ENTREVISTA Juan Villoro «algunos desastres se cometen en nombre del bien» | Víctor Roura


[Con el novelista y dramaturgo Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) se inicia esta segunda fase de “Los diálogos del miedo”, ahora con creadores literarios, cuyas conversaciones girarán en tono a las gravosas enfermedades que circundan a la humanidad a propósito, por supuesto, de la pandemia que nos ha tocado vivir. Juan Villoro ha abordado, con destreza, distintos géneros escriturales, obtenido una cantidad ingente de reconocimientos y consolidado su estilo en más de una treintena de libros entre novela, cuento, ensayo y teatro].

Historias nómadas e historias sedentarias

—Ahora que releo La peste, de Camus, pienso en lo complejo que sería hacer una crónica de los días que estamos viviendo. ¿Cómo empezar, hacia donde dirigirse, qué contar?,¿hablar de la incertidumbre, del distanciamiento súbito de la gente, de la soledad?, ¿de los que se van de este mundo por la miserable infección indiscriminada? Juan, tú que eres un cronista de altos vuelos, ¿has pensado en estas circunstancias literarias justo en los días desconocidos que estamos viviendo?
      —En efecto, es complejo hacer una crónica de los días que corren porque no hay una narrativa visible. La amenaza es microscópica e ilocalizable y la defensa consiste en aislarse; en sentido estricto parecería que no pasa nada.
      “¿Cómo contarle a las generaciones futuras que el planeta se paralizó sin presenciar una catástrofe tangible?
      “La situación en los hospitales, por supuesto, es distinta, pero a diferencia de la peste negra o la gripe española, la epidemia se mantiene oculta para la mayoría. Creo que las grandes historias tendrán que ver con ese frente de guerra que la mayoría de nosotros desconocemos (lo que pasa en los hospitales), pero también con las muchas historias que surgirán del encierro o de los que no pudieron darse el lujo de permanecer en casa. En México, cuatro de cada diez personas viven en la pobreza, según datos del Coneval, y deben salir a la calle a diario para buscar su subsistencia; habrá, pues, las historias nómadas relacionadas con la pobreza y las historias sedentarias debidas al confinamiento. Las guerras suelen resumirse con estadísticas brutales: número de muertos, número de mutilados, número de presos, etcétera. Sin embargo, hay una estadística oculta que no se toma en cuenta. Todo cataclismo provoca neurosis, depresiones, separaciones afectivas, traiciones íntimas, venganzas al interior de una familia. Las bombas que caen en el entorno producen detonaciones emocionales que no se registran en un principio y que sólo conocemos por la literatura de posguerra.
      “Ahora estamos ante una guerra sin fuego y sus historias más fuertes pertenecerán a esa estadística oculta. Pienso, por ejemplo, en los que están obligados a convivir con una persona que ya no soportaban, en los que se acababan de separar y se encontraron de pronto y sin quererlo en soledad, en los que descubrieron gracias a la forzada convivencia virtudes desconocidas en los otros, en los que no están presentes pero se han vuelto necesarios y se comunican a través de llamadas telefónicas sin agenda precisa, como las que se hacían en el siglo XX...
      “Hay un fascinante campo de interrelaciones por descubrir. A propósito de la novela histórica, Isaiah Berlin dijo que en los grandes acontecimientos no sólo suceden cosas históricas; también existe la vida cotidiana. Curiosamente, estamos ante un acontecimiento sin acciones, ‘vacío’, donde no se ve avanzar al enemigo ni se le puede ofrecer otra resistencia que apartarse. En este sentido, y haciendo excepción de la tenaz lucha en los hospitales, casi todo lo que ocurre pertenece a las minucias de la vida íntima. El desafío de Tolstoi al narrar la batalla de Borodino consistía en lograr que Napoleón y la Historia de Europa coexistieran con la dimensión cotidiana que sólo puede captar la literatura.
      “Nuestro desafío es el opuesto: demostrar que nuestra minuciosa vida doméstica es parte de la Historia. De todo esto surgirán nuevos miedos, nuevos anhelos de felicidad, nuevas formas de relación, nuevas ilusiones para refutar la realidad, un campo difícil de abordar y por eso mismo estimulante para la crónica y la novela”.

