POESÍA Siete postales rotas [Fragmento], de Miguel Barquiarena


COLLARES DE IPANEMA
 
La Muerte encuba en una chica
que vende collares en la playa de Ipanema.
Un huésped, como pulpo ante el espejo,
se desdobla en sus pulmones.
Paciente, espera,
en una hamaca, la luna de cosecha,
para lanzar su red de licra
sobre la piel bronceada de las huestes de la samba.
Su red sobre los manantiales de piña colada.
Su red sobre los senos de las hembras de Tijuca.
Su red sobre el sudor a ron del cortador de caña.
Su red sobre las visitantes
que se cuelgan los collares de la chica de Ipanema.
Su red sobre los viejos que ordeñan
sus puros jugando ajedrez bajo palmeras.
Su red sobre los zancudos de la lonja
que deshidratan la retina del pirarucú
mientras sueña que nada al son de la marea.
 
La Muerte madura en los pulmones de una chica
que vende collares en la playa de Ipanema.
Ella está a salvo con sus diecisiete carnavales
y un ancla profunda en sus caderas.
 
Pero los tentáculos de la Muerte
le saldrán por los labios inflamados de resaca,
por la serpiente que le trepa por la espalda,
por las nalgas trigueñas con destellos de plata,
por los muslos depilados de mantarraya,
por el loro azul que anida en sus ojos,
por ese cabello de sirena despeinada,
por sus orejas, sus lunares, por los codos,
por su amuleto de cola de iguana,
por el remolino negro que es su ombligo
succionador de la brisa en las mañanas,
por el conjuro de pejelagarto
en su pulsera de turmalina pariaba.
 
La Muerte se le saldrá de los poros
hecha invisibles aguamalas 
a navegar por el aire de su entorno.
Y montará la Muerte en las lanchas
con los pescadores, al deshilacharse el alba.
Y bailará bossa-nova en cada bar
desde Ipanema a Copacabana.
Con antorchas incendiará los bungalós
para que Cristo los confunda con cocuyos.
Y volverá sobre el malecón
como novia arrepentida, tras sus pasos,
con sus sandalias borrachas en las manos.
 
Pasada una semana, entre gaviotas,
la chica que vende collares
en la playa de Ipanema,
tendrá la sonrisa de una puesta
mientras hace piruetas en la arena
y ve cómo la marea de la tarde
hierve en el contorno de sus huellas,
sin saber que arrulló a la Muerte,
dulce, tersa, asintomática,
como pulpos en bolsa de pelicano
de sus pulmones de nácar.
 

NUEVO ORDEN MUNDIAL
 
Encallarán sus submarinos en el muelle
y bajarán para atrapar a los muchachos
que juegan cascaritas de futbol
en las crudas playas de Janeiro
con el cuento de que quieren medicarlos.
Vendrán por tu líquido de las rodillas.
Lo congelarán en bolsas selladas al vacío.
Dirán que es semen de ballena jorobada
al contrabandearlo a Estados Unidos.   
Lo calentarán a 86º para derretir el hielo
de ese milagro líquido de tus rodillas.
 
Lo inyectarán en las columnas rotas
de sus atletas caídos:
                        Lazaros, levántense y traigan,
en un morral de estrellas,  
las medallas, todas, de los Juegos Olímpicos.
 
 
UNA TOS SECA
 
Mas allá de los cañaverales
una tos seca se abre paso
a machetazos por la selva.  
Una tos seca que se cuelga
entre lianas que maman     
la luz que filtra la arboleda. 
Detrás de los macacos que van
de los manglares a la selva
retumba una tos seca
como jaguar que se atraganta
devorando a un capibara.
 
Una tos seca que zarpó de la bahía,
caimán que se desgajó en pirañas 
para dispersarse por la cuenca
que serpentea en la Amazonia
como tormenta de mil ranas.
Los jíbaros están tan lejos
que no vislumbran las luces
ni las batucadas de Janeiro
(un camaleón dispara su lengua
contra una avispa chupahuesos),
la tribu ignora en las chozas
a machetazos por la selva.
que una tos seca se abre paso




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