aquella con la que me apuñalaron por la espalda,
la tomé y apuñalé mi corazón.
En mi sangre había rencor.
mi corazón latía entre mis manos y no había nadie.
Lo exprimí y la sangre salía intoxicada.
En mi sangre había veneno.
no pude poner mis costillas, el tiempo las hizo polvo.
Algo ardía en mi garganta,
tomé la daga y la abrí.
En mi sangre había dolor.
arranqué el nudo de palabras y lo tiré al suelo.
Se retorcía y agonizaba mientras se desangraba.
En mi sangre quedaba odio.
respondió a mis deseos y se giró.
Mis ojos llenos de fuego quemaron los suyos.
En mi sangre había maldad.
Arranqué la lengua que me envenenó,
saqué los ojos que me devoraron.
En mi sangre había rabia.
metí mi mano y saqué una piedra,
destrocé sus pensamientos con ella.
En mi sangre sentía furor.
y mi cuerpo ya no dolía, no sentía nada.
Un precio muy bajo a pagar por mi venganza.
En mi sangre había paz.
Oh, bella dama digna de ser una escultura que define la belleza.
De estatura perfecta para alcanzar lo inalcanzable,
parecieras una estatua que fue tallada en el más fino mármol,
y que después fue dada a la vida como un regalo para nosotros los simples.
Tú, quien se hace llamar la divina musa,
poseedora de los ojos más oscuros que haya visto.
Delineados punzantes. Su mirada me pone contra la pared.
Labios de un rojo seductor que hipnotiza entre palabras.
Y ese cuello,
con el tamaño perfecto para depositar cien suaves besos.
Esos brazos capaces de reparar hasta el corazón más roto con sólo acurrucarte en ellos.
Una cintura del tamaño adecuado para que sólo las manos de su amante la tomen.
Un par de piernas que la llevan a donde su voluntad la guíe,
y las plantas de sus pies dejan huella en donde quiera que pise.
Con ojos de amor me contemplé.
y al abrirlos me encontré con tu mirada,
así descubrí que el cielo está en la tierra.
Y que no quiero marcharme sin antes sentir tu piel sobre mi piel,
tus manos sobre las mías,
probar el fruto de tu boca.
Quiero vivir nuestro cielo, unidos sin atarnos,
andar juntos las veredas,
descubrir de nuevo el mundo,
desandar lo andado,
llegar hasta que el impulso de la vida nos aguante,
extenuados por probar la gloria.
SOY
Soy fortaleza y calma,
soy hombre de otro sitio,
soy un jazz a media noche…
a media luz.
Tengo aliento a whisky barato
y aroma a café en la piel,
estoy hecho de saudades
y grandes sueños.
Cargo en mis bolsillos derrotas
en morralla, un par de victorias
de baja denominación
y una anforita llena o casi llena
(uno nunca sabe cuando se necesita un trago).
No florezco porque no soy planta,
tengo pies y ando,
tampoco brillo como la inmóvil
lámpara que se ha de apagar al amanecer.
Sin embargo…
Soy amo y dueño
del universo que llevo en el pecho,
inmenso,
caótico
profundo.
Soy fortaleza y calma,
soy hombre de otro sitio,
soy un jazz a media noche…
a media luz.
Tengo aliento a whisky barato
y aroma a café en la piel,
estoy hecho de saudades
y grandes sueños.
Cargo en mis bolsillos derrotas
en morralla, un par de victorias
de baja denominación
y una anforita llena o casi llena
(uno nunca sabe cuando se necesita un trago).
tengo pies y ando,
tampoco brillo como la inmóvil
lámpara que se ha de apagar al amanecer.
Sin embargo…
Soy amo y dueño
del universo que llevo en el pecho,
inmenso,
caótico
profundo.
JONATHAN ALDERETE (Subterráneo Saudade). Es Tec. en Maquinas, y poeta a base de alcohol y sentimientos, más no por decisión.
AIRE
Me derrumbo, amor mío, me derrumbo.
La desdicha por la falta de una charla a media noche,
las mil palabras que han muerto en mi regazo,
la orquídea que secó justo antes de florecer.
Me derrumbo, y no caigo por lo frágil de mi ser,
caigo porque es mejor desfallecer que continuar así.
