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El próximo 3 de mayo se reviste de nonagenario el poeta argentino Juan
Gelman, quien falleciera hace seis años en esta Ciudad de México, el país que
lo acogiera y que él adoptara como suyo.
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Le digo a Juan Gelman que el cielo de Zacatecas es único en toda la
República. Posee algo que todos los otros estados no tienen. Dice que es
verdad. Su mujer, Mara, le ha dicho en la mañana que lo mira, al cielo, como de
orfebrería. Y eso es: el cielo de Zacatecas es como un juguete, con algo de
realidad obviamente intangible.
Caminamos bajo una inmensa lona
azul. Somos la sombra de un cielo que alguien desconocido pinta todos los días
en Zacatecas. Siempre me ha asombrado (en su sentido de pasmo, de maravilla, no
de oscurecimiento de los colores ya que este azul zacatecano jamás podría, en
su específico significado lingüístico, asombrarse) esta naturaleza zacatecana.
No creo que algún pintor, y vaya que
esta región los tiene, y muy buenos, pueda reproducir ese cielo en su exacta
fidelidad. No por incapacidad, no por una escasez en su mirada, sino porque
este cielo, sencillamente, es irreproducible. Tal vez los Coronel o los Nava o
los Reyes o los Goitia o los Felguérez me digan, desde donde se encuentren, que
estoy muy equivocado. Que ese azul al que me refiero, al cual no podría
adjetivar (¿azulqué, azul impoluto, azul mi cielo, azul mezcal, azul
sampedriano, azul dosfilosiano, azul delrealeano, azul lopezverlardeano,
azulqué?), sí es posible reproducir, y están ahí en los cuadros de estos
ilustres artistas plásticos; pero yo insisto, vislumbrado en mi terquedad, en
que este cielo tiene un color inclasificado.
Cielo de orfebrería, dijo la mujer
del poeta no siendo ella poeta.
Y es la mejor definición que yo he
oído para describir esa radiante naturaleza de las alturas.
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Bajo el sol doble de la furia y la pena
la vida sigue,
La vida sigue bajo el sol
doble de la furia y la pena.
Sigue la vida y gira
el sol doble de la furia y la pena.
Es un recurso amar a un árbol
y otras humillaciones del paisaje.
El esplendor del tiempo respira
en el hombro de una mujer.
Se alejan pensamientos que
no quieren ser vistos. El sueño
cierra la puerta para
que empiece otro.
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Lo miro -el cielo- como si no fuera real: ¿mas es real, acaso,
el cielo que miramos todos los días? Si camina uno por La Encantada, por
ejemplo, el lago es nada delante del hermoso lago azul que está en los cielos.
Yo me imagino, a veces, que Zacatecas es un reino al revés: caminamos en sus
alturas y el frío que se produce en las noches es consecuencia precisamente de
esta vida de cabeza. Luego pienso que, por eso mismo, Zacatecas es, fue, un
sitio minero. Porque está tan cerca del cielo que sus moradores tuvieron que
introducirse a las montañas para descender un poco hacia la tierra. Más de una
vez me he tirado al suelo para mirar nada más su cielo. Después caigo en la
cuenta de que una de las virtudes de este espléndido cielo es que carece de
nubes. Por eso su azul es, digámoslo pero sin ser forzosamente una
adjetivación, tan intenso que no lo distrae a uno adivinando graciosas formas
animales producidas por las nubes, las verdaderas sombras del cielo. Esta
intensidad azulácea influye, cómo no, en la vida cotidiana.
De allí que en 2001 los poetas de
este lugar rindieran tributo a Juan Gelman, colorista de paisajes, a veces
agrios, a veces soleados, a veces negros.
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Los que respetan su ignorancia
merecen más cielo que
los acostados en un banco
que ráspaban con ira,
¿Se hace sola la doble conciencia
donde la huella brilla?
¿Por qué no creer en el sencillo
callejón de la espera?
Allí sustituyen al mundo
con el cantar del universo.
Canta y canta
para sacarnos de aquí.
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Una vez callejoneaba por esos rincones de Dios cuando sentimos el
vértigo, porque conmigo caminaba una tentadora mujer, de la ciudad. No sé si
fue el intenso azul del cielo, o los vericuetos de la andanza, pero nos
detuvimos sin ningún acuerdo mutuo sólo para besarnos prolongadamente, en un
beso que podría decir que aún hoy no llega a su fin, para confirmar nuestras
presencias en esta tierra. Si hubiera que culpar a alguien de esta rienda suelta
amorosa, habría que mirar al profundo cielo.
-Pero es diferente el cielo de
Zacatecas como es diferente el cielo de Oaxaca o el cielo de Guadalajara -dice
el poeta Juan Gelman.
Le digo que no. No quiero decir
diferente en ese sentido. No hablo de diferencias regionales ni geográficas. Es
otro cielo, como si fuera un cielo nuevo, un cielo acabadito de nacer. Es
cuando dice Gelman que su esposa, Mara, le ha dicho que el cielo de Zacatecas
le ha parecido como de orfebrería.
-Sí -dice el poeta José Ángel
Leyva-, es como de juguete.
