porque instar a la lectura es un acto cultural que complementa, o no, el
lector, pero esto ya está fuera del alcance del ejercicio periodístico. Porque
cultivarse, o no, es responsabilidad de cada quien.
4
Hombre de poca obra (dos volúmenes poéticos, uno de cuentos y dos de
memorias, más éste de entrevistas), el autor jalisciense pasó a la historia
como un “severo crítico” precisamente por este libro de conversaciones, ya que,
con el paso del tiempo, Emmanuel Carballo —ante tanto libro editado— se
extravió en el orbe literario, ajustando su crítica nada más a los escritores a
los que podía tener acceso.
Pero que sabía de lo que hablaba,
cuando hablaba con los autores que entrevistaba, nadie lo duda, y por eso le
temían.
—Usted no ha hecho modificaciones a
la estructura del soneto —dice a Carlos Pellicer—, pero su manera de crear
imágenes, de inventar metáforas, su forma de adjetivar me parece deslumbrantes.
—Le juro que no lo son —responde,
modestamente, Pellicer.
—Adjetivar con sustantivos no es
frecuente.
—Bueno, eso…
—Eso no es una cosa pequeña…
—Sí, es una cosa pequeña. Adjetivar
con sustantivos, por otra parte, no lo he hecho únicamente en los sonetos. Eso,
lo digo con sinceridad, no es una aportación.
—No es la única.
—Volviendo a los sonetos, me duele
profundamente no haber escrito sonetos perfectos…
Le pregunta Carballo a Pellicer si
le satisfacen los sonetos de su libro Práctica de vuelo.
—Creo que hay dos o tres que
sirven —responde el poeta tabasqueño.
—¿Cuáles?
—El soneto del arcángel Rafael tiene
dos defectos importantes, pero es un buen soneto.
—¿Recuerda ese soneto?
—No me sé nada mío de memoria, con
excepción de “Un pueblecito de los andes”. Un día, a media mañana, López
Velarde y yo nos encontramos cerca de la Casa de los Azulejos. Ramón me dijo,
antes de saludarme: “Carlos, ¿en qué momento escribió usted ese poema?” Le
respondí: “Ramón, ¿cuál?” “Ese, Un pueblecito de los andes”, y me lo
repitió de memoria como seis versos.
—¿Usted lo recuerda?
—Se me olvida el final.
Hoy, con las entrevistas de dos cuartillas
(unos tres mil caracteres, o menos; en El Financiero, poco antes de
que yo me fuera de ese diario, oí que exigían una “gran”entrevista… ¡en 1,500
caracteres!) que imponen las nuevas autoridades periodísticas, este tipo de
entrevistas se está extinguiendo. Además, ahora pueden hacerse mediante la vía
electrónica, perdiendo su carácter azaroso, espontáneo, momentáneamente
inteligente. ¡Y hay quienes “entrevistan” a los autores buscando respuestas de
ellos en la Internet!
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A diferencia de sus largas conversaciones, como poeta Emmanuel era
breve, sustanciosamente lacónico:
Cuando oyes apertura democrática
Nerviosa
Cruzas una
pierna sobre otra.
En su libro Eso es todo (que publicó en 1972 en su
propia casa editorial: Diógenes) reúne 167 textos, todos ellos de tres líneas
en versos no silábicos: “En buena medida autobiográficos —escribe el propio
Emmanuel Carballo de sí mismo en la contraportada de dicho volumen—, estos
poemas, que en rigor integran un solo y extenso poema, reconstruyen las
vivencias y experiencias de un hombre joven [entonces el autor contaba con 43
años de edad] que entregó al amor sus mejores capacidades y sus más definitivos
entusiasmos”.
Cuando seas vieja, amiga,
Tú dirás
adiós a las armas
Y yo sin novedad en el frente.
Y yo sin novedad en el frente.
VÍCTOR ROURA. Posee una trayectoria de más de 40 años en el periodismo cultural. Fundador de importantes medios en el país, como Unomásuno y La Jornada, y creador de la sección cultural de El Financiero, así como de los periódicos culturales De Largo Aliento y La Digna Metáfora. Es autor de medio centenar de libros en los que ha explorado el ensayo, el cuento, la poesía, la narrativa e incluso la ilustración para hablar acerca de rock, erotismo, prensa y literatura (poética y narrativa, sin hacer a un lado las letras infantiles); se ha adentrado en la crónica de las perplejidades del medio escritural e informativo y demás jocosidades del ámbito en el que se ha desempeñado toda su vida. Subdirector cultural de Notimex.
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