Irene
Vallejo (Zaragoza, 1979) es una escritora que ha dedicado muchísimo tiempo,
pese a ser todavía joven, a estudiar la historia de los libros y de nuestra
lengua (desde la urdimbre grecolatina). Y lo cuenta precisamente en algunos
libros que ya deberían de convertirse en clásicos, como parte del canon
(conceptos a los que se refiere con su lucidez e ironía características).
Cuánto
le agradezco a mi librera Sara (oficio al que también le dedica varias páginas
Vallejo) su juicio sobre El infinito en un junco. La invención de los libros
en el mundo antiguo (Siruela, 2019). Con ella pasé la cuarentena, me dice.
No lo dudo, entonces: «A pesar del empuje de la mercadotecnia, los blogs y las
críticas, las cosas más bellas que hemos leído se las debemos casi siempre a un
ser querido –o a un librero convertido en amigo–. Los libros nos siguen uniendo
y anudando de una forma misteriosa» (301).
Este, su más reciente libro, mereció
el Premio El Ojo Crítico de narrativa, el Premio de No Ficción 2020 de Las
librerías recomiendan» y es el único ensayo candidato a los Premios Real
Academia Española 2020. En él estructura la relación del ser humano con la
cultura escrita en dos partes: Grecia y Roma; que vienen a ser la imitación y
la continuación de la otra. Un epílogo, «Los olvidados, las anónimas» (399-402)
parece augurar próximas entregas de este relato por parte de la cesaraugustana.
Un texto del que aún es posible extraer personajes, especialmente femeninos, de
los que apenas se ha hablado. Por ello, el índice onomástico que enriquece la
décimosegunda edición que manejo es sobre todo masculino.
Si tuviera que destacar una virtud
de este libro sería el dinamismo que imprime a una historia que ha de atraer,
sin duda, tanto a especialistas en el mundo clásico, en la Filología, en el
arte, en la antropología... como a cualquiera que tenga curiosidad por saber de
nuestra existencia y de eso que estamos haciendo ahora mismo. Vallejo sigue un
orden cronológico en breves capítulos que se dividen a su vez en ágiles
relatos, como decimos, pues cuenta una historia, la nuestra, como seres humanos
que leemos, para escribir un ensayo. Va incluyendo con acierto digresiones y
relaciones que saltan de pronto a la actualidad y corroboran las emociones y el
flujo intelectual que sentían aquellos personajes, no tan lejanos a esta
modernidad líquida de la que hablaba Bauman.
Por
su capacidad para unir en breve columnas el pasado con el presente, a partir de
su formación como Doctora en Clásicas, siempre rigurosa, con sentido del humor
y un tono narrativo que explota los límites (si los hay) entre la realidad y la
ficción, podría vincularse con el género de articuentos del que hablábamos el
mes pasado a propósito de Juan José Millás. Ambos, entre demás referentes de la
literatura, estarán la próxima semana en el Congreso de Bienestar que se
celebra en Cádiz.
Sus colaboraciones en prensa, en el
Heraldo de Aragón, están reunidas en El futuro recordado (Contraseña,
2020); mientras que es posible también estar al tanto de sus últimas
publicaciones en El
País.
Me quedo con una de sus columnas,
titulada «Mirarse el ombligo», precisamente porque me recuerda, en Alicante
(«la millor terreta del món») la etimología (recurre a ella constantemente) de
México es «en el ombligo de la Luna»; del Náhuat «Metztli» (luna) y «xictli»
(ombligo). Dice Vallejo: «No hace falta decir que las aves se encontraron en un
lugar de Grecia, Delfos, señalado para la posteridad con una piedra ovalada a
la que llamaron ónfalos (‘ombligo’). Ante esta leyenda, los chinos de
aquel tiempo hubieran sonreído con suficiencia, pues llamaba a su país
Zhonghuó, que significa ‘tierra central’, por creer, a su vez, que era el
ombligo mundial» (14). Quizá el verdadero ombligo sea el libro.
Además
del ensayo y las columnas periodísticas, destaca su novela El silbido del
arquero (Siruela, 2015); ambientada en Grecia y Roma. En una estructura
similar a sus columnas o El infinito en un junco, con ágiles capítulos,
como dice Juan Villoro, trata el amor, el poder, las identidades y las
conjeturas de personajes como Eneas, Elisa, Eros y Ana.
Las culturas grecolatinas siguen
presentes un par de milenios después. Irene Vallejo logra explicarlo en torno
al libro, ese objeto mágico que fija nuestro conocimiento y, por ello, nuestra
existencia. Lo hace con frescura y una contemporánea mirada que no evita la repercusión de las nuevas tecnologías, las redes sociales y la filosofía.
Leerla (lo cual viene a ser, como hace siglos, escucharla de cerca) nos ayudará
a entender ese futuro que solo puede ser el presente. Revisen para comprobarlo
su participación en la extraordinaria edición virtual del Hay Festival Querétaro
que tuvo lugar el mes pasado.
IGNACIO BALLESTER PARDO (Villena, Alicante, 1990). Es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante, con una tesis sobre poesía mexicana que dirige Carmen Alemany Bay. Es miembro del Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti y del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea. Con Alejandro Higashi coordina el número 23 de la revista América sin Nombre (2018), dedicado a la «Madurez de la joven poesía mexicana». Es autor del libro La dimensión cívica en la poesía mexicana contemporánea: herencia, tradición y renovación en la obra de Vicente Quirarte (Tirant lo Blanch / Universidad Autónoma del Estado de México, 2019). Cada domingo comparte sus líneas de investigación en el blog Poesía mexicana contemporánea.
Fotografía de la autora: Wikipedia
1 Comentarios
Muchas gracias por tu artículo sobre la obra de Irene. Una aclaración: la novela "El silbido del arquero" no la publicó Siruela, sino Contraseña.
ResponderEliminarUn cordial saludo,
Alfonso Castán
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