POESÍA Un deseo como llama urgente | Ada Aurora Sánchez


LA POESÍA NOMBRA Y DESOMBRA

La poesía nombra y desombra lo que apetece.
Descorre cortinas para que entre la luz en las cosas
y éstas adquieran la apariencia que les corresponde.

Por la piedra cruza el aire y el agua
y el fuego y la tierra, claro está.
Las piedras son palabras que se despeñan
de la boca de Dios.
Y un poema es un pedrerío de aire y de agua
y de fuego y de tierra.

La poesía se alimenta una y otra vez
de las mismas piedras,
es una casa (des)montable,
como los poetas,
que anda solita, solita, sin parar.


A FABIO MORÁBITO

Yo también he sucumbido ante
un terreno en despoblado.
En la orfandad insidiosa,
en el exilio vespertino he visto
lo que tú, Fabio.
No son visiones exactas como
manecillas de un reloj cotidiano
o las manchas de la piel con
el correr de los años, son otras
formas más vivas, dolorosas
e innombrables que se agitan
como pañuelos y nos llaman
con dedos púrpuras.
Son, cómo decirlo, pequeñas soledades
que se levantan con el viento
y se te pegan por todos lados.
¿Y dónde estás que no te encuentren?
¿Y a dónde vas que no te lleves
ese instante de muerte como
un beso en la mejilla?
Yo también lo he sentido, Fabio,
eso que se crea cuando estamos
a punto de comenzar algo
y no hay orillas ni barcos:
sólo un terreno blando
en que se pierde la mirada.


TE RECUERDO, RILKE

Te recuerdo, Rilke,
con el sueño de todos
bajo un mismo párpado.
Me arrodillo, y sé
que escuchas cómo caigo,
cómo suspiro,
cómo tiemblo
al recitar tus versos.
Rilke, en el amor de la palabra,
en la fe, en el lenguaje
que reverbera en olas,
golpea, marca.
No encontraremos una tumba
sino el rumor eterno
que hace espuma
en la memoria.


DIESTRA

Ella desgaja
un crisantemo de soles.
Se enfurece y tiembla por la humana
sobredosis de saberse limitada.
Cerca las palabras a punta de lanza,
insiste en el ímpetu moderno y primitivo
de cazar bellas liebres mentales.

Se detiene.
                  Cavila.
Arremete al horizonte que se desplaza
como una fuga marítima sin guardias.

Ya nada importa: la mano quiere volver al cuerpo,
comprende que de la liebre sólo queda el rastro:
los ojos fantasmales, rojos como la ironía.


EXTENDIDO SOBRE MÍ

Extendido sobre mí, arrojable a mi tacto,
encarnas
                          en tu piel oscura/ formas suaves
un deseo como llama urgente.

La sangre recorre tumultuosa sus mismas avenidas
desde el antes del antes,
                                               me otorga aquí
ahora:
        azul en agua, elevación
        caída / gemido vidrioso: desgarre

¿Cuántos movimientos perfectos, intuitivos,
para este escanciar
                       del cuerpo en el ánfora del otro?

Cópula, como ululante copa: no dejes de llenarte.


¿VERDAD QUE ESTE AMOR NO HA SIDO EN VANO?

¿Verdad que hay algo que gravita por encima
de las cosas y hace que nuestro presente siga siendo
algo tibio bajo la almohada?

Se han acumulado los años en el perchero,
en las ventanas rotas, en el absurdo cariño
a unos zapatos viejos.

Pero qué importa si ante todo, incólume,
se resiste a morir el deseo que nos eligió,
un día, en otoño.

Veloces, pasan los autos en el periférico,
y en ese ímpetu de futuro, sólo encuentro la muerte.

Te amo desde la añoranza que no me abandona,
desde este consuelo desolado en que sigue
irradiando una gota prístina su luz.

¿Verdad que este amor no ha sido en vano?


AQUÍ ESTOY,
anocheciendo
de punta a punta,
indomable,
perfecta.

Cuando cierro los ojos
escucho el rumor del tiempo,
viene abriéndose paso
entre músculos y huesos.

Ríe, y yo lo oigo morirse
de la risa en cada vena,
en cada órgano.

                    Cuánta lucidez alumbra
                    su inminente llegada.

Cierro los ojos
                     (qué bien veo):

                                           la espera
                                           es una lágrima
                                           de ámbar.


I

Él no sabe quién soy yo,
ignora el rostro de la mujer
tras la pared de carne que patea.
En su líquido sopor,
instintivo es el reflejo de aquilatar la espera,
madurar los ojos, la boca, el esófago
y los pulmones que lo harán hombre
                                                      en la tierra.

Un día todo será sorpresa en destellos,
inusitada ráfaga de luz que rompa
la quietud de su alba apenas musitada:
el encuentro con aquella que lo hizo espíritu
                                                                  en la carne,
y no tendré nada más que decir: sí, soy yo, lo admito.
Me declaro madre de tus pies, de tu sangre y sus arrobos.
Soy la convocante, el recipiente, la horma.
Que te guste el mundo, mi niño,
                                                 esa es mi tarea.


IV

Esta noche, pequeño, llegarás con el llanto, con la señal del que ha conseguido lo suficiente para respirar fuera del agua. Mamífero, terrestre, vendrás para sembrar tu vida.
Ésta que escribe es la mano de tu madre, la primera de tus anfitrionas. ¿Te gusta su letra, aunque no esté alineada?
Pequeño mío, aquí me tienes con el corazón doblado. Sal: comienza a enderezarlo, háblame por fin.


IX

En la memoria: la huella
una mano
             un pie
el olor de la manzana,
o la mandarina en zumo
alrededor de la boca.
Honorable fuerza la del recuerdo
sentado a la mesa, junto al chocolate hirviendo.
Mi madre, una blanca estatua a las espaldas,
espléndido fantasma, que a distancia,
vibra cuando mi voz de niña
se eleva, tímida, para anunciar:
“Está caliente, mamá”.
Ah, la fuerza de la memoria,
una mano en la herida que mana,
un respiro para tratar de entender
quién soy.
Recuerdo, sí, me recupero.



Bitácora de vuelos agradece a la escritora y poeta Ada Aurora Sánchez, el permitirnos estos poemas de su libro más reciente. (Puerta abierta editores / Conaculta / Secretaría de Cultura de Colima, 2015). 



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