Domingo. 8:10 am ¿Por qué estoy despierta a esta hora? Camino y troto por la calle semivacía, con fuertes rayos de sol. Llego hasta la acera que colinda con el aeropuerto. Y sí, se dispara una máquina que transporta pasajeros hacia el centro o sur del país. Entones recordé que antaño, siempre quise irme, quizás cerca quizás lejos. Pero quise irme y aprender a ser extranjera, sin extraviarme como tantas veces me ocurrió cerca del barrio de Lavapiés en Madrid o en el autobús urbano de Lisboa.
El domingo fue más largo de lo esperado. Me dije: no tenemos tiempo de soñar y recordar todo aquello, pasaron casi 20 años ya. Me regreso y me avasalla la rutina, me golpean la cara los pendientes, aunque suavemente. Porque sí, es domingo. Mesas, ropa, cajones, agua, jabón, trastes, polvo, sillas, más agua, más jabón. Sorbo de café y sorbo de cerveza.
La siguiente pausa llegó hasta el miércoles. El lunes fue como el balde de agua fría que sabes que te va a caer encima desde hace varios días, que lo esperas, pero lo recibes con la esperanza de que no te regañe tanto, tan fuerte. Pasaron dos días muy rápido, a medida que avanzaban las horas, los ojos se deshinchaban y el cuerpo, el alma tal vez, me daba las gracias por el café calientito.
En el camino después del colegio a la oficina, me paré en una esquina, puse en parking la palanca del automóvil para darle un sorbo al café aun caliente del termo verde tornasol, el único termo decente que tengo pensé, porque pandemia y crisis, ¿por qué ya no te compras cosas bonitas? Pues no, tampoco hago cita para las uñas, para el cabello, no me compro ropa, pero nada de eso está mal. Curiosamente, eran las 8:10 am. Como el domingo, el café aun caliente merecía esa pausa. ¿Por qué corremos tan aprisa? Si quisiera ir más aprisa aun, no podría. A menos que fuera a la velocidad de un avión. De un vuelo a Madrid.
Pienso en esto el viernes a las 11:10 am. La oficina está en calma, ya tomé café y el resto se enfrió. Hice la pausa para escribir, aunque en realidad serían otras líneas, que iniciarían con un recuerdo en Madrid. Los aviones, sí, suelen traer esos recuerdos. Transcurrió una semana con tres pausas que comenzaron el domingo y desembocaron en un viernes que nada, solo quiere estar en calma, beber más café y no esperar a que lleguen otros huecos para poder seguir escribiendo. Mientras miro a la ventana con una cortina cerrada —a esta hora el sol ya no da tregua— puede que tal vez, otra vez sea, otra ventana con otro café. Los horizontes ganados, en otro tiempo, no nos están negados. No en los recuerdos.
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