¿Cómo repudias a la persona que te puede salvar?

—La epidemia visualizada como una guerra acaso silenciosa es una metáfora que no la habría podido concebir si no me la cuentas de la manera en que la transmites, Juan. Una guerra donde suceden separaciones, muertes, traiciones, vandalismo o agresiones inesperadas, como las transgresiones al personal médico por parte de cierta ciudadanía. ¿Cómo puedes provocar a quien puede curar tus padecimientos? Los males surgen cuando uno menos se los espera…
      —Tocas un punto esencial de la condición humana. En La peste, Camus habla de los males que afloran en la epidemia y que provienen de la ignorancia o de la “buena voluntad sin clarividencia”. Algunos desastres se cometen en nombre del bien. Queriendo evitar contagios, ciertas personas han empezado a ver a médicos y enfermeras no como rescatistas sino como transmisores. Se trata de una aberración que no calculó Camus, pues no viene de la ignorancia ni de la “buena voluntad sin clarividencia”, sino de la desesperación.
      “¿Cómo repudias a la persona que te puede salvar?
      “En España se ha vuelto costumbre que a las ocho de la noche la gente se asome al balcón o a las ventanas para aplaudirle a los médicos y enfermeras que luchan para que el país vuelva a la normalidad. Aquí hemos visto agresiones en hospitales y a médicos cuando vuelven a sus casas o circulan por la ciudad. No se trata de la norma, sino de casos aislados, pero que aluden a un punto límite de la supervivencia, en el que crees que eres tú o el otro, cuando crees que sólo te salvas contra otra persona. En vez de admirar a la enfermera por su atrevimiento se le estigmatiza como fuente de contagio. El filósofo Paul B. Preciado nos recuerda que ‘inmunidad’ y ‘comunidad’ tienen una particula etimológica en común: munus, tributo. El inmune no debe pagarlo, la comunidad debe compartirlo. Sólo podemos ser inmunes en comunidad. La alternativa no es yo o el otro, sino yo y el otro”.

¿Por qué alguien quiere convivir con un insecto que puede matarlo?

