Y ahora mismo, mientras escribo estas líneas sentada en la mesita del balcón, me mira. Esta actividad de cruzar la calle con la vista y mirarme la lleva haciendo ya por mucho tiempo. Fue todo el invierno así. Así nevara, así lloviera, así tormentaran vientos apocalípticos, él salía al balcón reiteradas veces a observarme. Pero no hace nada más, no se mueve. A veces parece que fuera un muerto con los ojos abiertos (porque eso sí, nunca los cierra), ahí en su silla del balcón a cualquier hora del día. Y en verano ni se diga, me imagino que es su época favorita, porque es la época de ir a nadar al lago y de ponerse shorts y faldas para aguantar los calores que sofocan la ciudad.
Yo ya no soy ninguna jovencita, mi cuerpo cuenta con algo más de cinco décadas, y mi piel ya no es lo que solía. Tengo las tetas caídas y un par de canas sobresalen en el castaño de mi cabellera lacia y larga. Pero no voy a mentir, mis piernas siguen siendo una chulada, así que en verano, cuando se puede, las luzco, claro que sí.
Esta debe ser también su época favorita, porque es cuando más olvido cerrar la cortina del cuarto (cuyas ventanas también dan a la calle) y cuando más salgo de bañar desnuda para vestirme en la recámara. Lo he pescado ya un par de veces mirando cuando esto sucede, pero entonces me quito la toalla que tengo de turbante en el cabello y me cubro el cuerpo mientras corro a cerrar las cortinas para poder vestirme a mis anchas.
En el verano, además, suelo comer afuera, a veces con algún invitado, aunque casi siempre sola, y como a mí me gusta la silla que mira a la calle, pues lo veo a fuerza de frente, de forma que si estoy sola, es lo mismo que no estarlo. Es como si comiera con un invitado con el que no hablo. Otras veces, salgo a leer. Me sumerjo en los libros por completo, olvido todo; olvido el balcón, la calle, al señor, su mirada, mi cigarrillo, todo. Estoy como en otro mundo y otro tiempo, en una realidad muy lejana a la mía. Levanto la cara cuando alguna frase me pega con fuerza en la conciencia. La analizo, la medito… y es entonces que me encuentro de nuevo con la mirada inquisitiva (algo estúpida, ya dije), la mirada pasivamente perversa esperando pacientemente encontrarse con mis ojos que reaccionan enojados. Me corta el flujo de pensamiento, pierdo el hilo de las conclusiones que estaba por dilucidar. Él debe saber que me molesta. Si no saberlo, al menos suponerlo, imaginarlo; pero no hace nada, no cambia su actitud y a estas alturas no creo que la vaya a cambiar nunca.
Digo que no creo que cambie, porque el hombre de enfrente ya es viejo. Tiene canas, tiene arrugas, y esa cara tan cansada. Como si estuviera cansado de todo. Con cara de que su trabajo nunca le gustó. Con cara de que nunca estuvo enamorado. Con cara de que si se enamoró, no fue, por desgracia, de su esposa. Nunca los he visto besarse. A veces, ella también sale a fumar. Mientras fuman juntos, el hombre mira disque al vacío, pero en realidad es obvio que me está buscando. Qué digo yo buscando, encontrando; porque si yo lo estoy viendo, quiere decir que él me vio primero. Ella, claro, no se da cuenta, él podría estar mirando a cualquier parte, pero es que yo ya lo conozco. ¿Se alegrará siquiera de verme? No hay forma de saberlo. Cuando me encuentra, su cara es muy acartonada, por no decir completamente inexpresiva.
¿Que por qué no lo confronto?, ¿por qué no le grito desde el otro extremo de la calle que pare ya de verme, que me deje fumar en paz?, ¿que no me mire mientras me visto?, ¿mientras leo?, ¿mientras cocino y mientras como? No lo sé. No lo sé, como miles de otras cosas no las sé. Supongo que no soy una persona proclive al conflicto. Y qué diría su esposa de que la vejarrona de enfrente (¡pues más vejarrona ella!) le reclame al marido que la deje de estar viendo cuando sale al balcón (que es casi todo el tiempo). Les causaría un problema que sólo de pensar en él me da una flojera tremenda.
III
Pocas
veces lo he visto salir. Salir de su casa, a la calle, quiero decir. Además de
esa única vez que me lo encontré allá afuera, no lo he visto salir casi nunca.
Su mujer tampoco sale. Ni siquiera en verano. En verano la mujer arregla el
balcón muy bonito cuando empiezan los calores. Compra flores y las cuelga. A
veces van a la alberca pública que queda cerca. Lo sé porque llegan con los
cabellos húmedos y vienen muy aletargados caminando de esa dirección. Un par de
veces al año se aparecen sobre su balcón una niña y un niño que podrían ser
mellizos. Tendrán alrededor de nueve años. Cuando vienen, se quedan en la casa
con ellos por las tardes, luego viene la madre (me imagino) a recogerlos antes
de la hora de la cena. Ella no se queda, apenas sube y baja luego con los niños
de las manos. Será la única hija porque nunca he visto a nadie más.
Literalmente, a nadie más. En Navidad, normalmente, se van por unos días, me
imagino que a casa de la hija, festejarán junto con los nietos. Qué eterna ha
de ser para él esa semana en la que no puede salir al balcón a fumar y mirarme.
Yo esa semana descanso.
Su
casa debe ser pequeña, debe tener solo dos cuartos.