Siento como cada rincón de mi ser estalla.
Me derrumbo, pues mis cimientos no son lo que esperaba,
los planos han fallado y en la ejecución soy un fiasco.
Los techos de mi ser se caen a pedazos por esa falta de vitalidad.
Ya le he escrito tres mil sonetos al amor y no recibo respuesta alguna.
No hay remitente.
No hay destinatario.
Hasta Eros se hubiera reído por estos burdos intentos de amar.
Me derrumbo, voy directo al vacío.
Directo al punto de quiebre.
Es un martirio.
Es dolor, en un suspiro.
IMIR
TORRES. Es empresario, poeta, declamador,
músico e ilusionista. El mito cuenta que nació del Eitr,
haciendo de lo imposible una realidad, dando vida a lo exánime e
inexistente. Bello mito hecho material.
La desdicha por la falta de una charla a media noche,
las mil palabras que han muerto en mi regazo,
la orquídea que secó justo antes de florecer.
Me derrumbo, y no caigo por lo frágil de mi ser,
caigo porque es mejor desfallecer que continuar así.
Siento como cada rincón de mi ser estalla.
Me derrumbo, pues mis cimientos no son lo que esperaba,
los planos han fallado y en la ejecución soy un fiasco.
Los techos de mi ser se caen a pedazos por esa falta de vitalidad.
Ya le he escrito tres mil sonetos al amor y no recibo respuesta alguna.
No hay remitente.
No hay destinatario.
Hasta Eros se hubiera reído por estos burdos intentos de amar.
Me derrumbo, voy directo al vacío.
Directo al punto de quiebre.
Es un martirio.
Es dolor, en un suspiro.
SOMOS
I
Frente al otro somos vida en
expansión,
las notas adecuadas, los números primos.
Frente al otro hay palabras fluyendo con o sin significado,
y a momentos nada exigimos.
Somos un espacio íntegro, sin definición ni límite,
en fusión con el cielo.
Y la incomodidad se adormece
junto al placer de cualquier dureza o sentido filo.
En ese momento somos lo que nadie
espera.
Somos la verdad contada con mentiras,
el sobrante de relaciones entre palabras antiguas,
el hundimiento de un mundo que muere y prolifera.
Somos lo que contamos y percibimos
sin hablarnos.
Viciamos los espacios con nuestro volumen,
no podemos escaparnos, pero pensamos.
Encajamos, atraemos y cansamos al viento que respiramos.
Luego de un ensamble de espasmos entrelazados,
aparece la carne forjada en mares infinitos sin calma.
El cielo parece caer a pedazos de absurdo. No hay flama.
La separación es sólo el comienzo de nuevos aires enfrentados.
Somos la ceniza que seremos cuando
nos sedimentemos,
materia que se mueve en estigmas, recelo por ceder;
el apuro de una última solución que no va a suceder.
Pero frente al otro no importa el inevitable descenso.
Somos el entramado, el vicio y el armado,
los bloques fijos y el desgaste acumulado,
de una conciencia que no acabamos de contarnos.
La imagen desdibujada de la historia que permeamos.
Nos acabamos y las palabras que
elegimos,
siguen flotando en el espacio oscuro, prestado.
No encontramos el miedo acumulado,
ni el tenso calor interior en que vivimos.
Nos acabamos y lo que creemos saber,
lo que consideramos correcto u organizado,
está por estremecerse y perecer,
en un nuevo hallazgo íntimo trenzado.
Somos calcinado intento,
que con entrópicos desfogues encarnados,
que con uniones y contornos convexos,
que con divinos esfuerzos,
surgen en el encanto de lo inacabado.
ABRAHAM
ESPARZA. Artista plástico, escritor, y
licenciado en Psicología desde 2015. Actualmente, redacta en la revista cultural
Siglo Nuevo temas de arte, actualidad y salud mental.
las notas adecuadas, los números primos.
Frente al otro hay palabras fluyendo con o sin significado,
y a momentos nada exigimos.
Somos un espacio íntegro, sin definición ni límite,
en fusión con el cielo.
Y la incomodidad se adormece
junto al placer de cualquier dureza o sentido filo.