—El contacto con la vida salvaje ha puesto siempre en riesgo a la humanidad, Juan, pero continuamos refrendando esta intimidad. El mercado de Wuhan, China, ha sido esta vez donde se ha detectado, al parecer, el virus infeccioso. El Sida se dice que fue adquirido en África mediante un contacto con primates. Hay programas culturales de “sobrevivencia” donde los humanos se exponen, desnudos, a ser picados por insectos o Moscos o murciélagos, a comer serpientes venenosas, a beber agua de ríos donde moran animales acaso desconocidos. Esta transgresión es antigua. Sin embargo, nunca acabará esta relación animal-humano, siempre estaremos expuestos a nuevas enfermedades, a peligros infecciosos. Culturalmente, ¿podríamos modificar esta convivencia, contrarrestarla o transgredirla?
      —El ser humano es un depredador. Tendemos a olvidarlo al considerar que la civilización nos protege de lo natural y nos brinda una realidad “aparte”; sin embargo, sobran pruebas de que no dejamos de ejercer el instinto de supervivencia donde el fuerte sacrifica al débil. J. G. Ballard entendió muy bien esto en sus novelas de anticipación científica y se ocupó no sólo del impulso de aniquilación inherente al ser humano, sino de aspectos más complejos, como el gusto por el riesgo y por los daños que elegimos (a veces más atractivos que los placeres).
      “En mi novela Arrecife traté de explorar las tentaciones de una especie que practica deportes extremos, juega a la ruleta rusa y consume drogas que ponen al borde de la muerte. Tengo un amigo que vende animales salvajes. De vez en cuando subasta arañas venenosas por Internet. Tiene tanto éxito que su página sólo dura abierta unos minutos.
      “¿Por qué alguien quiere convivir con un insecto que puede matarlo? La razón es la misma que justifica al apostador compulsivo o al adicto que lo arriesgan todo. Para los depredadores el peligro es un estímulo. El miedo es una droga poderosa y la posibilidad de superarlo es un simulacro de eternidad. Te tiras en paracaídas con esquíes para aterrizar en una colina nevada; tus posibilidades de supervivencia son exiguas, pero si lo logras sientes la adrenalina de quien supera su mortalidad. Podías destruirte y no lo hiciste; por un segundo fuiste eterno.
      “Los retos de supervivencia que mencionas combinan dos pasiones de la especie: la atracción del peligro y el deseo de notoriedad. Te arriesgas a contraer un virus para volverte viral. En su novela Crash, Ballard se ocupó del tema de los choques. Para los automovilistas kamikaze, lo más atractivo no es correr más rápido sino chocar mejor. Ballard suele ubicar estas tramas en un futuro donde la gente está anestesiada por la normalidad y necesita una sacudida para volver a sentirse humana. En ese sentido, el peligro puede ser un tónico de vitalidad. El cerebro tiene un entrenamiento milenario para asustarse ante un tigre. La cultura permite inventar tigres. Algunos inquietan las páginas de William Blake o Borges, otros dan miedo sin grandes méritos literarios.
      “El ser humano no dejará de buscar formas voluntarias de alterarse, y una de ellas es el continuo regreso a la naturaleza. En Japón, comer pez fugu es un reto apasionante. El cocinero debe quitarle la vejiga venenosa que produce una muerte instantánea. Su sabor es lo de menos; lo importante consiste en comerlo pensando que puedes morir. Si te sobrepones, estás del otro lado. Ciertas personas necesitan de esas pruebas y Ballard habla de sociedades enteras que deben recuperar la noción de riesgo. La pandemia obliga a poner esto en perspectiva. Hoy en día es como si todos comiéramos pez fugu”. 

Parque temático del miedo

—Que no tiene nada que ver con la comilona mexicana de insectos, por supuesto. Esta “noción de riesgo” la habitan varios personajes literarios tuyos, pero no rinden tributo a la muerte. Es como un constante desplazamiento al exceso y a la norma. ¿Un laberinto donde los opuestos siempre se confrontan, Juan?, ¿dónde el miedo contrasta con la valentía, donde el horror te devuelve luego a la calma? Después de la pandemia va a pervivir el temor, ¿qué lo subsanará entonces?
      —Jaja, la comilona mexicana de los insectos es la alimentación del futuro: proteína sin colesterol. Hay que vencer ciertos prejuicios para consumir chapulines cuyas patas se te quedan entre los dientes, pero la verdad es que no sólo son sanos sino muy sabrosos.
      “En lo que toca a la muerte, ahí puede haber una búsqueda de placeres retorcidos. En mi novela Arrecife un hotel propone programas de entretenimiento donde se practica la ‘paranoia recreativa’. Es una especie de parque temático del miedo donde te pueden pasar todo tipo de cosas, sustos que están controlados (hasta que algo sale mal y eso justifica la trama de la novela). ¿Qué sucede cuando te sobrepones al peligro, ya sea real o imaginario? Después del éxtasis de la supervivencia viene un momento de reflexión. Seguir adelante se convierte en un examen de conciencia. Lo vivimos claramente durante los terremotos. De pronto, la gente que sintió que podía haber muerto reflexionó con mucha seriedad sobre su vida. Si todo es tan frágil, ¿vale la pena tener ese trabajo, vivir con esa persona, permanecer en esa ciudad? Muchos tomaron decisiones drásticas después del terremoto. Otros dejaron de vigilarse durante la tragedia y lograron cosas que no podían lograr con las presiones de la rutina. Una pareja de amigos llevaba años tratando de embarazarse y lo consiguió al liberarse de sus tensiones y sus miedos íntimos en los días posteriores al terremoto. Toda tragedia te relativiza y lleva a la pregunta: ¿ahora qué sigue?
      “La literatura de anticipación científica suele ser muy buena para pronosticar horrores por venir; lo más complicado es prever nuevas esperanzas, felicidades todavía futuras. Para vencer el temor de estar en un mundo contagioso tendremos que darle nuevas condiciones a la dicha; pienso, por ejemplo, en lo significativos que serán los contactos próximos. El miedo a la saliva del otro o de la otra, ¿hará que los repudiemos o hará que valoremos eso como algo único, definitivo, un pacto esencial de vida? Posiblemente, los besos volverán a tener la importancia cultural que tuvieron hace siglos. Al ser más comprometedores, estimularán la resistencia, pero vencerla será más importante”.


