RESEÑA Aguamala: un imaginario colectivo sobre el dolor **Un aspecto fundamental en la obra de Andrés Acosta es que trastoca temas muy humanos || Luis Ricardo Palma De Jesús


En mi Colombia querida la muerte se nos volvió una enfermedad contagiosa. Y tanto, que en las comunas todos los jóvenes ya se mataron. ¿Y los viejos? Viejos los cerros y Dios.
La virgen de los sicarios, Fernando Vallejo

La narrativa guerrerense ha tenido como tema central la violencia. Esto lo vemos en obras de autores y autoras como Federico Vite, Antonio Salinas o Iris García Cuevas. La violencia se ha convertido en un leitmotiv, en un lugar al que es necesario asistir de vez en cuando. Basta con mirar todos los días las noticias, leer los periódicos para darnos cuenta que la violencia en Acapulco ha ido pegándose a la cotidianeidad de quienes habitamos el puerto. Andrés Acosta, en su novela La sirena y el halcón (2021), ganadora del Premio FeNal-Norma 2021, recurre a ese leitmotiv para recordarnos lo duro que puede ser la realidad.
        El primer aspecto que quiero destacar de la novela es su organización. Dividida en tres apartados, que podrían entenderse como el reflejo de toda esa violencia encarnada en el Sur del país, se nos narra la vida de Cali y Lisi. Ellos son hermanos, abandonados por su padre. La madre murió y la abuela, en el transcurrir de la narración, también pierde la vida. El único acompañante que tienen es el perico de la abuela.
        La novela pone en juego un mecanismo narrativo temporal: se mantiene en contacto en el presente de la historia y el pasado. Esto lo logra mediante el uso de pretérito perfecto simple y del presente. Hay una voz que describe el espacio en que se desarrolla la historia (presente): “La bahía es una alberca gigante que, según la abuela, nos dio la vida. De ahí provenimos” (16). La voz nos inserta en una pecera de humanos, en donde el mar es un elemento preponderante en la atmósfera creada por el autor. Un ejemplo de cómo la voz narrativa se desplaza hacia el pasado es cuando habla de su padre: “Lo último que supimos de papá fue que lo vieron en el Bar del Puerto” (21).
        Un aspecto fundamental en la obra de Andrés es que trastoca temas muy humanos. Por ejemplo, el padre ausente. Al verse en completa orfandad los personajes parecen tomar con naturalidad un acontecimiento doloroso. Perder a la madre, a la abuela y ser abandonados a la suerte por el padre no es un suceso simple. ¿Quién se imagina que en un paraíso como Acapulco se puede vivir sin padre? Así, de este modo, Aguamala se convierte en el “lugar donde cae la caca de dios” (40).
        Los que vivimos en el Puerto podemos advertir que Aguamala es Acapulco. ¿Y qué es Acapulco? Es un lugar donde todos los días hay muertos, donde todos los días desaparecen personas, donde todos los días un trabajador de la morgue va a recoger cadáveres. Acapulco es un lugar donde “[…] siempre fue tranquilo pero ahora necesitamos policías armados hasta los dientes y soldados con chalecos blindados para mantener la calma” (48). En el Puerto se ve la historia de Cali y Lisi. El padre que deja a sus primeros hijos para formar otra familia, los vendedores que son asesinados por no cumplir con el pago de piso, con los estudiantes que luchan día a día para salir adelante, con los jóvenes que no tienen atención de sus padres y deciden drogarse o trabajar de halcones. Así podemos enumerar un sinfín de historias concatenadas que emergen de la profunda violencia, pues “Así se terminó también la vida del taquero. Más tarde, entre halcones se comentó que se negaba a pagar piso” (61). Por eso, “si no pagas piso, te dan piso” (62); es decir, te apagan los ojos y vuelves a ser huesos, polvo, nada.
        El segundo aspecto que quiero mencionar es que esta novela tiene un gran atractivo. Aguamala, así como San Gabriel, Macondo, Comala, Yoknapatawpha y Tlayolan, se convierte en un imaginario geográfico que bien puede ser Michoacán, Chiapas, Quintana Roo. Es lo extraordinario. Uno se apropia de esos lugares, no por lo fantástico que se narra, sino porque uno como lector se identifica con personajes, con espacios, con escenarios que trastocan nuestra realidad. Y pienso que ésa es una de las claves de la literatura: que nosotros nos sintamos encarnados en los personajes que encontramos en un libro de ficción. Así, Aguamala se convierte en un significante con toda esa carga semántica que trae de manera implícita.
        Por último, quiero mencionar que La sirena y el halcón es una novela que invita a lector cuestionarse su realidad, esa realidad insoslayable que se trasmina en cada cuadra, en cada colonia, en cada avenida. Los que vivimos en Acapulco, o en Aguamala, creemos que algún día estas historias sólo serán ficción; porque ya no podemos crecer en el abandono, en la orfandad, en el dolor, en la desilusión, en las cosas terribles que suceden día a día. Esta novela es una reflexión en torno a la condición humana de quienes viven la violencia, un acercamiento a un colectivo dañado por la desintegración familiar.
        Andrés Acosta nos muestra lo terrible y maravilloso que puede resultar vivir en un contexto de drogas, balas, ausencia y desarraigo. Y para muestra es su novela. Que la tormenta que vivimos se apacigüe para que nuestro barco no se hunda. Confío en que habrá menos niños Cali y menos niñas Lisi. La novela de Andrés es un testimonio de esto.

LUIS RICARDO PALMA DE JESÚS (Acapulco, 1990), es licenciado en Literatura Hispanoamericana y Maestro en Humanidades por la Universidad Autónoma de Guerrero. Obtuvo el Premio Estatal de Ensayo CONACYT (2014), el XVIII Premio Estatal de Cuento María Luisa Ocampo (2016), ganador del Premio Programa Editorial con el libro Las maneras de conjugar la muerte (2016) y finalista del I Premio Internacional de Cuento Rafaela Cuevas Jiménez (2021). Ha publicado cuentos en las revistas Norte/Sur, Cardenal, Círculo de poesía, Vislumbre y en la Antología A donde la luz llegue, del Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes Jesús Gardea. Es autor del libro El sueño que no era (Praxis). Becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Guerrero (PECDAG, 2015), del Programa Los signos en rotación dentro del Festival Cultural Interfaz (2017) y del PazAporte (2020), en Literatura.  

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