Lin Shu nació en Fuzhou (Fujian) en 1852, proveniente de la
antigua y gloriosa dinastía Qing. Superados los exámenes ministeriales, ocupó
un prosaico puesto de funcionario y vivió una vida más o menos tranquila hasta
la edad de cuarenta y cinco años, consagrándose al estudio erudito de la
literatura clásica confuciana. Entonces una tragedia cambia su vida para
siempre: muere su esposa y Lin Shu cae en una gran depresión.
Un día (estamos a principios del siglo
veinte), Wang Shouchang, un amigo suyo recién llegado de Francia le cuenta,
entre otras cosas, los argumentos de las novelas de las que se anotició en su
viaje. Una de esas novelas es La dama
de las camelias (que Alexandre Dumas hijo publicara originalmente en 1848).
La historia impacta tanto a Lin Shu que le pide a Wang Shouchang que se la
cuente una vez más, de principio a fin. Luego de que su amigo termine el
relato, Lin Shu se sentó a escribir (a re-escribir) su primera novela, titulada
La herencia de la dama parisina de las camelias. La obra fue un éxito
total, aclamada con entusiasmo por el público lector, aunque con ciertas
reticiencias por parte de la crítica.
El género novela gozaba de poco y nada
de consideración en China hasta bien entrado el siglo veinte. La herencia...,
además, estaba escrita en wenyan, una variante de la lengua china
exclusivamente literaria, muy diversa del chino mandarín coloquial que se
hablaba en la calle. Así, Lin Shu, además de popularizar la novela, que luego
se convertiría en el género más cultivado de su época, revivió el wenyan,
que en 1920 el gobierno chino había decidido abolir de la enseñanza de las
escuelas.
Desde entonces y hasta el fin de sus
días, Lin Shu se dedicó a re-escribir grandes obras de la literatura universal,
construidas a partir de las versiones narradas por amigos y colegas suyos, ya
que él no hablaba ni leía otro idioma más que el chino. Pero no sólo eso, Lin
Shu además introdujo técnicas hasta entonces inusuales o inéditas en la
narrativa china: el uso de la primera persona del singular, la minuciosa
descripción psicológica de los personajes, la incorporación al relato de otros
registros tales como el diario y la carta. Las bibliotecas del país eran hasta
entonces riquísimas de textos canónicos y comentarios de textos chinos
antiguos, pero nada sabían de esta clase de importaciones de obras literarias.
Lin Shu fue el gran importador de obras universales en China: constribuyó
enormemente al conocimiento por parte del público lector de las vastas obras
literarias de Francia, Alemania, Estados Unidos, entre otros. Su trabajo consta
de casi 200 obras, muchas de ellas se convirtieron de inmediato en best-sellers,
en nuevos clásicos: Robinson Crusoe, David Copperfield, Los
viajes de Gulliver, Estudio en escarlata y (el texto que nos ocupa
particularmente) Don Quijote de La Mancha.
¿Cómo
hacía para afrontar esta clase de obras un hombre que ignoraba absolutamente
otro idioma que no fuese el suyo propio, el chino? “No se ningún idioma
extranjero, pero tengo unos amigos que me narran las obras y yo redacto (…).
Así pues, yo siempre actúo como una marioneta”, dijo Lin Shu. Su método era el
siguiente: se hacía leer el texto original por un traductor/asistente, quien
iba además interpretando el texto. Sobre esta traducción/interpretación
trabajaba Lin Shu, que lo acercaba al idioma y a las costumbres chinas. Con
este método de trabajo (y auxiliado por una veintena de asistentes) re-escribió
a Dickens, a Balzac, a Dumas (padre e hijo), a Tolstoi, a Goethe y a Cervantes.
Para la versión china de Don Quijote
de La Mancha, Lin Shu trabajó codo a codo con su asistente Chen Jialin y la
obra fue re-nombrada como Moxiazhuam, Biografía del Caballero Loco.
Ninguno de los dos comprendía el español, por lo que trabajaron con una
traducción del Quijote en inglés (lengua en la que Chen Jialin era versado): al
tiempo que Chen Jialin leía, traduciendo en voz alta, Lin Shu tomaba notas para
la posterior re-escritura. La escena parece arrancada de un cuento de Borges:
una obra original en español es traducida luego al inglés, que luego es
traducida oralmente al chino coloquial y luego traducida por escrito al chino
erudito o wenyan. Es decir, la traducción de una traducción de una
traducción. Debemos agregar que, durante la década siguiente, a esta edición de
Lin Shu le siguieron varias publicaciones piratas, que no hicieron otra cosa
que copiar esta edición sesgada/aumentada, sin tener ningún conocimiento de la
obra original.
Vale decir que también es una escena
fuertemente quijotesca. Recordemos lo que cuenta el narrador del
Quijote, en el capítulo IX de la Primera Parte: “Estando yo un día en el Alcaná
de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un
sedero; y como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las
calles, llevado de esta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el
muchacho y vile con caracteres que conocí ser arábigos”. Ese texto (Cervantes
se lo hace traducir oralmente in situ por un morisco) resulta ser la “Historia
de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador
arábigo”. Tanto es el entusiasmo que siente el narrador, que compra esos
papeles y cartapacios por medio real y se lleva al morisco a su casa, quien al
cabo de un mes y medio y por la paga de “dos arrobas de pasas y dos fanegas de
trigo” traduce para él toda la obra. Sobre esta traducción, a su vez, trabaja
supuestamente Cervantes. De hecho, el narrador del Quijote lo llama “su autor
primero” y “autor desta grande historia”.