El largo drama de la espera

—¡Vencer los miedos de los besos! Vaya aprendizajes nuevos producidos por una nueva enfermedad. Pero también está la desconfianza: mientras en México una televisora como la Azteca inducía el viernes 17 de abril a sus espectadores a no creer ni una palabra más del científico López-Gatell, Estados Unidos al siguiente día, el sábado 18, transmitía un programa especial en distintos canales televisivos para agradecer a las enfermeras y al cuerpo médico por arriesgar su vida salvando a los infectados. Incluso gente como Paul McCartney decía estar muy agradecido con estas personas por su arrojo: la madre del beatle era enfermera curando heridos durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué estas sensibilidades tan opuestas, Juan, por qué se dan estas mezquindades en los momentos de irrespirables atmósferas sanitarias?
      —Uno de los grandes desafíos contemporáneos es sortear las fake news. En 2016, año de la campaña de Trump rumbo a la presidencia, el Diccionario Oxford decidió que la palabra del año fuera “posverdad”, el uso ideológico de la mentira. El tuitero más poderoso del planeta es precisamente Trump. Millones de personas ya no acuden a los medios que verifican los datos para enterarse de lo que sucede, sino se dejan llevar por rumores, supercherías y calumnias que alcanzan el rango de trending topic. La mezcla de miedo a lo desconocido y ganas de linchar e imponer justicia por propia mano que llevó a quemar mujeres acusándolas de brujas hace que se agreda a los médicos por estar “demasiado cerca” del mal (al no solucionarlo de inmediato se les acusa de ocultarlo o incluso propagarlo).
      “Todo esto hace que la información verificable sea cada vez más importancia. El periodismo serio nunca tiene tanto peso como cuando ocurre entre calumnias”.
      —A dos días del festejo infantil, ¿qué les diría a los niños el profesor Zípper, el personaje más conocido de tu literatura infantil, justo en estos momentos en que están silenciados, sin salir a la calle ni a los parques para gritar sus alegrías? En esta crisis sanitaria casi no se habla de los niños, de igual manera afectados…
      —En efecto, Víctor, los niños no tienen voz y en algunos países tienen completamente prohibido salir de sus casas. Para ellos es más difícil enfrentar la frustración de no poder salir de casa. No son los más amenazados por el virus, pero son los que más padecen el encierro. Una de las cosas más terribles para los niños es tener que esperar. Y ahora vivimos un largo drama de la espera. Por eso mismo me parece un buen momento para recordar que la lectura es un medio de transporte que te lleva a distintas latitudes y distintas épocas sin moverte de tu casa (y además no contamina).
      “Durante la cuarentena he tenido discusiones virtuales con lectores infantiles y todos comentan que la ayuda que los libros les están dando es para divertirse. No es casual que el Fondo de Cultura haya llegado en estos días a cien mil descargas de un libro de Isol, magnífica autora de cuentos para niños”.

Fotografía: RT

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