CUENTO Letra redonda **Y escojo mis medicinas siguiendo las instrucciones que mi mujer ha escrito claramente en los recipientes || Garo Aris Ben



No lo olvides: te amo

Es uno de esos cuartos de baño típicos de los 80, o quizá de los 70, con azulejos de 10x10 cubriendo piso y paredes. Son de un verde desgastado, como esa pasta dental que recomiendan los dentistas y que sólo se vende en las farmacias de los hospitales. El inodoro, el lavabo, la vieja tina, los tubos del pasamanos, la ducha y su cancel podrían clasificarse como tradicionales, sin gracia o atractivo. También hay un escueto mueble vertical donde guardamos los cepillos de dientes y los medicamentos, y en el cual encuentro post-its con frases de amor o instrucciones que no debo olvidar. A veces aparecen nuevos mensajes encima de los viejos y no logro entender bien lo que quieren decir.
 
 
Ponte guapo
 
En alguna de las remodelaciones recientes, se instaló una ventana de unos 2 metros cuadrados en una de las paredes de la amplia regadera, desde la cual se puede ver al patio central del complejo de edificios. Como ahora, cada vez que tomo la ducha debo ajustar las lamas verticales de la corroída persiana para observar hacia afuera sin ser visto. Es una ventana demasiado grande para mi gusto.
        Otra particularidad, esta sí responsabilidad directa de mi mujer, es el espejo de cuerpo entero ubicado justo en perpendicular a la ventana. Como el cristal es antiempañante, puedo mirarme con detalle mientras me enjabono y me lavo. Claro, la posición estratégica del espejo invita a las más sugerentes ideas, pero también, al menos en mi caso, a ensoñaciones felices. Debo confesar que, algunos días, tras observarme de pies a cabeza y evocar con agrado y cierto cosquilleo las aventuras que he tenido aquí y allá, llego a la misma conclusión: me veo y me siento de maravilla.
 
 
Tranquilo
 
Ahora recuerdo aquel fin de semana de septiembre (¿qué año sería?) en el que cerraron las calles del centro durante las fiestas patronales. Las bandas tocaban tambora, los vecinos y comerciantes instalaron puestos de comida por las esquinas. La muchedumbre alegre abarrotó banquetas y callejones; con el pasar de las horas, las risas y el bullicio se convirtieron en un griterío de auténtica feria de pueblo. Celebramos como nunca lo había hecho ni lo volví a hacer. Nos jalábamos de los brazos y empujábamos por la espalda para tomar valor y fuerza, para seguir bailando. Yo abracé con calentura y repartí besos a todas aquellas chicas que así lo pidieron. Un carnaval de encuentros térmicos los nuestros, sí, encuentros mínimos de cuerpos generosos que, en sus choques, captaban y emitían calor. Un cuerpo caliente, eso es, así era el mío.
 
 
Sujétate del pasamanos
 
Alguien debió abrir el grifo en alguno de los otros baños, porque el agua de repente se ha vuelto fría. Al girarme para cerrar la llave me percato de que las persianas están abiertas de par en par, dos chiquillos me observan con atención desde el centro del patio. Son mis hijos. Me cubro el pene con una mano y con la otra jalo una toalla. Quiero salir de su campo de visión. Un escalofrío entra por mis pies y sacude mi cuerpo primero con ligereza, pero luego con violencia. Me apoyo en la pared para no resbalar. Tengo que reflexionar. Busco con la mirada las notas sobre el mueble vertical:
 
 
Respira profundo tres veces
 
Letra clara y redonda. Escucho mi nombre, y tras un momento de hesitación, me volteo y vuelvo a ver a los niños de frente. Son como dos monos: saltan y agitan con energía sus brazos, saludándome. El más pequeño se pega con los puños en el pecho mientras me hace muecas. Me sujeto del pasamanos, vuelo a leer los post-its.
 
 
Si te sientes mal presiona el botón de emergencia. Vendrán los enfermeros
 
Están riendo, se agitan, parecen sonreírme, felices. Son como gorilas. Entonces recuerdo una tarde de verano y un jardín en el que me veo persiguiendo a esos dos simios. Siento el césped en los pies y me veo pegarme con los puños en el vientre sin camisa. Ahora lo entiendo: es el juego de gorilas. Me calmo. Doy la vuelta y los saludo con una sonrisa de abuelo, sacudiendo la mano. Luego, como puedo, imito al orangután viril y fuerte que existe en mi cabeza. La mujer que va con ellos les llama con un ademán, los tres desaparecen. Doy una última mirada fugaz al espejo y me veo de nuevo. Yo sigo aquí, pero mi cuerpo ya no es el mismo.
 
 
Todos te queremos
 
Luego de soltar el pasamanos, salgo de la ducha. Avanzo hasta el mueble vertical, lo abro y escojo mis medicinas siguiendo las instrucciones que mi mujer ha escrito claramente en los recipientes: 1 de cada bote. Tomo mi vaso.  Mientras abro la llave del agua, rememoro: mis hijos son adultos y los que gritaban allá afuera, no pueden ser ellos. Me trago la última pastilla, vuelvo a los mensajes para buscar el más nuevo.
 
 
El domingo vendré con los nietos a visitarte
 
Tres garabatos en forma de corazones completan el mensaje. Hago una pausa de nuevo. El mueble tiene post-its amarillos, verdes y rosas; constato que algunos no tienen esa letra redonda que escribe mi mujer con tanto cuidado. Respiro lentamente tres veces.

Fotografía de Pexels


GARO ARIS BEN (Monterrey, 1978). Ha vivido y trabajado en Francia, Panamá, Tailandia y Uruguay. En 2022, publicó el libro de cuentos El Vuelco del instante después (Editorial Mar de Papel). Ha sido publicado diversas revistas como Punto de Partida (UNAM), Neotraba, Pez Banana y Small Blue Library.

0 Comentarios