Volvamos a la China del siglo veinte. El
tándem traductor Chen Jialin/Lin Shu tomó varias decisiones arriesgadas. En
primer lugar, no tradujo el prólogo, donde Cervantes cuenta los avatares
previos de la obra y deja sentadas las pretensiones de la misma. En segunda
instancia, agregaron pasajes de su propia cosecha, allí donde les pareció
necesario o interesante. Y además, sólo se abocaron a la traducción de la
primera parte, por lo cual durante muchos años, en China ignoraron prolijamente
la existencia de la segunda parte del Quijote.
Ahora,
las lecturas borgeanas de esta magna obra. Primero, la más obvia y la que da
título no sólo a este artículo sino a por lo menos tres textos más que circulan
en la Red de Redes: el casi insoslayable texto “Pierre Menard, autor del
Quijote”. Allí, un escritor de segundo orden se aboca a la re-composición de Don
Quijote de La Mancha, logrando (según señala el narrador borgeano) “los
capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del don Quijote
y de un fragmento del capítulo veintidós”. Lo fantástico de la empresa de
Pierre Menard no es la escala en que obró, sino la singularidad de su tarea:
“No quería componer otro Quijote -lo cual es fácil- sino el Quijote”.
Para ello, debe conocer a la perfección el idioma español, recuperar la fe
católica, guerrear contra los moros o los turcos y desentenderse de la historia
europea y universal posterior al año 1602. En una palabra, dice Borges: “ser
Miguel de Cervantes”.
La segunda, una intertextualidad menos
declarada. En su ensayo “Los traductores de las 1001 noches”, en el primer
apartado que cuenta las peripecias del Capitán Burton, Borges inicia su crónica
relatando los viajes de Jean Antoine Galland. Allí observa que el arabista
francés trajo de Estambul “una paciente colección de monedas, una monografía
sobre la difusión del café, un ejemplar arábigo de las Noches y un
maronita suplementario, de memoria no menos inspirada que la de Shahrazad”.
Este asesor/traductor (llamado Hanna) es quien introduce en la versión de las Mil
y una noches de Galland, entre otros, los cuentos de Aladino, el de los
Cuarenta Ladrones, el de Abulshasán el dormido despierto, que no figuraban en
el original. Las traducciones posteriores, dice Borges, no se atreverían a
omitir estos relatos en sus traducciones, más allá conocer fehacientemente que
eran adiciones al texto primigenio.
Dejo a los probables lectores estas dos
imágenes y sus asombrosos parecidos: la de principios del siglo XVIII, de Jean
Antoine Galland y su asistente maronita llamado Hanna,
traduciendo/re-escribiendo las Mil y una noches; la de principios del
siglo XX, de Lin Shu y su asistente Chen Jialin, traduciendo/re-escribiendo el Quijote;
así como las posteriores obras basadas en esas re-escrituras.
A
la hora de titular este texto, el primer (el único) título que me pareció
adecuado fue el que lleva ahora: “Lin Shu, autor del Quijote”, en evidente
alusión al cuento de Borges. Como ya he declarado, se perfectamente que existen
otros textos que hablan sobre Lin Shu y su obra, llamados también inevitablemente
“Lin Shu, autor de Quijote”. Mi decisión, entonces, no obedece a la ignorancia
o a la vanidad, sino (aunque suene contradictorio) a la mera humildad.
No me guía la búsqueda de la
originalidad, sino (espero) acaso a como Pierre Menard y como al propio Lin
Shu, apenas la inscripción en una serie larguísima y acaso infinita: la de los
divulgadores de historias contadas por otros, que acaso otros a su vez
traducirán para contárselas a nuevas generaciones, hasta el fin de los tiempos,
hasta que se borren por fin todos los rostros y todos los nombres propios.
DIEGO RODRÍGUEZ REIS nació en La Boca (Buenos Aires). Es escritor y columnista de literatura en diversos medios digitales y radiales. Ha sido becado por la Fundación Antorchas (2002-2003) y por el Fondo Nacional de las Artes (2007). Ha publicado los libros El Charco Eterno (El Camarote Ediciones, 2009), Lo Levemente Ajeno (El Suri Porfiado Ediciones, 2013), Correspondencias Secretas (Ediciones Del Dock, 2015) y La Anchura y la Llanura (Ediciones Patagonia Escrita, 2018). Ha integrado, entre otras obras: Antología Federal de Poesía. Región Patagonia (Consejo Federal de Inversiones, 2014); Poesía Río Negro. Las Nuevas Generaciones (Fondo Editorial Rionegrino/ Universidad Nacional de Río Negro, 2015); COMOE. Seis Poetas en Neuquén (Ediciones De La Grieta, 2015); Plexocuentos. Narrativa y Gráfica de Argentina y Chile (Centro de Investigaciones Poéticas Casa Azul, Valparaíso, Chile, 2016); Breve Tratado del Viento Sur. Antología Poética de Patagonia Argentina (Escarabajo Editorial, Bogotá, Colombia, 2017); y Patagonia literaria VI. Antología de Poesía del Sur Argentino (INOLAS, Potsdam, Alemania, 2019). Ha dictado Talleres de Escritura Creativa y se ha desempeñado como jurado en diversos concursos. Actualmente vive en Villa La Angostura (Neuquén, Patagonia Argentina) donde dirige la revista de cultura “Rescate”.
1 Comentarios
Es extraño que no mencionen a Ricardo Piglia, ya que parte de la estructura del texto del blog, está presente en varias conferencias de Piglia. Saludos
ResponderEliminarRecordamos a nuestros lectores que todo mensaje de crítica, opinión o cuestionamiento sobre notas publicadas en la revista, debe estar firmado e identificado con su nombre completo, correo electrónico o enlace a redes sociales. NO PERMITIMOS MENSAJES ANÓNIMOS. ¡Queremos saber quién eres! Todos los comentarios se moderan y luego se publican. Gracias.