TEXTOS CARDINALES Así empieza lo malo [Fragmento] || Javier Marías


No hace demasiado tiempo que ocurrió aquella historia —menos de lo que suele durar una vida, y qué poco es una vida, una vez terminada y cuando ya se puede contar en unas frases y sólo deja en la memoria cenizas que se desprenden a la menor sacudida y vuelan a la menor ráfaga—, y sin embargo hoy sería imposible. Me refiero sobre todo a lo que les pasó a ellos, a Eduardo Muriel y a su mujer, Beatriz Noguera, cuando eran jóvenes, y no tanto a lo que me pasó a mí con ellos cuando yo era el joven y su matrimonio una larga e indisoluble desdicha. Esto último sí seguiría siendo posible: lo que me pasó a mí, puesto que también ahora me pasa, o quizá es lo mismo que no se acaba. E igualmente podría darse, supongo, lo que sucedió con Van Vechten y otros hechos de aquella época. Debe de haber habido Van Vechtens en todos los tiempos y no cesarán y continuará habiéndolos, la índole de los personajes no cambia nunca o eso parece, los de la realidad y los de la ficción su gemela, se repiten a lo largo de los siglos como si carecieran de imaginación las dos esferas o no tuvieran escapatoria (las dos obra de los vivos, a fin de cuentas, quizá haya más inventiva entre los muertos), a veces da la sensación de que disfrutáramos con un solo espectáculo y un solo relato, como los niños muy pequeños. Con sus infinitas variantes que los disfrazan de anticuados o novedosos, pero siempre en esencia los mismos. También debe de haber habido Eduardos Muriel y Beatrices Noguera por tanto, en todos los tiempos, y no digamos los comparsas; y Juanes de Vere a patadas, así me llamaba y así me llamo, Juan Vere o Juan de Vere, según quién diga o piense mi nombre. Nada tiene de original mi figura.
            Entonces no había todavía divorcio, y aún menos podía esperarse que lo volviera a haber algún día cuando Muriel y su mujer se casaron unos veinte años antes de que yo me inmiscuyera en sus vidas, o más bien fueron ellos los que atravesaron la mía, apenas la de un principiante, como quien dice. Pero desde el momento en que está uno en el mundo empiezan a pasarle cosas, su débil rueda lo incorpora con escepticismo y tedio y lo arrastra desganadamente, pues es vieja y ha triturado muchas vidas sin prisa a la luz de su holgazana vigía, la luna fría que dormita y observa con sólo un párpado entreabierto, se conoce las historias, antes de que acontezcan. Y basta con que se fije alguien en uno —o le eche un ojo indolente— y ya no podrá sustraerse, aunque se esconda y permanezca quieto y callado y no tome iniciativas ni haga nada. Aunque uno quiera borrarse ya ha sido avistado, como un lejano bulto en el océano del que no se puede hacer caso omiso, al que ya hay que esquivar o acercarse; cuenta para los demás y los demás cuentan con uno, hasta que desaparece. Tampoco fue esa mi circunstancia, al fin y al cabo. No fui del todo pasivo ni fingí ser un espejismo, no intenté hacerme invisible.
            Siempre me he preguntado cómo es que la gente se atrevía a contraer matrimonio —y se ha atrevido durante siglos— cuando eso tenía un carácter definitivo; en especial las mujeres, a las que resultaba más arduo encontrar desahogos, o debían esmerarse el doble o el triple en ocultarlos, el quíntuple si regresaban de esos desahogos con carga y entonces habían de enmascarar a un ser nuevo desde antes de que se le configurara un rostro y pudiera asomarlo a la tierra: desde el instante de su concepción, o de su detección, o de su presentimiento —no digamos desde el de su anuncio—, y convertirlo en impostor durante su existencia entera, a menudo sin que él se enterara nunca de su impostura ni de su procedencia bastarda, ni siquiera cuando era un ser viejo y estaba ya a punto de no ser más detectado por nadie. Incontable es el número de criaturas que han tomado por padre a quien no lo era suyo y por hermanos a quienes lo eran a medias, y se han ido a la tumba con la creencia y el error intactos, o es el engaño a que las sometieron las impávidas madres desde su nacimiento. A diferencia de las enfermedades y de las deudas —las otras dos cosas que en español más se «contraen», las tres comparten el verbo, como si todas fueran de mal pronóstico o de mal agüero, o trabajosas en todo caso—, para el matrimonio era seguro que no había cura ni remedio ni saldo. O sólo los traía la muerte de uno de los cónyuges, a veces largamente ansiada en silencio y menos veces procurada o inducida o buscada, por lo general aún más en silencio o era más bien en indecible secreto. O la muerte de los dos, por supuesto, y entonces ya no había más nada, sólo los ignorantes hijos habidos, si los había habido y sobrevivían, y un breve recuerdo. O una historia acaso, en ocasiones. Una historia tenue y casi nunca contada, como no suelen contarse las de la vida íntima —tantas madres impávidas hasta el último aliento, y también tantas no madres—; o tal vez sí, pero en susurros, para que no sean del todo como si no hubieran sido, ni se queden en la muda almohada contra la que se aplastó la cara en llanto, ni tan sólo a la vista del soñoliento ojo entreabierto de la luna centinela y fría.

Fragmento tomado del libro Así empieza lo malo (Alfaguara, 2014). Disponible en versión electrónica y pasta blanda en Amazon

Fotografía tomada de Internet. 

El escritor Javier Marías, uno de los novelistas españoles más celebrados de las últimas décadas, falleció este domingo en Madrid a los 70 años a causa de una neumonía. 
"Con enorme tristeza, desde Alfaguara y en nombre de su familia, lamentamos comunicar que esta tarde ha fallecido en Madrid nuestro gran autor y amigo Javier Marías, aquejado de una neumonía que padecía desde hace algunas semanas y que se complicó en las últimas horas", indicó su editorial.
Publicado en más de 40 lenguas y en cerca de 60 países, Javier Marías fue uno de los escritores más celebrados de la literatura española.
Escribió dieciséis novelas, entre ellas "El hombre sentimental" (Premio Ennio Flaiano), "Todas las almas" (Premio Ciudad de Barcelona), "Corazón tan blanco" (Premio de la Crítica, "Berta Isla" (Premio de la Crítica, Premio Dulce Chacón, Mejor Libro del Año en Babelia) y "Tomás Nevinson" (Premio Gregor von Rezzori). Más información en el periódico El economista


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