La estancia y una recámara. Todos los edificios de por aquí son muy parecidos,
así que a partir de mi departamento me puedo hacer una idea del que habitan
ellos. Por dentro es obviamente como uno lo imaginaría: muebles pasados de
moda, lámparas de pantallas grandes como las que hay en casa de las abuelas, y
un librero adosado a la pared con pocos libros. Tendrán, qué será, doscientos. Pocos, que además no creo que
lean porque en el balcón jamás tienen otra cosa en la mano que no sea un
cigarro. Una buena parte de esos libros son anticuadas colecciones de
enciclopedias que ya nadie usa. De esas que la verdad nadie nunca usó y que
servían en las casas no muy cultas entre de adorno y para esconder un poco la
ignorancia, evidenciándola irónicamente aún más. De esas que ahora se rematan
en librerías de viejo sin éxito y que esconden en sus páginas artículos, de la
A a la Z, que parece que estuvieron destinados al olvido desde que sus eruditos
e ingenuos autores escribieron las primeras consonantes.
¿Que cómo sé cómo es su casa por dentro? De día, sería imposible verlo, porque de las ventanas cuelgan siempre cortinas blancas que bajan pesadas hasta tocar el suelo. De noche, en cambio, cuando prenden las luces interiores, las cortinas se hacen transparentes. Lo he visto cuando lavo los trastes, antes de irme a acostar, porque mi ventana da directamente a la de ellos y no tengo a otro lado a donde mirar. Cuando están adentro miran tele, se la viven en su sala, no hacen nada. Él estará ansioso de salir a ver si estoy, a ver ahora qué estoy haciendo y a ver si casualmente no vengo saliendo recién de bañar.
¿Que cómo sé cómo es su casa por dentro? De día, sería imposible verlo, porque de las ventanas cuelgan siempre cortinas blancas que bajan pesadas hasta tocar el suelo. De noche, en cambio, cuando prenden las luces interiores, las cortinas se hacen transparentes. Lo he visto cuando lavo los trastes, antes de irme a acostar, porque mi ventana da directamente a la de ellos y no tengo a otro lado a donde mirar. Cuando están adentro miran tele, se la viven en su sala, no hacen nada. Él estará ansioso de salir a ver si estoy, a ver ahora qué estoy haciendo y a ver si casualmente no vengo saliendo recién de bañar.
En fin, ahora me siento más libre. Él aún sale, pero, por suerte, ya no tanto. Estará intentando dejar el cigarro (que es lo mismo que decir que está tratando de olvidarme). Salgo, y mi mirada cruza inmediatamente la calle para corroborar que estoy yo sola, que puedo moverme tranquila, hacer mis cosas sin la presión de que alguien más las esté “haciendo” conmigo. No lo veo y respiro. La mujer nunca mira en dirección mía, cosa que por lo demás no entiendo, porque digo, de mirarme a mí, a mirar a la nada (por nuestra calle nunca pasa nada), pues claro que yo debo ser más interesante. Incluso cuando no hago mucho, cuando estoy nada más allí parada fumando, o leyendo, será más interesante que mirar meramente al vacío. En fin, todo esto significa que ahora que estamos en pleno calor veraniego, puedo salir a la calle con mis shorts y minifaldas reluciendo las piernazas que me cargo, sin temor a estar siendo observada por unos ojos color alberca a los que no les quiero dar el gusto. Antes salía y me montaba en la bici y lo veía de reojo mirarme, enfocando mis piernas bronceadas y musculosas, pedaleando para escapar de su alcance, abandonando alegremente los perímetros de su campo visual. Ahora me subo a la bici sin que nadie me moleste. También puedo salir tranquila a comerme una sandía completa en sujetador y minifalda, por las tardes, para aprovechar las longitudes eternas del día, sin tener que preocuparme de que alguien más esté disfrutando mi sandía más que yo.
Los bomberos intentaron forcejear la puerta, sin romperla, pero al no lograrlo decidieron intentar por el balcón. Mientras tanto, los oficiales aún intentaban abrir la puerta principal del departamento. El chiste era no tener que recurrir al bochornoso proceso de destruir el cerrojo sin saber si había realmente alguien dentro o todo esto había sido una mala broma de algún vecino aburrido (por aquí vive mucho viejito aburrido). La emoción alcanzó su clímax cuando los vecinos vimos cómo uno de los bomberos entraba triunfal al departamento por la puerta del balcón, después de haber aplicado un par de trucos de especialista para abrirla sin romperla. Casi al mismo tiempo entraba un oficial por la puerta principal; se había desesperado y la había serruchado. Ambos entraron corriendo a ver con qué carajos se encontraban. Se vieron en la sala y las emociones de la situación no les dieron tiempo de asombrarse por el hecho de estar los dos dentro. Se asomó uno a la cocina y el otro a la recámara; no vieron a nadie. Terminaron por revisar el baño juntos, y efectivamente allí encontraron tieso al hombre. Yo vi cómo sacaban la camilla con el cuerpo tapado con una cubierta de plástico como lo ha visto uno mil veces en la televisión. Los bomberos fueron los primeros en retirarse de la calle con su camión, cuyas dimensiones siempre parecen exageradas para las maniobras que no implican apagar un incendio. Después arrancó la ambulancia y al final los oficiales, que no se fueron sin antes pegar en la puerta con un pedacito de tape la factura del nuevo cerrojo que habían instalado ellos mismos para reemplazar el que había sido serruchado, junto con la dirección en la que podía recogerse la llave, enseñando el recibo de pago del banco.
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