La
loca de la cuadra
A Iris
Estaba
cansada del destino que los dioses habían prescrito para ella; de no poder
llevar aquel lindo peinado que tanto envidiaba a la esposa del alfarero; de
poseer un espejo tallado en oro y sentir vergüenza de su propio reflejo; de
representar cada día el papel de femme fatal —¿quién más podría
hacerlo?— y que la gente no apreciara ese gesto. Así que cuando el solado
apareció en las puertas de su casa, ella avanzó en silencio agachando la mirada
y entregó voluntariamente la cabeza. Segundos después salió Perseo de la cueva
y gritó triunfalmente a los habitantes del pueblo: ¡Señores, Medusa ha
muerto!
El
desdichado
Ahí
donde pasa lo ven con recelo,
es
inaudito que alguien subsista así,
soportando
los días más allá de lo escrito,
todo
con tal de evidenciar el milagro;
ya
ni sonríe el desdichado de Lázaro:
sobrelleva
cansado el retorno a la vida.
El
“Temerario Wally”
De
niño amaba los columpios,
la
extraña sensación de rozar el mundo con los pies,
tallar
el cielo con la punta de los dedos,
volar
hacia la nada.
Cierto
día incluso se hizo llamar
“El
Rey de los Columpios”.
En
fin, quién iba a decir
que
el “Temerario Wally”
acabaría
colgado
de una soga.
El
otro Ulises
Regresó
a su pueblo como elegido de los dioses.
Esta
vez no hubo Euriclea ni Penélope que lo reconocieran.
Así
volvió a la ciudad como vil empleado que era
sin
haber tensado el arco
ni masacrado a los pretendientes.
La
señal
Sostuvo
el rifle con firmeza: apuntó.
Más
allá de la cerca,
entre
las sombras de la barricada
y la
bruma,
había
alguien como él,
con
un padre, una madre
y
quizá el mismo nombre.
Quiso
enviarle una señal,
que
aquella guerra acabara ahí,
un
pacto de silencio
entre
hermanos,
pero
la noche se iluminó:
un
destello a lo lejos,
el
disparo atravesó la frente.
Monte
Palatino
En
esta loma
Luperca
dio de mamar
a
Rómulo y a Remo.
La
leyenda dice
que
salvó a los niños
a
orillas del Río Tíber.
Sin
embargo,
la
loba no podía prever que un día
sus
dos cachorros
disputarían
a muerte
un pedazo de tierra.
De
haberlo sabido,
los
habría dejado perecer
como
viles semidioses que eran.
10
del barrio
El
balón llega a sus pies,
el
tiempo se detiene:
un
recorte magistral,
cambio
de dirección y el disparo
hubiera
sido fulminante,
pero
a su edad
–ronda
los ochenta–
apenas
si puede mantenerse
en vilo
ante la mirada
socarrona
de los niños.
Orfeo
del mar
El niño de
piel dorada
y pecho
acuático
incitó a
los turistas
a lanzar
una moneda
luego se
perdió
bajo el
agua
oscura
y a los
pocos segundos
emergió
triunfal
con el
puño cerrado
Fundación
del amor
En
el parque
tomados
de la mano
caminaron
indiferentes
a
la mariposa
que
batía
sus
alas
adentro
de un charco
de
lluvia.
Fotografía de Pexles
IRÁN VÁZQUEZ HERNÁNDEZ es poeta, ensayista e investigador. Es autor de los libros Octavio Paz: un moderno antimoderno (Redactum, 2018) y Viajes redondos. Ensayos sobre literatura (Gradocero, 2021). Ha sido galardonado con el Premio Nacional de Ensayo Joven 2002 y el Premio Nacional de Poesía Enrique Peña Gutiérrez 2020.
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