La vida, ah
la superficie
honda
del dolor.
“Discurrir de un lamento”
Que la poesía ocurre, y persiste, a pesar de un lacerante mundo que se apaga, nos dice con ejemplar economía de medios que nos conecta con los presupuestos del arte minimal, Destellos de Zapotlán y otras penumbras, poemario publicado en 2019 por Puertabierta Editores, del destacado poeta y académico mexicano Julio César Aguilar, quien más que un profundo conocedor de las rutas y rumbos de las letras continentales es un cumplido hacedor de la patria chica de Juan José Arreola y José Clemente Orozco, paradigmas de las letras y las artes plásticas universales, con los que el autor posee recónditos nexos filiales y culturales.
Conocí la producción literaria de Julio César a través de la exégesis de obras de los poetas latinoamericanos Raúl Gómez Jattin, Rodrigo Lira, Ángel Escobar y Julio Inverso, que alguna vez decidieron poner fin violento a sus trayectorias vitales y creativas y, desde entonces, he seguido atentamente la obra del poeta-académico, quien conjuga con maestría varios oficios, entre ellos dos aparentemente contrapuestos: el del crítico y el de quien felizmente recorre los caminos de la expresión lírica, ámbitos en los que sin dudas es un maestro.
Destellos de Zapotlán y otras penumbras representa una inmersión en un particular universo pletórico de especulaciones acerca de la existencia y la perdurabilidad de la creación. A través de su libro, el sujeto lírico nos invita —y acompaña— en una honda invocación por la geografía espiritual de su tierra Zapotlán el Grande, a la vez que incita a rastrear las luces y sombras que la habitan, mosaico de emociones, recuerdos y reminiscencias, donde el autor magnifica la belleza de lo cotidiano junto a lo que poseen de honduras trascendentes.
Desde lo profundo
de alturas tantas, edipo
sangrante, íntimamente
espiritual.
Como el sol de las tardes, cae
como un cataclismo, como
lo que cayendo viene frente a un temblor
y no hay nada ni nadie que lo sostenga.
“Épica edípica”
En sus poemas, Aguilar da crédito de habilidades para la edificación de vívidas imágenes de su suelo natal que impactan en quien se aproxima a estas páginas. Uno de los temas recurrentes es la reflexión sobre la fugacidad de la existencia y la búsqueda de la inmortalidad a través del poema. Aguilar invita a contemplar la vida como destello de luz en medio de la penumbra, instante efímero que cobra significado a través de la creación artística.
Deja que el viento vuele. Las cosas
son como están. Pero con la palabra tuya la realidad erige
y elige
lo que a tu ser convenga, Dios verdadero
en cada partícula de lo que hay.
Entre destellos de mil colores
un tan brevísimo
lapso es la vida. Como los amaneceres, canta
y sueña
y de su luz bebe el néctar.
“Elogio
de lo que importa”
A través del ejercicio consumado del destino que ha burilado en las sombras, el creador subraya la importancia de la poesía como refugio de la brevedad y la presunción del mundo material. Escritos desde la madurez sobreabundante de quien conoce plenamente las interioridades del lenguaje y las multívocas exploraciones de ese constructo denominado realidad, en sus textos el poeta paladea la serenidad de la perfección y su espíritu trascendente, como si erigiera una fortaleza contra la desmemoria, ese mal tan propio de nuestra época. De ese modo pasan ante nuestros ojos las imágenes de seres próximos y de un pueblo detenido en el tiempo como suele presentarse lo imborrable.
El campo
de Zapotlán
se extiende, libre, risueño
en cada flor, hasta
las márgenes
de la laguna. Allí
el sol
se desploma
en los atardeceres
siempre, y el volcán
erguido
un centinela
es
custodiando
la ciudad.
“Destellos de Zapotlán, XVII”
En este poemario que por momentos da la impresión de descolocarnos ante uno de esos gigantescos edificios que dejan al descubierto su estructura, el poeta organiza y deja fluir un discurso descarnado acerca de la vida, la muerte, el arte, la inmortalidad y el papel del individuo en el cosmos, a través de la mirada reflexiva de quien no se conforma con su papel de observador sino que se integra a sus magníficos derroteros. Sus versos, en consecuencia, encarnan la idea del viaje emocional y poético del ser humano a través del sostenido infierno dantesco que se transmuta en habituales códigos de un tiempo, una manera de ser, un espejismo omniabarcador.
Invasión
de la niebla
y del rocío
que lo revisten
todo
allende
la ventana
como un viernes
trece
de un dos mil
trece: Tal vez
la persistencia
de los cantos
órficos.
Y a través
del ventanal
un presentimiento
escudriña
la jardinería
del ser. Floraciones
oportunas
de la sangre.
“Cantando sigue Orfeo”
Destellos de Zapotlán y otras penumbras, de Julio César Aguilar, es uno de esos libros de poesía necesarios para entender la pertenencia a un espacio y a una cultura. Alumbramiento del sol, en los remansos de la página. Claridad inaudita. Alba a sí misma deletreándose, como nos dice en uno de los poemas que difícilmente podrá ser ignorado, porque es obra que ha nacido de la honestidad intelectual de un individuo, “entre las manos del ensueño” y es “canción que canta su inacabable historia”. Muchas gracias, poeta.
Ronel González Sánchez
San Isidoro de Holguín, Cuba, sábado 22 de junio de 2024.
RONEL GONZÁLEZ SÁNCHEZ. Poeta y escritor holguinero. Posee una prolífera obra literaria y ha obtenido numerosos premios y distinciones en Cuba y el extranjero. Reconocido como personalidad por el Ministerio de Cultura de Cuba.
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