Y yo les creo, porque eso es lo que
quiero decir. Ninguna ciudad es igual a otra. Las ciudades son distintas entre
sí. Por su arquitectura, por su comida, por su gente, por su lenguaje. Pero
Zacatecas es distinta por su cielo azul de juguetería. Por su cielo azul de
intrincadas minas, y sé que la metáfora es de una sutil incomprensión porque
las minas pueden gozar de colores terrenales, acaso infinitos, mas no de cielos
intensos. En una mina lo que menos se aprecia es el cielo, y es de lo que menos
se habla, pero por eso mismo el color del cielo zacatecano puede ser de
intrincadas minas: porque es único, irreal, quimérico, diamantino, de juguete,
como lo apreciara Mara, la esposa de Juan Gelman, el poeta argentino que estuvo
en Zacatecas a principios de diciembre de 2001 porque fue su figura el centro
del homenaje que se rinde cada año a distinto poeta en su Festival de Poesía
Ramón López Velarde, que se había suspendido por dos o tres años (sobre todo
por el desinterés de las autoridades políticas y una severa crisis que padeció
la Universidad Autónoma de Zacatecas que, se dijo, y de tal tamaño fue su
crisis, ya estaba pensando en suspender los pagos, y ésta no es una
redundancia, de sus pensiones académicas), y que volvió a ser retomado por el
prócer José de Jesús Sampedro, quien ha podido llevar, con prestancia y
serenidad, a buen término esta reunión poética anual desde entonces, que llevó
por vez primera a Zacatecas a Gelman, a quien le rindieron tributo, el viernes
7 de diciembre por la noche, Magdalena González, Eduardo Hurtado y el propio
Sampedro, quien confesara que leer a Gelman y a Bob Dylan, a fines de los
sesenta (en su época de adolescencia “demasiado tardía”), ha sido uno de sus
nutrientes básicos.
Gelman, conmovido por las líneas que
han leído los comentaristas, dice, modesto y humilde, que no sabe si lo que han
dicho de él estos poetas tiene algo de verdad, ni si su obra ha alcanzado las
elevadas cotas literarias a las que se han referido con abrumadora insistencia
sus pares, que no hay mejor homenaje, digo, que el que hacen los poetas a un
poeta.
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La pregunta que no tiene respuesta
se convirtió en un sauce
verdísimo y todo su alrededor
canta. Su entraña es
aire, también agua, pasado
de alguna luna que pasó.
En su madera más sutil
el tiempo lloró mucho.
Se apagaban los brazos,
los perros en el fondo,
ayes que no pudieron decir ay.
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De Juan Gelman justamente había leído, por aquellos días, su libro Valer
la pena (que congrega 136 poemas en 158 páginas, Editorial Era, 2001),
que lo siento -aún hoy- un volumen reconciliado con esos fantasmas
que habían aniquilado, de muchos modos, la persona de este grande poeta
argentino -que recibiera en el año 2000, en Guadalajara, el Premio de
Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (después absolutamente
desprestigiado con la entrega de este galardón, en 2012, a Bryce Echenique,
quien recibiera los millones de pesos en la puerta de su casa para evitarlo
confrontarse con los críticos que sabían de su costumbre por el plagio
literario).
Si no reconciliado, sí más
espabilado con los temas que lo han acompañado, al borde del precipicio, en el
último cuarto de siglo de su vida: su hijo y su nuera muertos por la dictadura
militar de su país y el reencuentro con la nieta extraviada, viviendo una vida
separada, otra vida que no es la de los Gelman, pero que Juan Gelman ha sabido
que sí es ella, su nieta, la hija de su adorado hijo, porque lo ha visto en los
ojos de la joven reaparecida. Después de esta conmoción, Gelman ha escrito, tal
vez, con otra paz, con una paz ignorada, una paz metamorfoseada,
desconocida. Valer la pena, por eso, quizá sea un libro íntimo,
íntimamente turbador, emotivo…
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Así que has vuelto.
Como si hubiera pasado nada.
Como si el campo de concentración,
no.
Como si hace 23 años
que no escucho tu voz ni te veo.
Han vuelto el oso verde, tu
sobretodo larguísimo y yo
padre de entonces.
Hemos vuelto a tu hija incesante
en estos hierros que nunca termina.
¿Ya nunca cesarán?
Ya nunca cesarás de cesar.
Vuelves y vuelves
y te tengo que explicar que estás
muerto.
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Delante de estos poemas, que hacen quebrar la voz a cualquiera, la vida
se detiene, momentáneamente se detiene. No es posible continuar ante tal
lacerante dolor. Pero Juan Gelman, y con él su mujer, Mara, han continuado en
el camino. Vigorosos y admirables. Quería preguntarle a Gelman acerca de
algunos bellos versos suyos, cómo nacieron, cómo llegaron a su cabeza: “¿A
dónde va tanto olvido? ¿Es sangre ciega en los tableros del sur?”, “El día me
recuerda que no soy árbol y no tengo raíces de pájaro”, “Cada lágrima es un problema
sin solución”, “El viento levanta máscaras sagradas”, “Hay que leer las reglas
del espanto en una ciudad con sol”, pero sólo hablamos unos cuantos minutos
sobre el cielo zacatecano de juguetería, de ese cielo color de intrincadas
minas, sólo hablamos de un cielo de orfebrería que no tiene nubes.
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Y hablo en presente, no en pasado, porque me parece estar conversando,
aún, con el poeta que está a punto, a sólo seis días de distancia, de
convertirse en nonagenario. Porque cuando uno lee poemas que le asombran de un
poeta lo de menos es saber si el poeta está vivo o mora en un mundo intangible.
VÍCTOR ROURA. Posee una trayectoria de más de 40 años en el periodismo cultural. Fundador de importantes medios en el país, como Unomásuno y La Jornada, y creador de la sección cultural de El Financiero, así como de los periódicos culturales De Largo Aliento y La Digna Metáfora. Es autor de medio centenar de libros en los que ha explorado el ensayo, el cuento, la poesía, la narrativa e incluso la ilustración para hablar acerca de rock, erotismo, prensa y literatura (poética y narrativa, sin hacer a un lado las letras infantiles); se ha adentrado en la crónica de las perplejidades del medio escritural e informativo y demás jocosidades del ámbito en el que se ha desempeñado toda su vida. Subdirector cultural de Notimex.
Fotografía del autor: Jamlet inculto
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