RESEÑA Poeminas para Adelina o los tesoros ocultos de la rima | Violeta Orozco



¿Por qué al principio de la historia de la poesía está la rima? Regresar al reino de la rima, esa mina, como la llama Ethel Krauze, esa coincidencia juguetona, es regresar al reino de la poesía que escuchábamos y leíamos de niñas, los haikús de José Juan Tablada con sus animales asonantes, su caligrama del sapo, el ayudante del campo del sol en un poema de Pellicer, “El sol de Monterrey” de Alfonso Reyes, la naranja desconsolada de José Gorostiza, sus Canciones para cantar en las barcas, los romances de Lorca, entre tantos otros poemas que están grabados más en nuestra memoria musical que en la memoria discursiva. Es también regresar al mundo de las canciones infantiles, naranja dulce limón partido, doña blanca está cubierta, cucú cantaba la rana… versos que son imposibles de escuchar sin querer completar, sin encontrar la otra mitad de la naranja, del limón partido. Es ahí, en esa intersección entre poema y canción donde se nacen los poemas de Poeminas para Adelina (Bitácora de vuelos ediciones, ebook, 2020), un libro que es una mina llena de tesoros para una niña, un lugar donde puede zambullirse para encontrarse, como en una ventana que mira hacia dentro, metida dentro de la propia rima como en una casa de muñecas en donde ella es protagonista:

En el corazón de la ventana
Adelina encuentra a su hada.
En el corazón de la madera 
la llama suena. 

Poeminas para Adelina es un libro de descubrimientos, ilustrado además por la propia Adelina, en donde los lectores, si no lo son ya, se convierten en niños que vuelven a experimentar el mundo por vez primera, con el vaivén de sus ritmos y sus luces. Es así, también, un libro de recuerdos que se tiñen de oro al recordar los instantes dorados de la infancia:

De oro se dibujaron
tus ojos en la penumbra
tus grandes ojos oscuros
conforme ibas contando.

Poeminas para Adelina es un canto para la hija niña, un testimonio de amor materno lleno de ternura y reconocimiento, en donde los objetos cobran vida. Entramos súbitamente a un mundo de relaciones mágicas en donde los chabacanos se transfiguran en pianos, las hormigas en limas, los leones en limones. Ethel Krauze nos recuerda que la dimensión de la rima es la dimensión de la magia del ritmo, aquella que captamos de niños cuando vemos que podemos jugar con las palabras y las cosas, alterar el orden rígido del mundo, contar historias y, en suma, reinventar lo real en apenas unas líneas:

Tienes los ojos grandes:
aguaceros de 
verano
que se oscurecen
temprano

Es este don, esta capacidad de mirar y sintetizar en una mirada, en una imagen la totalidad lo que configura la conciencia del poeta. Los ojos son aguaceros. Pero también es la conciencia de la cadencia de interna de lo viviente y de lo inerte, la conciencia musical, el soundtrack de fondo que tienen las niñas y las poetas para acompañarse en ese reino mítico de la imaginación, avecinando también en el territorio de los cuentos de hadas, en donde Adelina pasa danzando enfrente del lector:

Bailas como las hadas
el vals vienés,
con tu crinolina blanca
y tu par de pies, 
con tus dos bufandas
volando al revés,
entre delicadas 
vueltas de tres.

La maestría métrica de una poeta tan consumada como Ethel Krauze se revela en versos como el anterior, en donde juega con soltura con diversas medidas y acentos de la tradición culta y popular. Que nadie subestime al arte de componer canciones, la complejidad que hay en la lírica popular, la poesía escrita para niños, y por esos niños tristes que son los poetas. Poeminas para Adelina nos recuerda que los poetas también son niños que juegan con la plastilina del lenguaje, haciendo castillos de arena sobre la página para usarlos, derribarlos y volver a construirlos. 

Pero no sólo es la madre y la poeta quien habla. Este es también un poemario en donde la niña es la protagonista, los ojos que perciben al mundo:

Y al sueño 
le dijo
“ya ven, despacito”.

La niña se viste de perlas, la niña se quiere sirena, ballena, foca, juega con pavorreales, lunas, peces, hormigas. En el libro perseguimos a Adelina en todas sus múltiples formas, como Apolo persiguiendo a Dafne a través de un bosque de significados. Hay poemas como escenas, en donde nos asomamos a un instante en la vida de la niña como quien se asoma a una casa extrañamente familiar:

El grillo canta,
la uva salta, 
el corazón sube y baja:
Adelina se peina
con su diadema de plata. 

¿Qué tiene la rima que nos atrapa en su vaivén como un barco del que no es posible bajarse? ¿Qué cuentos nos recuerda o que memoria nos arde? ¿Hacia dónde nos lleva este libro, lleno de “melodías de agua” como las llama la propia autora, lleno de hadas y sirenas, de niñas bailando valses con sus tacones de charol y sus cascabeles de oro? ¿Es que nos lleva también hacia las niñas que fuimos cuando nuestra madre jugaba con nosotros, despertaba con nosotros? Acaso Poeminas para Adelina no sólo esté escrito para Adelina y todas las niñas de su edad. También está escrito para las que ya no lo somos pero que tenemos el derecho de regresar a esa dimensión lúdica en donde no hay límite al número de besos ni de versos, porque tanto la niñez, como la poesía, son ambas un estado de conciencia. 


VIOLETA OROZCO. Poeta bilingüe, traductora e investigadora mexicana. Autora de El cuarto de la luna (2020), La edad oscura/As seen by night (en imprenta). Es ganadora del Premio Nacional Universitario de Poesía José Emilio Pacheco 2014 en México. Ha colaborado en revistas como Periódico de Poesía, Punto de Partida, Carruaje de Pájaros, La Palabra y el Hombre, Taller Literario Igitur. Es colaboradora de la revista Nueva York Poetry Review, en donde tiene una sección de poetas Mexicano- Americanas y Latinx traducidas por ella al español. Actualmente realiza su doctorado en Lengua y Literatura Hispánicas en Rutgers University. Organizó las lecturas de poesía Lengua suelta para el Festival de Comala y Resistencia Feminista para el Utah Book Festival.

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