SUTILEZAS En boca de todos **Siempre fui delgado, así como me ves, pero con esta cara y este cuerpo, tenía a los machos detrás de mí || Maikel Sofiel Ramírez Cruz


Para Orlando
 
Ay, mi niño, yo con catorce años andaba pescando marineros en el puerto. Atracaba un buque mercante a cargar azúcar o miel, y ellos salían para el pueblo a ver qué encontraban, tú sabes… Esa gente pasaba meses en alta mar, en esos barcos, sin mujer, ¿te imaginas? No te veo tomando notas para el cuento, ese que dices que vas a escribir… después no me preguntes nada…
 
Habla sin tomar aliento, se mueve inquieto de un lado a otro, busca una vasija donde guarda el café, encima de la vitrina. Sus manos, temblorosas a ratos, toman la cafetera para preparar la colada. Yo escucho con curiosidad, espero sentado en una silla en la cocina-comedor.
 
…Y yo era lindo, ya no, ya no soy ni la chancleta de lo que un día fui, estoy viejo ya y con mil achaques. Siempre fui delgado, así como me ves, pero con esta cara y este cuerpo, tenía a los machos detrás de mí, porque, aunque era virgen, me los apretaba, y les daba unas mamadas que los dejaba reveníos.

Pero la gente es muy chismosa. En el pueblo decían que yo me estaba prostituyendo… Y yo jamás le cobré un peso a ninguno, no lo hacía por eso, lo hacía porque me gustaba. Entonces mi papá se cansó de los chismes, y me mandó a vivir con una tía para la ciudad, porque yo estaba descarriado, le dijo a mi madre. Poco tiempo después mi tía murió, y yo me quedé solo viviendo en esta casota.
 
Cuando cumplí diecisiete, creo, fue que me enteré de lo del cine. Muchacho, lo que se formaba allí… era la época de las películas soviéticas, unas películas largas y aburridas que duraban dos o tres horas y no pasaba nada. A casi nadie le gustaban, pero la gente entraba para hacer sus cosas, las parejas de novios y eso, tú sabes… También iban los hombres al acecho de alguien como yo. Yo me sentaba lejos de todos, al fondo, casi siempre, y hacía maravillas ahí mismo. Eran tiempos en los que no había ni moteles, ni otro lugar donde meterse, la Revolución recién había triunfado y el estado había nacionalizado casi todo. Además, no era como ahora, en ese entonces no era bien visto que dos hombres entrasen juntos a una habitación de hotel, simplemente, no se podía. Las cosas iban bien hasta que una noche unas pájaras se fajaron por un punto. Niño, pero de navajazos y todo. Se formó una… hasta que llegó la policía, y se las llevaron presas, o para el hospital, ni sé, la cuestión es que aquello se puso malo, malo. Se acabó la entrada al cine, hasta guardias pusieron, los homosexuales no podíamos pasar.
 
¡Ay, mira, la cafetera de mierda ésta, como se está botando! ¡Malagradecida, yo que te puse la junta nueva ayer mismo! Qué barbaridad… oye, las cosas que fabrican ahora no sirven para nada, mira esto, chico…
 
Sale ligero hasta el traspatio, llama a la vecina de al lado, y regresa al instante con otra cafetera. La mujer le grita que le avise cuando cuele, que quiere una probadita, él contesta a gritos que le lleva un poquito en cuanto esté. Mientras tanto yo enciendo un cigarrillo.
 
Ay, mi niño, dame uno, hace días estoy tratando de dejarlo, es que el médico me lo tiene prohibido, también el punto que tengo ahora, pues no le gusta que fume, dice que eso es lo más feo que hay. Créeme, ese muchacho está como para comérselo, es un muñeco, así joven, como tú... y yo hago lo que él me pida, imagínate, porque además fue de los primeros en llegar al reparto, está muy bien dotado... No quiero darte muchos detalles, por respeto…
 
Disculpa, pues perdí el hilo de lo que te estaba diciendo… ¡Ah! Ya recordé. Entonces supe de una casa en el Marabú donde se hacían fiestas gay. La dueña era una vieja que había sido prostituta, dicen que fue la amante del gobernador de la ciudad en los tiempos de Batista. Vendían ron y cerveza, también te alquilaban una habitación, si querías, lo que ahora son las casas de renta, pero todo ilegal, por la izquierda, sabes. Ahí fue donde conocí a aquel hombre. Desde que lo vi pensé: este punto me lo como yo. Fue con él con quien perdí la virginidad, y me enamoré. Fueron como dos años divinos, los que estuvimos juntos. Vino a vivir conmigo. Era un sueño. Buscaba las cosas de la casa, todo, no me faltaba de nada. Y me daba lo que yo pidiera por esta boca, pero era celoso como un perro, ese era su único defecto. Yo empecé a trabajar, pues me aburría aquí encerrado todo el día. Aquello fue una guerra, se aparecía a cualquier hora en el trabajo, me celaba con mi jefe, con mis compañeros…
 
Era terrible… Entonces fuimos a unos carnavales, había un muchacho de lo más lindo, que me había mirado par de veces, pero yo no estaba pa' eso, y me hizo un guiño, algo así, y me enseñó la lengua… Mira, muchacho, casi lo mata. Qué susto pasé, aquello fue excesivo. Nos llevaron presos, fue horrible.
 
Terminé llevándole jabas y dando pabellón en la prisión. Fueron cuatro años que perdí, años que esperé a que saliera en vano, era un problema tras otro allá dentro, y más tiempo le sumaban a la condena, ay chico, la vida es una basura…
 
Y bien, dime, ¿cómo me quedó el café? Yo todo lo hago así, bien rico. Dame otro cigarrito, anda. Déjame darle un traguito a la vecina, que sino después se pone a hablar mierda… Ah, para la gente, ya nosotros somos novios, pues esta vieja es muy buena persona, pero es chismosa y mal pensada como nadie, así que mañana estarás en boca de todos.

Foto de Steve Johnson de Pexels

MAIKEL SOFIEL RAMÍREZ CRUZ. Puerto Padre, 1981. Reside en la ciudad de Las Tunas, Cuba. Licenciado en Psicología. Textos suyos han sido publicados en las revistas Quehacer, en Las Tunas, Letralia, en Venezuela, Primera Página, y Bitácora de Vuelos, ambas en México, también en la web literaria Isliada.

0 Comentarios