El año pasado se conmemoró el
bicentenario de Herman Melville (Nueva York, 1819-1891). Para este Club de
Lectura, ahora virtual, nos centramos en Bartleby, el escribiente (1853),
posible precursor de la literatura del absurdo en la que el protagonista,
Bartleby, ya es famoso por su reiterada respuesta días después de ser
contratado en Wall Street: I would prefer not to... / preferiría no [hacerlo].
A continuación compartimos algunas notas tomando como referencia dos de las
recientes traducciones: la de Eulalia Piñero en Austral ([2012] 2020) y la de
Enrique de Hériz, con prólogo de Juan Gabriel Vásquez, en Navona (2019).
La
edición de Austral, a diferencia de la de Navona, cuenta con notas al pie de
página, mínimas, nutritivas para comprender el relato; y sugerentes para una
lectura del Bartleby a propósito de la gastronomía, de la Cata literaria, que vimos en el semestre pasado.
Al
inicio, en primera persona, el narrador describe a los escribientes o
amanuenses que en su oficina copian los textos de carácter jurídico-administrativo.
En ese momento, dice la nota al pie: «Los apodos de los tres empleados están
relacionados con la comdia: Turkey (pavo), Nippers (pinzas o patas de cangrejo)
y Ginger Nut (bizcocho de jengibre)» (14). A mí me suenan, más allá de la
relación que en inglés puedan tener con sus personalidades, a kebap (envuelto),
a nísperos (perezosos) y a ginebra (de media tarde), respectivamente; pero esta
es una interpretación que preferiría (al menos de momento) no desarrollar.
Bizcocho
de jengibre es prácticamente lo único que come el cuarto empleado. Bartleby se
muestra impasible, cual barman que en el lobby aguanta las impertinencias de su
jefe a altas horas. El regusto queda amargo. El narrador (y seguramente también
quien lee) se esfuerza por tratar de entender semejante sinsabor insatisfecho.
Esta es la escena central en las dos traducciones:
Imaginen
mi sorpresa, no, mi consternación, cuando sin moverse de su sitio, Bartleby,
con voz firme y suave, respondió:
–Preferiría
no hacerlo.
Me
quedé sentado un rato en absoluto silencio, intentando restablecer mis atónitos
sentidos. Inmediatamente se me ocurrió que mis oídos me engañaban, o que
Bartleby había malinterpretado completamente mis palabras. Repetí la orden de
la forma más clara que podía emplear. Pero con la misma claridad se repitió la
respuesta ([2012] 2020: 25).
***
Imaginen
mi sorpresa –o, mejor dicho, mi consternación– cuando, sin salir siquiera de su
encierro, Bartleby replicó con una voz particularmente serena y firme:
–Preferiría
no hacerlo.
Me
quedé un momento sentado en silencio absoluto, intentando recuperar mis atónitas
facultades. Lo primero que se me ocurrió fue que me habían engañado mis oídos,
o que tal vez Bartleby no había entendido nada de lo que le estaba pidiendo.
Repetí la petición en el tono más claro que fui capaz de articular. Sin
embargo, con la misma nitidez me llegó la reiteración de la respuesta anterior
(2019: 39).
La traducción de Eulalia Piñero
es más ágil y natural, quizá por la nota de Pere Sureda a la de Enrique de
Hériz, donde aclara que este último murió prematuramente. No implica ello que
sea incompleta, sino que amén de una versión quizá más fiel al original se
podría establecer con tristeza una analogía con el protagonista de la historia.
A
todo esto, el jefe se convierte en una estatua de sal, para la que apunta la
nota: «Según el Antiguo Testamento (Génesis 19: 26), Dios convirtió a la mujer
de Lot en una estatua de sal cuando desobedeció la orden divina de no mirar
hacia atrás al abandonar la ciudad de Sodoma destruida por su iniquidad» ([2012]
2020: 26). Dicha idea, ausente en la más reciente edición, complementaría la
anterior interpretación culinaria, condimentando la áspera e insípida relación
de los seres (el concreto, Bartleby, y el abstracto, quien escribe que no
escribe) y, a la vez, deteniendo el tiempo en forma del salario, símbolo de la
inútil relación laboral que, impotente, desemboca casi en la extenuación:
«–¡Demasiado encierro! –grité–: ¡pero si se pasa todo el tiempo encerrado!» ([2012]
2020: 61) / «–¿Demasiado encierro? –exclamé–. ¡Pero si se pasa usted todo el
tiempo encerrado!» (2019: 93).
No
hay duda si seguimos a Juan Gabriel Vásquez: «Melville fue uno de los primeros
en explorar las nuevas realidades laborales de un mundo en brutal
transformación; uno de los primeros, digo, en percatarse de las delicadas
tragedias que vivián debajo de la pátina de respetabilidad de aquel mundo
urbano» (2019: 13). Nos encontramos ante una obra que plantea nuevas lecturas
según el momento en que te sientes como esa persona que desea en negativo.
¿Qué te sugiere Bartleby the Scrivener: A Story of
Wall Street? ¿Qué
tiene Bartleby del capitán Ahab, personaje de la otra gran obra de Melville, Moby
Dick? ¿Qué preferirías no hacer o escribir en estos días de encierro, de
confinamiento, de espera, de divagación?
IGNACIO BALLESTER PARDO
(Villena, Alicante, 1990). Es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad
de Alicante, con una tesis sobre poesía mexicana que dirige Carmen Alemany Bay.
Es miembro del Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti y
del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea. Con Alejandro
Higashi coordina el número 23 de la revista América sin Nombre (2018), dedicado a la «Madurez de la joven poesía mexicana».
Es autor del libro La dimensión cívica en la poesía mexicana contemporánea: herencia, tradición y renovación en la obra de Vicente Quirarte (Tirant lo Blanch /
Universidad Autónoma del Estado de México, 2019). Cada domingo comparte sus
líneas de investigación en el blog Poesía mexicana contemporánea.
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