Somos la verdad contada con mentiras,
el sobrante de relaciones entre palabras antiguas,
el hundimiento de un mundo que muere y prolifera.
Viciamos los espacios con nuestro volumen,
no podemos escaparnos, pero pensamos.
Encajamos, atraemos y cansamos al viento que respiramos.
aparece la carne forjada en mares infinitos sin calma.
El cielo parece caer a pedazos de absurdo. No hay flama.
La separación es sólo el comienzo de nuevos aires enfrentados.
materia que se mueve en estigmas, recelo por ceder;
el apuro de una última solución que no va a suceder.
Pero frente al otro no importa el inevitable descenso.
los bloques fijos y el desgaste acumulado,
de una conciencia que no acabamos de contarnos.
La imagen desdibujada de la historia que permeamos.
siguen flotando en el espacio oscuro, prestado.
No encontramos el miedo acumulado,
ni el tenso calor interior en que vivimos.
lo que consideramos correcto u organizado,
está por estremecerse y perecer,
en un nuevo hallazgo íntimo trenzado.
que con entrópicos desfogues encarnados,
que con uniones y contornos convexos,
que con divinos esfuerzos,
surgen en el encanto de lo inacabado.
LA
NOVIA DE LA OSCURIDAD
En la barra de un bar se sienta la
chica de ojos lechuza
Tiene una luz diferente, una sombra extendida en la pared.
Bebe sus tragos imaginando que es el vino del más caro.
Toma el vaso y mira a la esquina apenumbrada.
Dando vuelta a los días que se derramaron en esa semana, mes, año.
Llamaba “casa” a tomar esos tragos con otra persona.
Ahora lo hace en su santuario, el refugio, siempre ella misma.
A veces le ponemos adornos a las personas y no les quedan bien.
La chica de mirada lechuza lo hace.
Estaba en pensamiento imaginario, que por ese momento,
no la conocía nadie, no conoce a nadie.
Sin necesidad del espacio y el tiempo sin realidad.
En cada sorbo alcoholizado, la sombra en su cara,
que dejó su sonrisa empieza a desvanecer,
a transformarse en carcajada y en letra de canción.
Esa mujer silueta se encuentra a sí misma de a poco, cada vez,
en la ocasión que se sienta junto a la barra de ese bar.
Encuentra lo que perdió, de su caminar, de su cantar, sus gritos.
Aparece de nuevo su astro madre,
encontrando ese espectáculo maravilloso que solo ella puede ver en él.
Brilla en la tela de la noche.
Disipa al fin la luz falsa que se coló en su vida.
Regresa a la oscuridad que tanto ama
repasando sus idas de nunca volver.
NELY
GUERRERO. Ingeniera en sistemas computacionales
y escritora. Es editora en la revista Lit Worldwide Magazine, y es miembro del
club de poesía Letras Cáusticas.
Tiene una luz diferente, una sombra extendida en la pared.
Bebe sus tragos imaginando que es el vino del más caro.
Toma el vaso y mira a la esquina apenumbrada.
Dando vuelta a los días que se derramaron en esa semana, mes, año.
Llamaba “casa” a tomar esos tragos con otra persona.
Ahora lo hace en su santuario, el refugio, siempre ella misma.
A veces le ponemos adornos a las personas y no les quedan bien.
La chica de mirada lechuza lo hace.
Estaba en pensamiento imaginario, que por ese momento,
no la conocía nadie, no conoce a nadie.
Sin necesidad del espacio y el tiempo sin realidad.
En cada sorbo alcoholizado, la sombra en su cara,
que dejó su sonrisa empieza a desvanecer,
a transformarse en carcajada y en letra de canción.
Esa mujer silueta se encuentra a sí misma de a poco, cada vez,
en la ocasión que se sienta junto a la barra de ese bar.
Encuentra lo que perdió, de su caminar, de su cantar, sus gritos.
Aparece de nuevo su astro madre,
encontrando ese espectáculo maravilloso que solo ella puede ver en él.
Brilla en la tela de la noche.
Disipa al fin la luz falsa que se coló en su vida.
Regresa a la oscuridad que tanto ama
repasando sus idas de nunca volver.
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